martes, 9 de febrero de 2010

Por encima de la conciencia

Aplastar la conciencia propia en aras de otros, acallar su voz para no verse expulsado del rebaño y de la posibilidad de seguir pastando tranquilamente, anular sus convicciones más personales para no aparecer como un rebelde disidente, esa es la desgraciada función que la mayoría de los políticos se ven obligados a ejercer una vez deciden dedicarse a esta actividad. Se vota en el Congreso una propuesta cualquiera, sea una gran obra que beneficiaría a la propia región o una de esas que cuestiones que rozan lo moral y que afectan a las convicciones más íntimas. El jefe del grupo hace una señal con los dedos indicando el sentido del voto, y el beneficio de la región y la voz de la conciencia se van a freír churros. ¿Cómo van a oponerse estas trivialidades a la suprema voz de su amo? ¿Qué importancia pueden tener las pequeñas verdades personales ante la verdad absoluta que encarna el sumo sacerdote del partido?
Se cuenta que, en 1873, Nicolás Salmerón dimitió de su cargo de presidente de la I República porque su conciencia no le permitía firmar una pena de muerte. Se cuenta porque es un caso tan infrecuente en la clase política que continúa siendo un referente solitario, sin descendencia. ¿Cuántos, por ejemplo, han tenido que poner tapones en los oídos de su conciencia para dar su voto afirmativo al aborto, aun a costa de violar sus propios principios?
Dura servidumbre del político esa que le impide ejercer lo que él mismo tiene como bandera: el derecho a la libertad. En este caso la libertad de conciencia, quizá la más necesaria de todas las libertades.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se debe reformar el sistema electoral, de modo que los políticos dependan de la ciudadanía en su conjunto, no en las cúpulas de los partidos. Recuérde el reciente problema con la Ley de Aborto y la conciencia de Bono; con otro sistema, él podría haber votado de acuerdo con sus convicciones, sin temer represalias por parte de sus correligionarios.

libreoyente dijo...

Totalmente de acuerdo con anónimo. Se debe reformar la ley electoral, eso es un auténtico clamor popular, y en desoirlo es en una de las pocas cosas en que los partidos se ponen sistematicamente de acuerdo.
Ahora bien, otra cosa también importante es que los ciudadanos hemos de tomar una postura mucho más activa.
Se aproximan elecciones, y al ciudadano libre se le plantea el dilema de siempre: ¿a quien votar?. Por favor, exploren la opción titulada "votoenblanco". No es votar en blanco, es votar una lista cuya papeleta se titula "votoenblanco", y cuyo programa electoral es promover las listas abiertas, y en tanto eso no sea posible, los escaños que se obtuvieran quedarían vacios, como testimonio, y para vergüenza de quien la tenga.