miércoles, 7 de octubre de 2020

La memoria que vale

No sé muy bien por qué a veces se nos hace necesario echar mano de nuestros recuerdos y convertirlos en compañeros que nos reconforten. Sucede sobre todo en momentos como este, en que parece que todos los diablos se han conjurado para nublarnos el horizonte. Ahora, cuando aquellos que debían infundirnos confianza se dedican a hacer tambalearse las columnas que nos han sostenido en el tiempo más fecundo y próspero de nuestra historia reciente. No es nostalgia estéril ni siquiera añoranza de un pasado perdido para siempre. Es una necesidad de tener algo que nos pertenezca en exclusiva, inmune a toda injerencia ajena, como un reducto en el cual solo podemos penetrar nosotros y aquellos a los que queremos permitírselo. En el contraste entre la imagen guardada de ese tiempo ya vivido y la realidad del presente estriba una de las experiencias más gratificantes que tenemos a nuestro alcance, porque siempre está en nuestra mano la posibilidad de elegir a nuestro gusto el momento a evocar, incluso a sabiendas de que puede estar idealizado. 

La memoria individual tiene mucho de autodefensa. Miramos nuestro tiempo de ahora y tememos por lo que vemos en él, y como tampoco encontramos nada cierto en el que está por venir, nos agarramos firmemente a lo que tenemos seguro: nuestros recuerdos. En el fondo, lo que queremos es encontrarnos con que recordar no es más que volver a vivir de un modo más ordenado y más consciente aquello que se había vivido de una manera fugaz e irreal y casi siempre sin dejar sedimentar los sentimientos. Así se convierten en alimento que sostiene nuestras horas y reescribe las líneas escogidas de nuestra vida. Los recuerdos rehacen nuestra infancia, vuelven a hacernos presentes a quienes nos quisieron y a quienes quisimos, y recuperan lo que el tiempo se llevó menos los fracasos y los malos momentos, si queremos. Nos vamos llenando de recuerdos, muchas veces de modo inconsciente, y a medida que se va acortando nuestro tiempo, más grande se va haciendo el saco donde los guardamos. Es como un trasvase de sentimientos entre el presente y el pasado. Pueden pasar inadvertidos durante los días de vino y rosas, pero con los años se vuelven más poderosos y comprobamos que, cuando el mal nos cierra todas las salidas, nos sirven de consuelo. 

Podrán nuestros gobernantes imponernos leyes que se llamen de memoria histórica o democrática y dictarnos qué partes del pasado debemos echar al olvido o no, pero ese rincón de nuestra memoria donde guardamos lo que más queremos seguirá siendo la salvaguardia de nuestras emociones vividas.

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