jueves, 4 de septiembre de 2008

Quiérete a ti mismo

Al espejo hay que procurar no hacerle demasiado caso, sobre todo cuando no nos gusta lo que nos enseña. No es que debamos cerrar los ojos a la realidad ni practicar el viejo e inútil recurso del avestruz, no; la realidad es inseparable de nuestra percepción hasta el punto de que sin una no podría existir la otra. Lo que uno trata de decir es que la realidad de lo que vemos acerca de nosotros mismos no debe imponerse sobre nuestro ánimo ni condicionar nuestra actitud ante la vida.
Estamos en el tiempo de la entronización absoluta del dios cuerpo. Nunca nuestra pobre envoltura se ha visto obligada a seguir unos patrones tan rigurosos ni unas normas tan rígidas, y al mismo tiempo tan universales, como ahora. Prohibido envejecer, prohibido engordar; hay que ser guapo, joven y delgado, lo dicen unos cuantos individuos que parecen estar en el secreto último de la belleza, casi nada. Las revistas del colorín y los programas de la cutrevisión nos machacan con los productos creados por estos nuevos chamanes: un desfile de figurillas de palabra lela, eso sí, pero sin un gramo de más y con una distribución armónica de todo su género, aunque para ello casi todas hayan tenido que pasarse sus buenos tragos liftándose, liposuccionándose, inyectándose y remendándose. Lo que hay detrás de todo esto, el imperio económico que sostiene, la ausencia de toda reflexión ética ante el hecho de primar de forma absoluta lo material del hombre sobre su espíritu, la vacuidad que supone, su intrascendencia como factor del progreso humano, la inversión de valores, todo eso no cuenta nada ante el poder del mensaje. Nadie que no se parezca a esos cuerpos de semidioses tiene nada que hacer.
Las consecuencias que esto genera van más allá de la simple categoría circunstancial. Esa niña de trece años que se arrojó por la ventana, incapaz de soportar el remordimiento por haberse comido un trozo de tarta, no es más que un grado más de un drama terrible y vital. Pesaba 47 kilos, y su momento de debilidad ante el dulce constituyó la acción más grave de su existencia. ¿Qué se le podría haber dicho? ¿Qué palabras habrían podido modificar su estado de conciencia? Es posible que la anorexia tenga una causa somática más que psíquica; quizá los enfermos se vean a sí mismos con una imagen distorsionada, como ante un espejo trucado, pero si lo que ven encajase sin chirridos en la norma, no odiarían a su propia persona. La tragedia nace del culto a una norma tan absurda como interesada.
Quiérete a ti mismo. Mira a tu cuerpo con ojos de amigo y no le impongas nada extraño, que él es como es, y a mucha honra. Aprende a convivir con él, sea como sea, que al fin y al cabo es lo único que te va a durar toda la vida. Si te salen unos kilos y no te gustan, trata de quitártelos, pero sólo porque te parezcan mal a ti, no a los demás. Si eres calvo o tienes una nariz como un apagavelas, acéptate así con serena naturalidad, sin pensar en nadie. Uno de los secretos de la paz interior consiste en evitar que el cuerpo y la mente se odien el uno al otro, porque ambos son únicos y ambos conforman la indivisibilidad del ser. La armonía entre ellos es la armonía de uno mismo. Y en último término, al cuerpo no lo pueden fabricar ni las dietas ni el gimnasio ni el bisturí; lo fabrica el espíritu.

5 comentarios:

Fujur dijo...

Mira por dónde me encuentro con el blog de un escritor, de gran valía, y con sus textos (todos ellos de gran interés...). Definitivamente tengo largos ratos de lectura!

un abrazo!

Astur dijo...

Gran artículo

Anónimo dijo...

Que buen artículo. Por fin algo que intenta frenar el consumismo en lugar de fomentarlo, con las tv de LCD, los telefonos iphone, la consola, la psp, el estar siempre perfecta.
Mis felicitaciones por ese punto de vista tan humano.
Patricia Berrocal

Anónimo dijo...

Hello. And Bye.

Anónimo dijo...

Hello. And Bye.