miércoles, 9 de enero de 2013

Somos felices

No lo sabíamos, pero resulta que somos uno de los pueblos más felices del mundo, el segundo de la Unión Europea, tras Finlandia, según una de esas empresas que se dedican a hacer preguntas a la gente para decirnos por dónde anda la opinión pública. En este caso no es un trabajo local; la encuesta se ha hecho en 54 países, así que algo de universalidad sí que tiene. El caso es que también dice que somos uno de los más pesimistas sobre nuestra situación actual, lo cual puede parecer una paradoja, aunque, bien mirado, no lo es. El pesimismo implica tener una cierta visión del futuro, mientras que felicidad se refiere al presente. Se puede ser infeliz y a la vez un empedernido optimista, igual que puede uno sentirse un tipo satisfecho de su vida y al mismo tiempo tener tendencia a ver los aspectos más desfavorables de lo que le rodea. Es una sutil diferencia, que, por lo visto en esta encuesta, sólo sabemos distinguir por aquí. Nuestros vecinos portugueses, por ejemplo, que figuran como campeones del pesimismo, se sitúan también a sí mismos en los últimos puestos de la felicidad. Resulta llamativo que los países más pobres sean los más optimistas y que los que ven el mundo con más pesimismo sean precisamente los europeos y los ricos en general. Puede que sea por aquello de que un pesimista no es más que un optimista bien informado. Si es así casi dan ganas de bendecir la ignorancia. En realidad, la vida termina enseñándonos que sólo somos felices a costa de desconocer algo.
La cuestión es saber qué entendemos por felicidad, si es un concepto unívoco o múltiple, un término definible o un estado de ánimo, una vocación perpetua del ser humano o simplemente un azar que se prolonga más o menos. Recuerdo, hace ya unos cuantos años, una encuesta que hizo una revista preguntando a sus lectores qué entendían por felicidad, y las respuestas iban desde las más hondas y espirituales hasta la de una afamada actriz, que contestaba que en su caso consistía en poder comer como un cargador de muelle y no engordar. El ideal de felicidad de cada uno puede decir mucho acerca de su carácter, su personalidad, su escala de valores y hasta de su condición moral, pero nadie puede escapar de ese impulso que forma parte de nuestra esencia y que nos lleva a buscar permanentemente la felicidad como único objetivo en la vida. Luego, cuando podemos atraparla, nos parece tan insólito que desconfiamos de ella.
Aun admitiendo que la típica trilogía -salud, dinero y amor- sea fuente de felicidad, apenas depende de nosotros. Mucho más seguro es aquello que podemos tener sin necesitar grandes recursos ni aspirar a cambiar de condición, porque, si sabemos buscarlos, tenemos muchos motivos para ser felices. Pequeñas cosas que nos rodean y que están ahí sin apenas hacerse notar, una conversación con los amigos, una caricia aceptada, una lectura, esa música que nos conmueve, un paseo solitario, un vino compartido, una entrega a la nostalgia. Ya Borges había observado que la felicidad es más frecuente de lo que pensamos: no pasa un día sin que estemos por un instante en el paraíso.

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