domingo, 19 de septiembre de 2010

Parábola de la vieja casa

Mi amigo me dijo que quería enseñarme algo y me llevó a través de un camino que discurría entre casas de tamaño y aspecto muy variados, hasta una de las más curiosas de todas. Se encontraba en un extremo del pueblo, algo alejada del centro, aunque bien comunicada con las demás. Vista desde fuera, parecía realmente una magnífica mansión. Estaba rodeada de mar en casi toda su extensión, excepto por un pequeño trozo que la unía al poblado. Aunque no era excesivamente grande, era lo suficiente para ser una de las mayores. Era también la más luminosa y soleada de todas, y la de estancias más variopintas, y la de habitantes más hospitalarios, y hasta la más extraña, según había quien decía. Y, por todo ello, la más visitada. Tenía hasta diecisiete habitaciones, más dos pequeños cuartos, pegados ya a una casa vecina. En el centro estaba situada la estancia principal, que no era la mayor, pero sí la más suntuosa, la que albergaba las obras de arte más importantes y la que servía de aposento a la gente principal; por su situación y condición era paso casi obligado para todos. Las demás habitaciones eran también hermosas, unas más que otras, todas distintas entre sí, diversas todas en tamaño y ambiente, sombrías unas y soleadas otras, algunas con vistas al mar y el resto a la montaña, cada una con el recuerdo de un pasado que se adivinaba abrumador. Mi amigo siguió:
-Esta casa fue construida por una familia de larga historia y de carácter fuerte, quizá porque se pasó media vida en el brete de tener que expulsar a tantos como quisieron ocuparla por la fuerza. Han sido siempre gente de enorme talento, pero de un talento intuitivo. Sus acciones generalmente tuvieron más que ver con la pasión del instante que con los esquemas racionalizados. Prefieren el gesto repentino y brillante al agónico esfuerzo del trabajo perseverante. De esta familia han salido algunos de los más grandes escritores y artistas, también personajes de la milicia y la Iglesia, buenos deportistas, los mejores toreros, músicos ilustres. Es para tenerle respeto ¿no? Pero esta casa es curiosa en todo. Ellos dicen que Adán les asignó la envidia como pecado original. No. Su pecado es otro mayor, mucho mayor: la complacencia en la autodestrucción. Son campeones en hablar mal de sí mismos. Disfrutan creyéndose los peores de todos. Tal parece que busquen ser compadecidos continuamente, como si estuviesen afectados por algún atavismo mendicante. Sus hazañas fueron atentados contra otros, sus cosas apenas tienen valor si es el de fuera quien lo dice, todos sus vecinos son más listos y más cultos y más guapos. Una permanente actitud de cuestionarse hasta el mínimo hecho; una necesidad inmanente de justificarlo ante los demás. Es una pena.
Cuando salí, vi que la casa tenía por nombre una hermosa palabra de seis letras, a la que una eñe daba una bella sonoridad.

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