jueves, 16 de mayo de 2013

Dalí

Si pudiera ver su nombre y su cara allá en lo alto de la fachada del viejo y solemne edificio de la plaza de Santa Isabel, seguramente tendría un gesto de suficiencia con el que disimularía el enorme placer que le producía; incluso mayor que ver la enorme cola que aguarda a la puerta para contemplar su obra. Se creería en su estado natural, alzado sobre todos, recogiendo la rendida admiración de todos, dando que hablar a todos. La gran exposición que el Reina Sofía le dedica está llevando al museo madrileño a un gran número de admiradores de su obra, que son muchos y fieles. Y a resguardo de cualquier crítica adversa.
Dicen los que le conocieron que nadie como él supo crear y manejar dos aspectos opuestos de sí mismo: el que se vestía con una personalidad particular ante los demás, y el que se despojaba de ella en la intimidad y se mostraba como realmente era. O sea, el “avida dollars” y el Salvador Dalí. Una especie de esquizofrenia practicada, que quizá sea la más difícil de comprender, y puede que hasta de llevar. “No sé cuando comienzo a simular o cuándo digo la verdad”, llegó a decir, pero queda la duda de si esta turbadora confesión entra dentro de lo primero o de lo segundo.
Era extravagante, contradictorio, narcisista, megalómano, de mirada alucinada y bigote de resonancias velazqueñas. Presumía de español y de sí mismo: “Cada mañana, al levantarme, experimento un supremo placer: ser Salvador Dalí”. Era también un sedicente paranoico, pero de una paranoia crítica, que tenía como un método espontáneo de conocimiento irracional fundado en la asociación interpretativa crítica de los fenómenos delirantes. O sea, palabras. Pobló su mundo pictórico de visiones hechas de referencias oníricas y alusiones eróticas, de relojes reblandecidos para decirnos que ni el tiempo es absoluto, de langostas y monstruos de largas patas para hablarnos de sus angustias. Combatió durante toda su vida por la conquista de lo irracional, él, que era un racionalista absoluto. Él, que sentía una rendida admiración por los clásicos, especialmente por su venerado Velázquez, hasta asegurar que en el caso de un incendio en el Museo del Prado, si tuviera que salvar algo salvaría el aire de Las Meninas. Él, que era un místico confeso, errante por caminos extraños, pero capaz de pintar un inigualable Cristo de San Juan de la Cruz o una sobrecogedora Última Cena. Él, que rompió con todo lo aparente, hasta con el propio movimiento surrealista, para quedarse solo como ejemplar singular de una especie. Y terminó siendo marqués.
Dalí está embalsamado y sepultado bajo la cúpula geodésica de su Torre Galatea, sin ninguna inscripción sobre la losa; la nada es el nombre de Dalí. Entre el volcán de opiniones que ha desatado siempre, sólo me merecen atención las que afectan a su concepto del arte. Y mi sorpresa por la jugada final del gran engañador: en su testamento hizo lo que pocos suelen hacer: dejar toda su obra al Estado español.
 

4 comentarios:

Unknown dijo...

Nombre de la obra puede ayudarme?

Unknown dijo...

Cual es el nobre de la obra puede ayudarme?

Cecilia dijo...

Cual es el nombre de la obra puedeayudarme?

Unknown dijo...

Nombre de la obra puede ayudarme?