El aire que se lleva las hojas del
calendario es el único que es constante en su fuerza y puntual en el tiempo. Ya
se han ido las mimosas y los ciclámenes, que esas son flores a contracorriente,
y están iniciando su marcha las azaleas después de haber atisbado la esperanza.
Llegan ahora margaritas, cristalinas y prímulas, que son flores primerizas y
con prisa, y se preparan hortensias, rosas, lilas y narcisos, y pronto estará
completa toda la corte de esta dama vanidosa y bella, desde el humilde jaramago
hasta su majestad la camelia. La flor de alta alcurnia y la sencilla flor que
ilumina de colores los campos recién estrenados, las dos como un milagro
renovado, símbolo confeso de tantas imágenes y del jamás colmado anhelo
palingenésico del hombre. Que sigan siendo definición y metáfora, que para algo
habrá de servir a nuestra comprensión, y que nadie recuerde que en el fondo
todo se debe a una inclinación circunstancial del eje de rotación de este
planeta atípico.
No hay juego más sencillo de entender que
este de la vida, en el que todo consiste en una sucesión continua de
nacimiento, muerte y renovación. Quizá sean las únicas reglas que no admiten
ninguna excepción, ni siquiera para ser confirmadas. Nuestra visión global del
mundo según un principio antrópico nos impide asomarnos a él desde un balcón
ajeno, y por eso nos parece perfecto, pero en este único mundo que tenemos la
vida basa su propia existencia en la acción consecutiva de nacer, morir y
renacer. La vida en general, no la del hombre, al que sólo se le conceden los
dos primeros actos. El hombre jamás podrá admirarse ante su segunda primavera.
Y en el bosque y en los retamares ya se
han despertado a la vida aquellos a los que el frío durmió, y al celo todos,
porque esa es condición previa de la vida misma. Pronto volverán los que se fueron
en busca de inviernos más llevaderos y comenzará de nuevo el camino anual hacia
la plenitud. No es fácil escapar de la alegoría ni siquiera como fuente de
inspiración; ahí está esa infinita canción que poetas, pintores y músicos
dedicaron a la primavera a lo largo de todos los tiempos, como si fuera la
deidad de un panteón creado exclusivamente para adoradores de la belleza. Pero
la flor que se abre y mil flores surgiendo y un campo cuajado repentinamente de
colores no ofrecen muchas posibilidades de definición, ni siquiera para la
palabra. Quizá la imagen más aproximada de la primavera sea la que dio un poeta
japonés: "La flor cae de la rama y vuelve a la rama. Ah, no; es una
mariposa".
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