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Santa Cristina de Lena |
Asturias hace su entrada en el gran libro de la cultura occidental
de una forma humilde, pero singular, con una modesta campanada cuyo eco aún
retumba mil años después. Hijo de nadie y de todos, nacido en un rincón del
viejo Imperio y en otro rincón aún más pequeño de
El caso es que se trata de un regalo indirecto, hecho a Asturias por el Islam, que, al invadir tierras cristianas obliga a sus habitantes a refugiarse en nuestra tierra como último reducto y, claro, traen todo su saber constructivo y teológico, que era infinitamente mayor que el nuestro. Los recién llegados, en su propósito de restaurar el orden perdido, no sólo tratan de dar continuidad a las estructuras sociales rotas, sino que intentan reproducir en la nueva tierra el marco cultural de su reino y de su capital, Toledo. Antes del siglo VIII en Asturias no había edificios levantados con las más pequeñas pretensiones; de pronto, la región se cubre de monumentos capaces de perdurar y de admirar a los siglos siguientes. También en esto se anticipó a la metáfora del monje Glaber. Arte presciente, vaticinador, si es que un arte puede serlo, pero sí, miren la integración de los elementos escultóricos en los arquitectónicos o la concepción del espacio litúrgico; todo eso alcanzará su plenitud en el románico, pero ya está aquí anticipado. En sus escasos dos siglos de vida, el prerrománico asturiano ejemplifica a la perfección la teoría sobre las fases de la evolución artística. Es arcaico en Santianes, bello en San Julián, Bendones y Nora, sublime en el Naranco y en Santa Cristina, e imitativo en Valdediós, Gobiendes, Tuñón y Priesca.
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