miércoles, 20 de marzo de 2013

Los profesores

Hay noticias que nos pintan en la cara un sonrojo ajeno y, aún peor, nos dejan la amarga sensación de estar ante un terrible síntoma del declive de nuestro tiempo: el 86 por ciento de aspirantes a profesores suspendieron una prueba con preguntas que ellos mismos exigirían a sus alumnos de 11 años. Ya lo ven. Estos son los que aspiran a enseñar a nuestros niños y los que protestan porque el ministro habla de imponer algo parecido a un MIR. Pero son también los que a su vez fueron alumnos de otros profesores y de la actual ley de educación. El caso es que aquellas antologías del disparate que tanto éxito tuvieron mostrando las burradas de los alumnos, ahora podrían nutrirse de los disparates de los aspirantes a profesor. Ya me lo decía un amigo hace tiempo:
-En la calidad de la educación influye la ley de turno, claro, pero sobre todo la formación de los profesores. Es absolutamente fundamental. Habría que evitar en lo posible a todos esos que entran en la profesión para adquirir las ventajas de ser funcionario, y no porque su vocación les impulse a ello. Para enseñar, primero hay que amar el conocimiento. Y hay que recuperar el concepto de profesor o, como antes se decía, de maestro. Entre que muchos han decidido acabar con el respeto hacia su figura, no hacia su persona, se supone, y que en consecuencia han preferido superponer a su condición de enseñantes la de coleguillas, estamos recorriendo un camino en la relación entre el niño y su profesor que quizá se inició con buena intención, pero que cada vez parece más evidente que está equivocado.
Desde luego, el oficio de enseñante es oficio de vocación donde los haya. La vocación de enseñante imprime carácter a quien siente su llamada; es algo que se nota en su actitud general, en la profunda conciencia que tiene de lo que está haciendo, en la capacidad para llevar con alegría los sinsabores de un oficio exigente y estresante en ocasiones. Los buenos profesores son esos que echan a la sabiduría el grano de sal indispensable para que los demás la puedan degustar sabrosamente sazonada. Esos que saben muy bien que enseñar es aprender dos veces. Los que, más que al conocimiento en sí mismo, aman al sujeto del conocimiento; es decir, al alumno.
Son los que saben que su labor se realiza con los chicos justo en el tiempo en que más se necesita una mano que canalice sus sueños y les brinde la ilusión de una meta a alcanzar. Dejando aparte el seno familiar, cuya influencia está sujeta a circunstancias concretas, es la figura del profesor la que se erige en verdadero modelador de gustos y caracteres que han de configurar la persona del futuro. Buena responsabilidad es esa, que implica por sí misma el concepto de trascendencia sin posibilidad de quiebro alguno. Demasiado valiosa para que se dejen en manos de gentes que no conocen su valor. Quien haya tenido la suerte de haber encontrado en sus años de formación buenos profesores sabrá de la influencia decisiva que han tenido en su vida. Pocas cosas hay que se recuerden más, y pocos regalos más perdurables puede recibir un chico que la palabra sabia del buen profesor.

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