viernes, 3 de octubre de 2008

Dígalo sin miedo

No sé, pero da la impresión de que cada vez tenemos menos opiniones propias. Tanta presión mediática, tantos críticos dictando normas sobre los gustos, tantas voces pontificando sobre lo divino y lo humano, están consiguiendo que cada vez haya menos que se atrevan a exponer su criterio, sobre todo si se refiere a cuestiones estéticas, por temor a ser considerados unos ignorantes. Vivimos la dictadura de unos cuantos, que establecen qué pintor nos tiene que gustar por ley o ante qué corriente estilística tenemos que admirarnos. Lo políticamente correcto tiene su equivalente en lo estéticamente correcto, que es bastante más grave.
Puede que haya sido así siempre, pero cuando el arte no había salido del ámbito de lo humano no importaba. El arte cercano al hombre produce emociones, de cualquier signo que sean, y con ello cumple una función que le es inherente. Cuando se aleja, el contenido suele hacerse incomprensible y sólo importa la firma; si es una firma famosa, la obra es buena; si no, nada. O sea, que la excelencia artística está en manos de los medios. Una aberración.
Es evidente que los gustos pueden educarse y que sobre gustos sí hay mucho escrito, pero en última instancia hay que atender al grado de conmoción que produce la obra dentro de nosotros. Si nos deja indiferentes, esa obra no ha cumplido su misión, y decirlo en voz alta no es ningún signo de ignorancia. Si usted, por ejemplo, cree que lo que hacen la mayoría de los modistas no son más que absurdas extravagancias sin sentido, si algunos poemas de Alberti le parecen escritos por la chacha que vino del pueblo, si ve en Warhol un simple cartelista, y no de los mejores, si en un cuadro de Miró no encuentra más que rayas y colores, por más que se lo acompañen con un brillante alarde hermenéutico, o si piensa que la música atonal no es más que una sucesión de chirridos, no se acompleje, porque es usted quien tiene razón. Las palabras son tan flexibles que obran prodigios con los conceptos. A unos garabatos de Tàpies hechos a brocha gorda se les llama "caligrafía espiritual", y ya se les elevó de categoría conceptual, aunque siguen siendo unos garabatos. Un cuadro en un museo es, probablemente, el que tiene que escuchar más tonterías en todo el mundo, decía Goncourt. Como sabemos que detrás de todo esto no existe más que un inmenso mercado en el que lo que menos cuenta es el concepto de arte, no quitemos la primacía a nuestro criterio, aunque suponga ir contra las opiniones establecidas y casi siempre interesadas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy en concordancia con tu post de fecha 4 de septiembre, si todos lo hicieramos asi industrias como la de la moda se llevarian un buen golpe