sábado, 11 de octubre de 2008

La vejez

La vejez debe de ser el único sitio al que nadie quiere llegar, pero al que tampoco hay nadie que no quiera llegar. El camino hacia la vejez no lo anda uno libremente y eligiendo bifurcaciones a su antojo; es de dirección única y no es posible detenerse en él ni para tomarse un breve respiro. Se ha dicho que saber envejecer es una de las obras maestras de la sabiduría. Debe de ser también una de las más difíciles, a juzgar por el empeño que ha puesto siempre el hombre en evitarlo. La vejez puede que sea un tiempo de mirada serenamente distanciada y de pasiones sosegadas, pero la humanidad se ha pasado casi toda la Historia intentando eludirla. Las antiguas leyendas nos hablan de largos viajes en busca de la fuente de la eterna juventud; alquimistas y chamanes de todos los siglos buscaron con fervoroso ahínco el elixir mágico que pudiera vencer el tiempo; Fausto vendió su alma al diablo a cambio de recuperar la mocedad perdida; en los años 60 hizo furor el gerovital de la doctora Asland, que convirtió a Rumanía en meta de peregrinación de conocidas figuras cargadas de años y de dólares; en la actualidad, las clínicas de cirugía estética tienen las listas de espera cada vez más largas. O sea, que todos deseamos llegar a viejos, pero ninguno queremos serlo.
Más que un tiempo de la vida, la vejez es un estado del espíritu. Cuando se comienza a abandonar la pregunta de "por qué no" por la más profunda de "qué", cuando uno ya no se deja engañar por sí mismo, cuando el error ajeno es un recuerdo del propio, cuando se empieza a actuar como viejo, entonces se es viejo. Y ahí de nada valen los regates al tiempo ni las peticiones de ayuda al bisturí contra el calendario, que es como querer ponerle una portilla a un torrente. No sé si habrá engaño más patético que el de tener un cuerpo septuagenario con un rostro veinteañero, o una mente madura encandilada por rayos fugaces que nos fascinaron cuando no sabíamos que lo eran, y, sin embargo, estamos viendo todos los días cómo hay quien prefiere aceptar el engaño antes que aceptar la verdad del tiempo.
La vejez es el momento de echar mano de lo que se ha sabido acumular a lo largo de los años. Las sensaciones, las experiencias que fueron cayendo sobre nosotros como los granos de un reloj de arena, los quiebros hechos a la vida, los gozos reídos y las lágrimas lloradas, todo contemplado ahora por una mirada que ha ganado en distancia y hondura y se ha enriquecido con ese toque salvador de escepticismo que un joven jamás podrá tener.
"Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened viejos amigos", aconseja Alfonso X, al que por algo llamaron el Sabio. Llegar a viejo, más que una condena es un privilegio, no por el cuerpo, claro, sino por la facultad de contemplar la vida del modo que sólo puede contemplarse desde ese único punto de observación. Y en último término, envejecer es, por el momento, el único medio que se ha descubierto para vivir mucho tiempo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantastica reflexión sobre la vejez. Enhorabuena por el blog, cada post es mejor que el anterior

Anónimo dijo...

Recien descubrí este blog y ya soy un seguidor. Mis felicitaciones por este ultimo post, el mejor de todos
Dede Caracas

Anónimo dijo...

Me ha encantado su artículo, gracias por subir este post