miércoles, 11 de julio de 2012

La mina y los mineros

Por las cuencas mineras ha vuelto a asomarse el ángel de la desesperanza, y con él su acostumbrada compañía de ira y violencia. Como uno cree que las referencias personales no siempre están de más, se va a permitir una sin demasiada importancia. La mina ha sido la primera realidad social de mi vida. En mi familia todos eran mineros, y desde siempre he tenido los ojos familiarizados con la visión de aquellas figuras negras, que volvían cada tarde con las ropas sucias y el gesto tremendamente cansado. Mi mirada de niño se acostumbró a aquellas caras ennegrecidas en las que los ojos y los dientes irradiaban una claridad totalmente desconocida, que el agua después se encargaba de borrar. He visto su vida y sus actitudes, siempre desde la distancia y sin comprender cómo era que otros niños podían tener unos padres como aquellos, porque el único que no era minero era el mío. Luego, la vida me llevó por derroteros muy distintos y muy lejanos, pero algo de aquello me quedó para siempre. Y así, he de confesar que, cuando escribí mi libro Esta tierra en que nacimos, el capítulo dedicado a la mina fue el que me salió con una pasión más intensa.
¿Y qué tiene la mina de mágico? No lo sé. Sí sabemos lo que tiene de antihumano, en el más primitivo sentido del término, porque el hombre no está hecho para andar por dentro de la tierra. El hombre es un ser de luz y aire libre, de horizontes abiertos y claridad, y la mina le niega todo eso. Y quién sabe si esa es la razón de su magia. La mina, que ha fascinado en todo tiempo a poetas y artistas, tanto a los ajenos a ella como a los propios; es interesante ver cómo este hombre, situado por la propia esencia de su condición al borde de la misma realidad física, ha buscado tan a menudo refugio a su incertidumbre en la poesía, como si la belleza que se le niega allá abajo le fuera tan necesaria que tuviera que fabricársela él mismo.
En el sentir minero asturiano siempre cabalgan dos componentes irrenunciables: la política y tragedia. La revolución y la muerte. Si en la mina de otros ámbitos se canta al trabajo en sí, en la asturiana se canta en función de lo que tiene de símbolo político o social. Se resalta la injusticia y la opresión. Lo minero se asocia a conflictos sociales, a huelgas, a reivindicaciones casi siempre violentas, a dinamita; se toma su nombre como imagen de lucha o de denuncia de la situación política; esta es su historia.
Hoy, cuando a la figura del minero se le ha desprovisto ya de casi toda connotación ajena a sí mismo, hay varias duras realidades, que no admiten interpretaciones subjetivas: una, que el carbón ya no es el producto indispensable que era; ni los barcos ni los trenes ni los hogares ni apenas las térmicas lo necesitan; otra, que las escasas explotaciones que quedan dan un carbón escaso, caro y malo, y que resulta mucho más rentable traerlo del exterior. Qué porvenir puede tener. Puede entenderse que defiendan su situación incluso con su violencia acostumbrada, pero también cabe entender que otros miles de parados se pregunten por qué a estos hay que mantenerles artificialmente el empleo. Y encima, la maldita crisis.

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