miércoles, 2 de noviembre de 2011

Fiesta de difuntos

Todavía hoy los calendarios señalan la fecha del 2 de noviembre como Día de los Difuntos. No es mal logro, viendo que los vivos cada vez parecen estar más convencidos de que el estado de difunto no tiene más trascendencia que la de permanecer en el recuerdo de quienes tengan algún motivo para añorar su presencia. Los Novísimos han perdido su prestancia. Ya no son tema de preocupación. Ya no asustan a nadie ni son causa de insomnio, como le pasaba a aquel artista adolescente de la novela de Joyce. No están de moda. Lo que ahora está de moda es Haloween, que es una fiesta viajera y tornadiza como pocas. Nació en la vieja Europa, allá cuando se miraba al cielo estrellado con temor, se fue América y volvió a nosotros, aunque convertida en parodia, de la mano de la enorme fuerza expansiva que suelen emplear los norteamericanos con sus cosas. O sea, que en definitiva es una reliquia de los ritos celtas, que ya se preocupaban de esto mucho antes de la llegada del cristianismo. Se ve que la inquietud por lo que va a ser de nosotros en la otra orilla viene de largo y de muy profundo.
El Haloween ese viene a ser como una fiesta de difuntos en la que lo que menos importa son los difuntos. Ni un recuerdo para ellos, ni lágrimas de ausencia, ni plegarias por su descanso eterno. Más bien es un carnaval en el que son los muertos los que se ponen las máscaras. La muerte se disfraza de muerte. Caretas, calaveras, esqueletos, calabazas encendidas y cosas así, mientras que aquí nosotros andamos con claveles, crisantemos, dalias o violetas. Si se trata de tomarse a broma a la que no admite ninguna, por qué no enfadarla dándole una imagen contraria a la que tiene; uno, por ejemplo, preferiría encontrársela como la guapa peregrina de La dama del alba. Además, para recrear una procesión de espíritus no nos hacía ninguna falta dejarnos avasallar por el imperio, porque aquí ya teníamos la Santa Compaña y la Güestia, que son de condición más familiar y ya sabemos algo sobre cómo tratarlas. Y si no, mejor seguir con nuestra tradición de representar el Tenorio, que el espectro que allí aparece al menos tiene un espíritu poético.
El caso es que estamos en el día en que, de cualquier manera que se diga, la fatal verdad sigue siendo la misma. Cinis es et in cinerem reverteris, o sea, señores del Banco Europeo y de sus congéneres que se dedican a exprimirnos a gusto, que somos ceniza y a la ceniza volveremos. Para eso no vale la pena romperse el intelecto con la teoría parmenidea de lo que es y no es, que los griegos siempre fueron gente amiga de buscarle el fin último a las cosas, y el fin está a la vista: ceniza y sólo ceniza. Pues eso. Nos queda el consuelo de intentar ser polvo enamorado después de haber sido un alma prisionera de un dios, venas que han generado intenso fuego y médulas ardidas gloriosamente. Y a propósito, este Quevedo, estarán de acuerdo conmigo, es un poeta inalcanzable.

No hay comentarios: