miércoles, 8 de septiembre de 2021

Covadonga

Para el visitante que llega por primera vez a Asturias todos los caminos conducen a Covadonga. Para el historiador que pretende desandar el largo proceso que concluye con la recuperación de la unidad española en 1492 y se inicia con su ruptura tras la destrucción del reino visigodo en el 711, todos los caminos conducen a Covadonga. Para el asturiano que se entrega dócilmente a sus resortes de primigeneidad e identificación, sin análisis ni críticas, todos los caminos conducen a Covadonga. Y Covadonga, encastillada en su mito y guarnecida por las actitudes, resiste bien todas las miradas y no defrauda a ninguno. Todo mito nace de una necesidad y, en su origen, mientras el grupo social lo abona y lo riega amorosamente, tiene todas las características y las consecuencias de lo verdadero, al menos para la comunidad que lo fomenta. Son la perspectiva y el rigor histórico los que habrán de desenmarañar la confusa urdimbre de hilos que el tiempo fue entrecruzando, hasta dejar a la vista, clara e insobornable, la lectura del tejido primitivo. En el caso de Covadonga esto se vuelve particularmente difícil.

Según quién opine, se habla de una simple escaramuza o de una encarnizada batalla, de un breve encuentro de montaña o de una heroica gesta con intervención sobrenatural incluida, de un bárbaro salvaje o de un caudillo providencial, de una anécdota más en la invasión musulmana o del solemne momento en que se salvó la civilización cristiana occidental. Una vez más será necesario aplicar el sentido común y la eterna ley de la media proporcional y llegaremos a la conclusión de que la verdad discurre por el camino del centro, pero hay un hecho que no admite duda: a partir de este momento, la población astur abandona el terreno puramente etnográfico e ingresa en el político e histórico. Y otro: que 1.300 años después se sigue celebrando aquel hecho como el día que simboliza la esencia del ser asturiano.

Es esta una buena fecha para detenernos a ver el presente y reflexionar sobre el momento en que estamos. Una sombra de desesperanza parece invadirlo todo; la ilusión por el futuro se vuelve débil; apenas parece haber más horizonte para nuestros jóvenes que la búsqueda de nuevos aires. ¿Qué estamos haciendo? Las leyes de la causalidad no son ciegas ni confluyen sobre una tierra por ocultos caprichos. No podemos gastar fuerzas y dineros en objetivos absurdos, como ese de convertir en oficial una lengua artificial que nadie habla. Hay que pedir ante todo a nuestros políticos una visión amplia que sobrevuele las miserias partidistas, porque voluntad y capacidad habrá que suponerles.

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