miércoles, 21 de julio de 2010

Los niños del verano

Están nuestros parques más llenos que nunca de niños y de abuelos, más animados con acentos distintos y palabras y preguntas infantiles sobre procedencias, nombres y planes para la tarde. No son turistas. Sus visitas no engordan las estadísticas de visitantes a nuestra región ni contribuyen a las cuentas de resultados del sector hostelero. Son los hijos de los hijos que se fueron a buscar en otros pagos el trabajo que aquí no encontraban. De nuestros jóvenes emigrantes, esos que nuestra alta clase dirigente vino a incluir en el grupo de leyendas urbanas. Algunos ya ni siquiera han nacido aquí, y el único contacto que tienen con nuestra tierra son esos dos meses de verano, cuando el calor aprieta en sus lugares y las vacaciones escolares los convierten en un problema para sus padres, y entonces, claro, qué mejor que irte a Asturias con los abuelos. Y aquí están, llenando temporalmente el hueco que dejaron sin saberlo.
Cuando las cosas están mal, y vaya si lo están, tener unos abuelos "en el pueblo" es un verdadero lujo. Supone contar con un último recurso para poder hacer la escapada de vacaciones, aunque sea a un lugar sin sorpresa posible, pero sobre todo la oportunidad de dar a sus hijos un verano completo dejándolos en manos queridas, seguras y generosas. Puede que sea este el rostro más positivo de la emigración juvenil, el único acaso. Es un trueque a tres bandas en el que, con todas las excepciones que cada uno conozca, todos salen ganando, y eso dejando aparte los aspectos emocionales, que es mucho dejar. Los padres porque solucionan un problema que en otro caso tendrían muy difícil solventar. Los niños porque se les abre un mundo nuevo sin rupturas familiares y sin ver interrumpido el hilo de sus afectos. Y los abuelos porque sí. Porque resulta que la vida es un camino hacia atrás. Porque a medida que uno avanza por él siente el impulso cada vez más exigente de mirar hacia los momentos de su inicio, y en esa mezcla de añoranza, recuerdo y reflexión asombrada sobre la brevedad de los años anda el último tramo. Ahora tiene ante sí el espejo de aquellos primeros pasos que él anduvo, encarnados en alguien que forma parte de su propia continuidad. Y si el que está de vuelta debe fijarse en el gesto del que va de ida, mayor motivación encontrará en este caso. La vieja casa, vacía de ruidos durante tantos años, vuelve ahora a llenarse con gritos y zalemas renovados; aquellos conocimientos semioxidados han de volver a activarse para ayudar en los deberes veraniegos; aquella paciencia que se creía debilitada vuelve a fortificarse, y esos días, que acaso se sucedían dentro de una oscura y resignada monotonía, adquieren de nuevo un brillo con luces y sombras que los vivifica.
Bienvenidos sean esos niños del verano, que tendrán a Asturias en una zona ambigua de sus sentimientos, pero siempre como primer reserva en el banquillo de sus quereres, y que quizá nunca entiendan por qué sus padres abandonaron esa tierra en la que se pasa tan bien durante el verano.

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