miércoles, 12 de febrero de 2020

El futuro como meta

Cuando uno se detiene un momento a pensar en el tiempo en que le ha tocado vivir, se da cuenta de que el transcurrir de los años es una carrera detrás de una sombra que se aleja según nos acercamos a ella. Siempre tenemos el futuro como meta, y el futuro llega y no encontramos en él más que lo que teníamos en el presente, y volvemos a preguntarnos cómo será el nuevo futuro, y los que lo vivan sabrán que resultó ser el mismo de siempre. Parece como si los años, cuando se miran en gran cantidad y a distancia de futuro, tuvieran la facultad y hasta la obligación de renovar completamente la instalación vital del ser humano. Estamos ya en el siglo XXI bien entrado, pero aún no intuimos ni por asomos al hombre nuevo que alumbrará este milenio, por muchos esfuerzos que hagamos. ¿Cómo será el mundo en el 2120? Tenemos tendencia a imaginarlo muy ajeno al nuestro, poblado por personas con mentalidad, preocupaciones e inquietudes nuevas, y en las que hasta los sentimientos serán distintos. A lo mejor es que el futuro, al contrario que el pasado, no lo tenemos, y lo que no se puede tener suele parecernos prestigiado por un cierto halo de superioridad.
Estos años de nuestro presente fueron el futuro de otros, que a su vez lo imaginaron lejano, misterioso y cumplidor de anhelos imposibles entonces. En él se adivinaba la certeza de una nueva humanidad y un nuevo contexto, como consecuencia de un progreso inimaginable, o en todo caso, con la confianza de que cumpliría alguna ambición personal no satisfecha en su tiempo. Orwell fijó en 1984 el año de la entrada del hombre en una nueva era; Clarke tomó el 2001 como la fecha en que sería posible desarrollar una complicada odisea espacial; Stendhal escribió en 1835 que el único premio que pedía era el de ser leído en 1935; Ensor, en la treintena, quiso representarse a sí mismo en 1960, cuando tuviera cien años, y naturalmente pintó un precioso esqueleto.
Todas estas fechas ya se han superado y se superarán otras tantas y otras más que las generaciones venideras fijen como hitos, y no habrá situaciones nuevas ni hombre nuevo, porque el futuro llega cada día a velocidad constante y sin darnos cuenta, de forma que nunca podremos saber cuándo entramos en él. No hay saltos ni barreras ni señales, ni siquiera las que los hombres tratamos de fijar con nuestra numeración de los años y los siglos. El hombre del 2120 seguramente se extrañará de que nosotros sublimáramos su tiempo, porque ha entrado en él con el deslizamiento imperceptible con que se mueve la vida y no ha tenido ocasión de establecer una comparación por sorpresa.
No es el tiempo el que puede alumbrar un ser humano nuevo, sino el pensamiento; un pensamiento excepcional, genial, improbable, pero sólo él es capaz de modificar el estado espiritual y la conducta de la humanidad, según se ha comprobado a lo largo de su historia. Quizá, en el fondo, a todos nos gustaría poder atisbar como será la vida de los que anden por aquí dentro de un siglo, pero, dejando fuera los aspectos tecnológicos, seguramente encontraríamos un cuadro con protagonistas ya conocidos.

1 comentario:

Mónica dijo...

Qué maravilla..... podría haberlo firmado el Nobel Thomas Mann.....gracias por ofrecernos pensamientos y literatura con mayúsculas