miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los menores

Las noticias que leemos cada día sobre casos criminales protagonizados por menores son para que salten todas las alarmas sobre el futuro de nuestra sociedad. Ya no son los actos de indisciplina propios de la edad, ni la típica rebeldía sin causa, ni siquiera las gamberradas de siempre, que en mayor o menor medida nos afectaron a todos en esa bendita etapa; no, ahora es la violencia, la extorsión, el abuso prepotente y hasta el asesinato. Los profesores se están viendo convertidos de educadores con autoridad en víctimas desarmadas; los padres, suponiendo que no estén ignorantes de lo que tienen en casa, se ven impotentes ante el monstruo que se les enfrenta con toda desvergüenza, y la sociedad asiste a todo ello sin hacer el menor gesto de exigencia ante los poderes que han posibilitado esta situación.Nos estamos equivocando. Hacer unos planes de estudio carentes de contenidos morales, esa función que antes cumplía la enseñanza de valores religiosos, supone desarmar a nuestros jóvenes de principios y referencias éticas. Desterrar, en aras de un falso progresismo, conceptos como disciplina, esfuerzo, sacrificio, es vaciar su personalidad de recursos para enfrentarse a la vida. Resulta significativo que los mayores problemas se den en la escuela pública y no en la privada. Y para colmo, ahí está esa seráfica Ley del Menor, que nació ahogada por el exceso de buenas intenciones y por la ausencia prácticamente total de carácter punitivo, como si fuera dirigida a unos seres angelicales que de vez en cuando pueden cometer alguna pequeña travesura.
No todo puede basarse en el castigo, es claro. La educación familiar, el ejemplo social y el sistema educativo están en la base de todo, pero tampoco puede ofrecerse alegremente la impunidad al menor que delinque, aunque no sea más que por respeto a sus víctimas. La lección de la responsabilidad hay que aprenderla pronto.

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