miércoles, 4 de noviembre de 2009

Vivir sin amor

Rezagol tiene trece años, una expresión en sus negros ojos de una energía impropia de su edad y unos sueños infantiles deshechos apenas recién nacidos. Sabe, más bien intuye, lo que es el amor, lo ha visto en las películas, pero es afgana y mujer, y por ello sabe también que está condenada a no vivirlo. Se han apropiado de sus ilusiones y de sus sentimientos, obligándola a casarse con un anciano al que ni siquiera conoce. Cuando llegó a su nueva casa no pudo soportarlo. Buscó una botella de gasolina, se la echó por encima y se prendió fuego. Salvó la vida, pero su cuerpo quedó tan afectado que ni siquiera puede andar. Sólo su cara se libró de las llamas. Pero su drama no acabó ahí. Ante el deshonor que suponía para la familia el hecho de intentar suicidarse para huir de su marido, sus padres la sacaron del hospital para ocultarla a todas las miradas. Menos mal que, tres meses después, y ante el peligro que corría su vida, otros parientes más comprensivos decidieron internarla de nuevo, aunque sin grandes esperanzas.
La crónica de la historia nos ofrece momentos de especial dureza para la mujer, especialmente en lo que se refiere al sometimiento de su voluntad y al acallamiento de sus impulsos más humanos, pero sólo es posible encontrar un estado de aniquilación semejante en las épocas en las que las ideas igualitarias derivadas del moderno desarrollo de una moral racional eran impensables. Se anula su voluntad, por supuesto, pero también su cualidad de ser humano capaz de amar según sus impulsos más íntimos. El amor ya no depende de ese azar maravilloso que entrelaza a su antojo dos ilusiones hasta su entrega total. Por amor se pueden hacer muchos desatinos, pero benditos sean. Mucho peores son los que se obligan a hacer por un amor impuesto, y más cuando se impone en la edad en que la vida se nos presenta como una llamada sugestiva, plena de promesas.
Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso. Estos individuos, que Alá los inspire, lo dan cada día, sobre todo en lo que se refiere a la mujer. No sólo la condenan a contemplar el mundo a través de una tela, sino a vivir sin amor. Rezagol es uno más de los cincuenta casos de autoinmolación que se han producido por la misma causa sólo en este año, pero hay tragedias ocultas que destrozan de otro modo. "Aquí no hay ni una sola mujer enamorada de su marido", dice un cooperante que conoce bien el país. Pobre sociedad la que elimina el amor como causa original de sus vínculos más primarios.
Uno no ha oído a los movimientos feministas ni siquiera un murmullo. Tampoco sabe cómo pueden encajar casos así en ese intento de aliar civilizaciones. Para que pueda haber una alianza de civilizaciones es preciso que las dos partes lo sean, es decir, que las dos estén civilizadas; si no, el resultado será un engendro, en el mejor de los casos, inútil y, en el peor, de consecuencias imprevistas. No resulta fácil ayudar a la solución de lo que no se comprende, y si aplicamos nuestra mentalidad de occidentales quién sabe qué daño podemos causar. Aunque seguramente nunca será mayor que el que ya le han causado a esa niña.

No hay comentarios: