jueves, 14 de enero de 2010

Los nuevos mercaderes del Camino

Ya está aquí otra vez eso que los avispados especuladores de la Historia han dado en llamar el Xacobeo, así, como marca comercial, como una gigantesca reestructuración de una vieja máquina en la que lo que menos importa es su esencia originaria, sus objetivos primordiales y el carácter que todo un milenio le ha impreso en sus entrañas. Porque hay contaminaciones más dolorosas que las que hieren nuestro medio natural o nuestros sentidos; al menos esas casi siempre son remediables, aunque sea a gran coste. Las penosas de verdad son las que contaminan sin ningún reparo bienes inmateriales, esos que se han ido asentando en el corazón de todos a lo largo de los siglos, y que hasta ahora creíamos fuera del alcance de las negras garras mercantilistas. Y que, una vez tocados, ya no tienen curación. Del mismo modo que la ley impide alterar un paisaje natural o un monumento, debería haber una norma que prohibiera modificar en beneficio propio los paisajes y los monumentos inmateriales que la Historia ha forjado y dotado de un carácter determinado. Pero a ver quién hace comprender todo esto a los políticos, si son ellos los más interesados.
El Camino de Santiago era acaso el legado histórico más limpio de intromisiones que teníamos hasta ahora. Su doble esencia, un sentido espiritual y una hermosa realidad física, habían sido preservados sólo para quienes quisieran recorrerlo movidos por alguno de los infinitos motivos que hay para ello. El que esto escribe, que acertó a andarlo poco antes de que cayeran sobre él los agentes contaminantes -y de cuya andadura dejó crónica larga y puntual-, no puede menos de dolerse por verlo convertido hoy en un simple modo de producción económica. Se anuncia el Camino como se anuncia un viaje a Cancún: con eslóganes turísticos, con ofertas y con modelos publicitarios; salen famosillos andando tres kilómetros para promocionarlo; anda como destino estrella por los escaparates de las agencias de viaje. Lo han reducido a una vulgar marca turística, con su logotipo oficial y con unos objetivos que tienen mucho que ver con criterios empresariales. Lo que resulta más curioso es ver a los políticos, esos tan laicistas, invitándonos a peregrinar.
Que ellos y los mercaderes echen mano, para conseguir sus votos y divisas, de otros medios. Que dejen en paz el Camino. La vieja ruta ya tiene bastante llamada con su propio silencio. El que se anime a tomar el bordón en Roncesvalles para llegar a Compostela, que lo haga por afanes culturales, por inquietudes religiosas, por motivos históricos, por amor a los espacios abiertos, por tratar de encontrar alguna respuesta, por simple curiosidad, pero no por moda, no porque lo pidan los políticos y las firmas comerciales, no por estar al día. Y mejor aún: que espere a que pase este dichoso Xacobeo y su farandulera bambolla, que el Camino lo agradecerá penetrando más profundamente en su espíritu, sea cual sea su condición y sus motivaciones.

No hay comentarios: