miércoles, 9 de julio de 2008

Reclamación de lo obvio

Uno, que jamás en su vida se había adherido a manifiesto alguno, acaso porque el número de sus certezas absolutas siempre fue más bien escaso, lo ha hecho ahora con la conciencia gozosa y sin el menor atisbo de reserva. Y el caso es que, para ser el primero, resulta ser un manifiesto a favor de la obviedad. Lo obvio no se pide; adquiere realidad por sí mismo, se encuentra ante nosotros y condiciona nuestras decisiones hasta someterlas todas a su sola presencia. Algo falla cuando hay que reclamarlo. Algo habrá que preguntarse cuando es necesario un manifiesto para exigir la obviedad de que en España se enseñe el español. Lo que sería impensable en cualquier país europeo, aquí adquiere carta de cotidianeidad. Que en una nación que ha sido capaz de crear un idioma universal, imprescindible en la historia de la literatura y floreciente tanto en su extensión como en su creación, tengan que ser los colectivos sociales los que lo defienden para que no desaparezca de algunas zonas de su propia tierra, supone un fracaso absoluto de su clase política y la evidencia de que los ciudadanos no están enfermos de los complejos que atenazan a sus dirigentes. Lo que comenzó al principio de la transición como un generoso intento de proteger las lenguas regionales y de conseguir una grata convivencia con su hermana mayor sin ninguna connotación política, terminó convirtiéndose en una imposición excluyente que deja pequeña a la que ellas sufrieron en algunos años pasados. Es la obra de unos políticos cerriles y biliosos, con vocación tribal, a quienes no les importa privar a las nuevas generaciones de un instrumento de comunicación universal con tal de poder usar su propia lengua como estandarte de sus ensueños nacionalistas. Mientras, ellos llevan a sus hijos a los mejores colegios bilingües.
No es que el español vaya a desaparecer de esas regiones. Su inercia es demasiado poderosa y su pujanza lo suficientemente vigorosa para bastarse a sí mismo. No hay más que darse una vuelta por Cataluña o el País Vasco para comprobar que sus ciudadanos, en contra de sus dirigentes, no conciben una situación social sin él, ni tampoco lo pretenden. Lo preocupante es que ese esfuerzo de erradicación se realiza con el propósito de eliminar el principal elemento de cohesión nacional, fútbol aparte, en la certeza de que, una vez conseguido, ya todo será más fácil, porque las demás ligaduras -historia, sentido de pertenencia común, tradiciones y costumbres compartidas- son más fáciles de desatar. Si para eso es preciso privar a los padres del derecho a educar a sus hijos en la lengua de todos, menoscabando el principio de igualdad, pues se priva, y además con gesto satisfecho.Parece que el manifiesto está teniendo un número de adhesiones que desborda todo lo previsto. A ver. Alguien ha dicho que un político se diferencia de un estadista en que, mientras el primero piensa en las próximas elecciones, el segundo piensa en la próxima generación. Pues esta parece una buena ocasión para saber si tenemos estadistas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el comentario. Los sigo con interés desde hace tiempo y suelo estar de acuerdo con usted en todo. Gracias por regalarnos su prosa.
Alfredo, Buenos Aires