miércoles, 1 de mayo de 2013

Lo que echamos de menos

De tantas palabras como se oyen y se leen cada día en los medios, qué pocas animan, qué pocas dan esperanza, qué pocas ayudan. Huecas en el mejor de los casos, fatalistas casi siempre, pesimistas, destructoras de ilusión, agoreras, como regodeándose en el mal momento que atravesamos. Parece que hay que rivalizar en mostrar todo lo negativo sin dejar asomar ningún rayo de luz, como si eso fuese una debilidad que no se puede permitir. Lo progre es hablar mal del país, del sistema y de nosotros mismos. Sobre la crisis que padecemos están las actitudes, y en las actitudes las palabras que nos llegan cada día desde los periódicos, los telediarios y las facciones políticas interesadas, y que nublan nuestro modesto vivir de desesperanza. Y hay que añadirles las otras, las que parecen ya normales en la clase política, especialmente entre los que aspiran al poder. Las palabras que abundan en descalificaciones y críticas destructivas, cuando no insultos más o menos solapados; las de todos esos intransigentes con todo lo que diga o haga el adversario, esclavos de su ideología hasta bordear el fanatismo, inmunes al sentimiento de pertenencia a una misma comunidad y a una misma patria. Palabras que crispan el ambiente y decepcionan la buena fe de los electores, y demuestran al mismo tiempo lo tontos que parecen ser quienes las dicen cuando no se dan cuenta de lo alejadas que están del sentir del ciudadano normal, que no aspira más que a vivir su día a día en paz y feliz con los suyos. Se ha comentado mucho la atención que ha despertado la actitud sencilla y humilde del nuevo papa, incluso entre aquellos que viven en la indiferencia a todo lo que él representa. Es lógico. No es de extrañar que todos nos volvamos hacia quien habla de ternura, amor, comprensión, fidelidad. Necesitamos oír esas palabras.
La regeneración debería iniciarse por la clase política y su aledaña la sindical, y por todos aquellos que se sienten llamados a convertirse en dirigentes de la sociedad. Y también por los medios. Una regeneración que habría de empezar por examinarse a sí mismos, esforzarse por conocer el país en su pasado y presente, adquirir conciencia de que sus actos y palabras tienen cierta trascendencia y de que de ellos depende en buena parte el tono general de la sociedad. Que, sin embellecer ni falsear la realidad, traten de mostrarnos los aspectos positivos que tenga; que se sientan identificados con nuestra historia; que sepan dar palabras de estímulo y de esperanza, en vez de regodearse continuamente en los aspectos más dolorosos; que infundan y alimenten el orgullo por nuestro país; que no nos hagan verlo siempre con el fúnebre tono de sus permanentes gafas negras. Alguien ha escrito que el peligro de los representantes del pueblo es que con mucha frecuencia se limitan a representarlo en sus defectos. Pues que no nos representen en eso, que ya hay bastantes españoles a los que les gusta hablar mal de sí mismos. Que en vez de maldecir la oscuridad, nos enciendan una vela de esperanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno

Amigo dijo...

Sí, señor. Estupendo