martes, 2 de agosto de 2011

Tiempo de vacaciones

Estamos en tiempo de vacaciones, es decir, en el tiempo en que se nos hace preciso llenar el cuerpo de fuerzas renovadas y la andorga del espíritu de nuevas sensaciones para poder sobrellevar buenamente lo que después venga. La andorga del espíritu viene a tener las mismas exigencias que la del cuerpo y es más difícil de satisfacer. Cada cual trata de llenarla en función de sus inclinaciones y de sus criterios, y que luego salga lo que sea. Hay a quien le gusta tumbarse y quien necesita moverse, quien no puede estar si no es entre la multitud y quien procura la soledad, quien busca aturdirse y quien busca meditar, quien adora el abigarramiento playero y quien suspira de hondo gozo ante los espacios infinitos y solitarios. Y como esta España nuestra es tierra de posibilidades más que regulares y de recursos sin cuento, a todos da satisfacción y con todos cumple.
Una mayoría total y absoluta tiene sus preferencias puestas en el sol y la arena; lo primero que meten en el equipaje es el bronceador y lo último una guía artística. Corren todos al mismo lugar y al mismo tiempo: las playas del Mediterráneo. Si esta península fuera una balsa, sin duda en agosto se escoraría peligrosamente a estribor.
Los que creen que pasarse quince días sin más quehacer que procurar tostarse la barriga es el modo más perfecto de hacer el idiota, son minoría manifiesta y, desde luego, más trashumante. Su afán está en los grandes centros artísticos e históricos del interior, en los senderos de la montaña o en el vagabundeo por esos mundos de Dios.
Llenar el morral de dentro es el objetivo de buena parte de los peregrinos vacacionales. Para otra buena parte el objetivo es vaciarlo. Y a ambas cosas nos aplicamos unos y otros con liberalidad, unos por auténtica necesidad, otros por mimetismo, algunos por mantener el tono, pero todos con el ahínco de quien sabe que está en un tiempo efímero.

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