miércoles, 28 de diciembre de 2022

Qué gran día

Hoy he decidido gastarme una inocentada a mí mismo. Debe de ser hermoso penetrar en un espacio creado desde las mejores ilusiones de cada uno y habitar en él aunque sea un  solo día al año, y hoy es ese día. Quiero engañarme  y vivir  por un momento despreciando la actualidad que nos acongoja el ánimo y hace que apartemos la mirada de todo lo que de bello y entrañable nos ofrece la vida. Por un momento, la pringosa capa de miserias que destilan los noticiarios se va a quedar suspendida y va a ocupar su lugar la imagen de lo que bien podría ser si todos quisiéramos.
Hoy el día ha amanecido con un tono sereno y un no sé qué prometedor, y hasta las calles, tan desapacibles siempre en la madrugada, parecen dar una acogida más cálida a quienes tienen que pisarlas a esta hora. Veo a un joven que cede el asiento a una señora mayor en el autobús, que un policía pone una multa a un motorista por el ruido que hace su moto y a otro que llama la atención a unos mozalbetes por pintarrajear un banco del parque, y hasta veo a un ciclista que respeta las señales de tráfico. Me encuentro con un antiguo compañero al que hace tiempo que no veía y noto en sus ojos que se alegra de verdad de verme. Me dice que al fin sus hijos han encontrado un trabajo estable, y que el juez de familia que lleva el divorcio de uno de ellos hizo algo insólito: fallar en contra de la mujer.
Reconforta ver los telediarios y leer la prensa; se ve en el país un ambiente de sosiego y ganas de evitar la crispación y de trabajar juntos. Los políticos no se insultan ni buscan las debilidades del otro; al revés, tratan de fortalecer la conciencia nacional y el orgullo de lo nuestro; incluso los nacionalistas han dejado de mirarse tanto el ombligo y están dispuestos en el progreso conjunto de España. Los sindicatos se plantean renunciar a sus subvenciones para poder dedicarse sin ninguna servidumbre a su función de defender a los trabajadores y las cadenas de telebasura han recuperado el concepto de la dignidad y prometen emitir de vez en cuando algún programa que no haga sentir vergüenza ajena; incluso los de la Sexta están dispuestos a dar alguna noticia positiva sobre España. La ministra de Educación ha propuesto  recuperar el estudio de las humanidades y asegura que tratará de llegar a un acuerdo para tener una ley educativa de ámbito nacional, aceptada por todos. Para colmo, el presidente del Gobierno ha dicho que a partir de ahora va a cumplir lo que prometa y que no pensemos que esta es otra promesa que no va a cumplir, y lo ha dicho con voz humilde y nada engolada.
Qué gran día he vivido, pero mañana ya será 29. 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Tiempo de paz

De paz y felicidad, al menos en los saludos y los deseos. Qué bien nos suenan esas expresiones tan propias de estas fechas. Estamos necesitados de palabras amables que nos laven la costra de desencanto que nos deja cada día la realidad en que vivimos y que muchos se empeñan en hacer aún más amarga. Que se callen de una vez los que insultan y ofenden desde las tribunas donde los hemos puesto con nuestros votos, que se avergüencen al oírse a sí mismos, que hagan una pausa al menos en estos días en que todos parece que sentimos más cercanos los deseos de paz.
Paz ante todo con nosotros mismos, en nuestro propio interior, que es la que  descansa en esa cámara sagrada que todos custodiamos dentro y cuya inviolabilidad es nuestra posesión más preciada. Frente a la paz exterior, que no está en nuestra mano ni jamás ha aparecido por la tierra desde que los humanos están en ella, la paz interior es la que habita en nuestro refugio mas privado y es la única que cada uno de nosotros puede gozar sin la inquietud de que alguien pueda nada contra ella. Y uno cree que es el mejor deseo que se puede ofrecer al prójimo.
Paz consigo mismo a los políticos enfermos de la pasión del poder que, con tal de satisfacer sus ambiciones personales, no vacilan en poner en riesgo realidades sociales sólidamente asentadas que constituyen lo más querido y sagrado de cualquier persona. A los que tratan de servirse de caminos torticeros para seguir en su sillón, a los de la crispación continua y a los que acallan su conciencia para que no moleste. Días de paz a sus inquietas mentes y a sus agitadas aspiraciones.
Paz a los que sufren sin haber hecho nada por merecerlo y a los que sufren para que no sufran los demás; a los que han renunciado a vivir estos días en familia porque han querido llevar algún remedio y alivio allí donde la enfermedad envuelve en sufrimiento y desesperanza, y a quienes han partido a zonas de peligro y tratan de poner lo mejor de su parte para aportar un poco de orden y seguridad en aquel infierno.
Paz esperanzada a los sempiternos pesimistas que jamás pueden ver algo bueno en nuestras cosas; a los que, de buena o mala fe, creen que los males se arrancan con otros males; a los que se desesperan por cosas sin importancia, que son casi todas, y a  quienes sólo aspiran a vivir una vida sencilla con los suyos y con las pequeñas ilusiones y decepciones de cada día. Y a ti, que has querido leerme.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Retrato del mal político

Igual que todos tenemos un modelo ideal del buen político, aunque luego en la práctica no conozcamos a ninguno, también podemos crearnos el paradigma del negativo, ese que es una desgracia para el país que ha tenido la mala suerte de encontrárselo, aunque sea por vías democráticas. Seguramente cada uno tendrá su perfil de político indeseable, porque la variedad es infinita, pero creo que casi todos pueden parecerse a este:
Es mal político el que engaña a su pueblo a sabiendas de que lo está haciendo; el que trata de ganárselo haciéndole promesas que no ha pensado nunca cumplir; el que falta a su palabra continuamente y de forma descarada; el mentiroso; el inflado de vanidad; el que trata de parecer profundo cuando no hay otra cosa que vacuidad; el que expresa una opinión y deja entrever otra para tener siempre una salida.
Es mal político el que altera las leyes en beneficio de su partido, convencido de que está por encima de ellas y que merecen ser cambiadas por alguien que tenga una visión más elevada e inteligente que los que las hicieron; el que se cree poco menos que un elegido del destino para alumbrar las tinieblas de su época; el que es capaz de asociarse con el mismo diablo si con ello logra alcanzar las mayorías que no es capaz de conseguir en las urnas; el temerario que pone en riesgo la convivencia social y la misma estabilidad de su país con tal de seguir sentado en su sillón; el enfermo de ansia de poder y el ambicioso que lo pretende solo para disfrutar de tenerlo y no para utilizarlo para el bien de la comunidad.
Es mal político el que hace creer que sirve a sus ciudadanos cuando en realidad se sirve de ellos; el que goza humillando al adversario; el que sigue ciegamente su instinto por encima de la conveniencia general y de las convenciones establecidas; el que no se fía ni de los suyos y desdeña cualquier consejo porque solo él está en posesión de la verdad.
Es mal político el de palabras pomposas y ademanes estudiados; el de tono enfático y sonrisa impostada, que solo engaña a los espectadores candorosos; el que anda por la política exhibiendo sus encantos como si fuese un escenario donde él es la estrella absoluta de la función, ese del que Catón decía, refiriéndose a los augures de su tiempo, que "no pueden mirarse sin reírse". Ese que tiene como antónimos términos como humildad, lealtad, sinceridad, honor.
No sé si ustedes estarán pensando en alguien.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Entrar en la Historia

La Historia debe de ser un lugar de amena estancia y una residencia de cómodo vivir, a juzgar por la cantidad de gente que pretende entrar en ella a costa de lo que sea. En realidad, una buena parte de los hechos que han configurado la trayectoria humana a través del tiempo tienen su origen en el afán de sus protagonistas por dejar su nombre para la posteridad, como si una vez que le cierran a uno los ojos fuera a disfrutar de los elogios que le puedan dedicar. Las páginas de la Historia solo admiten a algunos elegidos, y figurar en ellas es la gran aspiración de muchos y, como consecuencia, causa y origen de hechos heroicos a la vez que  de guerras y conflictos o acciones de descerebrados. El caso más famoso de estos últimos es el de Eróstrato, que incendió el templo de Artemisa en Éfeso para que su nombre fuera conocido en el mundo entero, cosa que consiguió a pesar de todos las medidas que se tomaron para silenciarlo. Mucho más cutre y con menos aspiraciones fue el de un cabrero de Gallipienzo, un pueblo de Navarra, que metió sus cabras en los viñedos mientras los vecinos estaban en misa porque "quiero hacerme famoso", según dijo; se ve que se conformaba con una ración limitada de gloria. En el lado contrario también hay ejemplos de gentes a quienes la fama no les importa gran cosa y prefieren encontrarse famosos para sí mismos en su interior. En una ciudad levantaron una estatua a un escritor mediocre cuando había otro con mucho más prestigio y merecimiento. Alguien le preguntó a este si se sentía molesto, ya que nadie se explicaba por qué no le habían puesto a él. "No me preocupa nada -respondió-. Peor sería si me hubieran puesto y todos se preguntaran por qué".
Ha dicho el presidente del Gobierno que una de las razones por las que cree que pasará a la Historia es por haber sido el que ha desenterrado a Franco. Hombre, algo engreído si parece. No sé en qué renglón de qué página le habrá reservado la Historia un sitio para su nombre, pero seguramente será en una esquina y en letra pequeña, porque sin duda tiene por delante a una infinidad de candidatos con más méritos que el de cambiar de tumba a alguien que llevaba enterrado allí casi cincuenta años. Qué hambre de inmortalidad y qué migas tan insignificantes para satisfacerlo; va a tener que acumular otras mucho más sustanciosas si quiere dejar como recuerdo algo más que la hora de trabajo para el marmolista, que decía el filósofo. Claro que siempre le queda aspirar a figurar en la historia de la egolatría

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Variedades de familia

Si algo se ha mantenido inamovible a lo largo de la historia social de la humanidad es el concepto de familia. Inamovible y universal. De hecho no se conoce en la etnografía un solo ejemplo de pueblo en el que sea ignorada la institución familiar ni ninguna civilización en la que no aparezca como un hecho institucionalizado, en mayor o menor medida, como elemento nuclear de la sociedad y de nuestra propia vida. Miramos hacia atrás y vemos en nuestros años de infancia unas escenas hogareñas, con momentos alegres y dolorosos, discusiones en torno a la mesa, juegos y peleas, pero siempre la protección de los padres, la complicidad de los hermanos, la certeza de saberse atendido y protegido y la seguridad de sentirse a salvo de los golpes de la vida. Luego, con los años, la conciencia clara de haber tenido todo eso y un impulso de disposición a devolverlo en una acción recíproca, sea desde un sentimiento profundo o, si fuera necesario, desde la acción material.
Era todo tan natural que nunca nos paramos a clasificarla en esquemas ni a establecer divisiones, porque su esencia era tan fuerte que convertía su definición en indefinible. Era un concepto sólido y unitario. Pues ahora, desde el Gobierno, una treintañera con ansias de redimir nuestra ignorancia se ha puesto a contar y ha encontrado hasta dieciséis tipos diferentes de familias. Ya ven; no habíamos pensado que fuera una institución tan variopinta: matrimonial, homoparental, múltiple, intercultural, monoparental, reconstituida, de hecho y hasta individual, que ya es retorcer el concepto de familia. En total dieciséis. Que el estudio de esta diversidad familiar se incluya entre las materias educativas y en la formación del profesorado es el corolario que cabe temer de todo esto.
No sé qué se consigue con estos afanes taxonómicos ni qué utilidad tienen estas clasificaciones, como no sea la de justificar la existencia de un ministerio de atrezo, perfectamente prescindible. A la familia hay que respetarla y valorarla como el pilar básico de la sociedad que es, dejándola al margen de ocurrencias y experimentos. No se trata de estar suscritos a El Promotor, aquella modesta revista que uno recuerda ver en su casa de niño y que, con una lectura amable y entretenida, tenía por objeto promover la devoción a la Sagrada Familia y proponerla como ejemplo a seguir. No están estos tiempos para eso, pero la familia sigue siendo la principal institución social, y por el bien de todos hay que apoyarla manteniendo sus aspectos tradicionales más positivos, ayudándola en sus problemas y potenciando su función celular y educadora sin interferencias del poder. En eso tiene que estar, ministra.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

El mundial más extraño

Lo único inocente y auténtico que debe de haber en este insólito mundial de Qatar es la pelota rodando por el césped y el esfuerzo y la ilusión de los jugadores corriendo tras ella. Al menos se salva eso, que en realidad es la auténtica esencia del fútbol. Lo demás da la impresión de ser un espectáculo fuera de lugar, artificioso, carente de esa legitimidad que solo da la acción de la tradición y la historia. Un mundial nacido de una oscura decisión con tintes corruptos, jugado a destiempo, en un lugar donde apenas habían visto un balón, donde todo había que crearlo a partir de la nada y al que había que acudir con unas cuantas lecciones bien aprendidas sobre cómo comportarse y vestirse para no tener problemas. Relucen los flamantes estadios recién inaugurados con sus líneas de rompedora modernidad, pero no resuena en sus gradas el eco de ningún entusiasmo, eso que viene a ser la pátina que da solera y calor al frío hormigón. Es de imaginar, cuando todo esto acabe, el silencio que caerá sobre estas gradas de líneas futuristas y protagonismo efímero, en las que quizá alguien se siente alguna vez a pensar qué hacer ahora en ellas y qué se podría haber hecho con los 200.000 millones de euros que costó el capricho.
Y en esto, sale el mandamás del fútbol, un suizo de mirada lánguida y pausas teatrales, y nos dice que estos días se siente catarí, árabe, africano, gay, discapacitado e inmigrante. Cuántas cosas. Puede incluso que hasta se sienta presidente de un organismo que debiera estar por encima de cualquier particularidad y ajeno a intereses que no sean exclusivamente los futbolísticos. Y a cuenta de las críticas a la falta de derechos de los cataríes nos dice que los europeos no podemos dar lecciones a nadie y que deberíamos pedir perdón por lo que hicimos durante tres mil años. Supongo que será también por haber creado el fútbol.
Sentado ante el televisor, viendo un poco de la inauguración antes de cambiar a otra cadena donde daban un reportaje sobre los lemures de Madagascar, a uno le dio por pensar que si algo había mostrado este acto era que el dinero puede conseguirlo todo menos lo más importante, justo aquello que no puede comprarse porque nadie puede venderlo. Esta tarde les toca a los nuestros y otra vez se repetirá el rito de las reuniones ante el televisor, las calles vacías, las cañítas con la bolsa de patatas fritas, los ayes y los huys por cada disparo a puerta y las lecciones y explicaciones del técnico que cada aficionado lleva dentro. Realmente el fútbol debe de ser algo importante cuando ni estos que lo rigen pueden con él.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

El oficio de político

Yo he llegado a la conclusión de que no valgo para ser político. Seguramente son infinitas las cosas para las que no valgo, pero esta es una de las que me resultan más evidentes. No valgo para ello y, aunque valiera, no me gustaría serlo. Sé que es un oficio noble y necesario, pero está fuera de mi alcance, como todos los que exigen una determinada cualidad y la contraria: saber soplar y sorber a la vez; hacer pasar la astucia por inteligencia; manejar sobre un mismo concepto, según convenga, el sofisma y el silogismo; convertir el rotundo sí de ayer en el no rotundo de hoy sin que asome el rubor; estar hecho de una pasta que se adapte bien a modelar cualquier tipo de imagen y, algo imprescindible, tener capacidad para aprender a fabricarse una coraza con la que ser inmune a todos los guiños que nos hagan, por amargos que nos parezcan. Es eso el principio pasivo que más admira uno en los políticos: conseguir ser inmunes.
Inmunes a la crítica. Desayunarse cada mañana con una buena colección de opiniones que no le dicen precisamente lo simpático que es, verse en caricaturas como objeto de chiste, leer y escuchar frecuentemente comentarios desdeñosos, tener la continua sensación de sentirse incomprendido, todo eso no tiene más defensa que sobrevolar sobre ello y crearse una particular escala de valores en la que se sitúe en la parte más baja de ella, allí donde habita la indiferencia más absoluta.
Inmunes a sí mismos. A sus convencimientos más íntimos, tantas veces sacrificados en favor de lo que ordene el que manda. Es el dedo del jefe el que decide por uno. El criterio propio se inclina siempre ante un tácito voto de obediencia: hacer sin rechistar lo que le digan, votar lo que le manden, tener siempre dispuesta en los labios la palabra amén.
Y luego, si se quiere estar a cobijo, inmunes al desengaño, que eso fortalece el carácter y evita disgustos y malos ratos. Cuántas ilusiones deshechas al primer contacto con la política, afanes limpios de cambiar la sociedad que se truncan enseguida ante la decepción de lo que encuentran, políticos movidos por fuerte vocación y llenos de buena voluntad que pretenden mejorar las cosas aportando lo mejor de sí mismos y que pronto descubren que la política es esa profesión de la que se ha llegado a decir que los amantes de la verdad y la belleza no pueden ocuparse de ella porque ella a su vez no se ocupa ni de la belleza ni de la verdad. Desengaños nacidos de ver que el viejo y trascendente ejercicio de la política es denostado, incomprendido y muchas veces desprestigiado por quien más debería dignificarla: el propio Gobierno.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Los tontos del bote

Seguramente ha sido así siempre, pero da la sensación de que nunca como ahora hubo un tiempo en que salieran a la luz tantos majaderos haciendo las cosas más impensables y siempre en defensa de pretendidas ideas de noble apariencia que no son más que brindis a la luna. Los miras y puedes pensar que son producto de una reflexión sistemática y rigurosa, pero en dos vistazos llegas a la conclusión de que las tales ideas no son más que habitantes de un cerebro deshabitado, o sea, deseos basados en fundamentos con la solidez de la bruma. Ahora le ha tocado al arte, a la pintura de los grandes museos, convertida en instrumento para llamar la atención sobre el cambio climático. Una pareja de niñatos con afanes redentores entra en la sala, tira un bote de puré a un cuadro y luego pega una de sus manos a la pared o al marco, no sé muy bien para qué. Ya han actuado en varios museos europeos y han emborronado a Monet, Van Gogh, Vermeer y unos cuantos más. Aquí han aparecido imitadores autóctonos que han entrado en el Prado y la han tomado con las Majas de Goya. Y, tras quedarse uno asombrado de la infinita estulticia de algunos ejemplares humanos, surgen las preguntas. ¿Qué tiene que ver un cuadro pintado hace dos siglos con el cambio climático de ahora? ¿Qué relación hay entre el arte como expresión de belleza con el calentamiento de la atmósfera? ¿Qué quieren que haga el espectador que mira un cuadro por detener el cambio del clima? ¿Hay alguien detrás de estos hechos persiguiendo intereses que no conocemos? No esperen respuestas. En el mundo del absurdo todo es oscuridad y obligación de andar a tientas.
Además, quizá sea una lucha contra una sombra inalcanzable. Siempre he creído que efectivamente el cambio climático es una realidad, pero que quizá no debamos creernos tan presuntuosos como para afirmar que tenemos capacidad para promoverlo de modo sustancial. Desde su formación, nuestro planeta ha vivido en un proceso perpetuo de transformación. El clima jamás ha sido regular ni tenido continuidad en sus manifestaciones; siempre ha estado en continuo cambio, y el hombre no puede ni provocarlo ni detenerlo. Seguramente ahora la acción humana contribuye de algún modo a alterar el ritmo del cambio, pero aunque la humanidad desapareciese, la Tierra seguiría con sus ciclos, indiferente a todo. El cambio forma parte de la naturaleza. Por supuesto que hay que cuidarla; debemos procurar no agredirla con desechos evitables y tratar de pasar lo más inadvertido posible en ella, pero sin hacer mucho caso a los que intentan meternos miedos apocalípticos.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Politizar la justicia

Parece que la crisis es el estado permanente de alguno de los soportes que sostienen  nuestra convivencia, como si fuésemos incapaces de navegar en aguas tranquilas. Ahora le toca al poder judicial, que a su pesar lleva ya muchos días ocupando las portadas y las tribunas de opinión de los medios. Qué pena. Uno de los fundamentos básicos del Estado, el que debería permanecer más al margen de toda turbulencia ajena y protegido siempre de los malignos efectos del viento político, se pone de actualidad como objeto de desavenencia entre los dos partidos que aspiran a gobernarnos. A la doncella de la balanza y la espada la representan con los ojos vendados, seguramente para que no pueda ver cómo se dificulta su labor con situaciones materiales precarias o durmiéndose en la resolución de esos procesos inacabables, casi todos con algún componente político o sujetos a una irreconciliable disparidad de opiniones. Ahora se trata de un embrollo de nombramientos cuyo seguimiento y comprensión sólo están al alcance, si lo están, de unos pocos iniciados; el resto mira, calla y se encoge de hombros. Y, tras leer algo, oír un poco y no entender nada, en su corto alcance el ciudadano de a pie llega a la conclusión de que todo consiste en que unos intentan maniobrar a su favor y los otros se niegan a dejarse engañar.
Hoy la Justicia es una de las instituciones del Estado menos valoradas por los ciudadanos, de las que menos confianza inspira y la menos cercana a la calle. Cuesta entender todo de ella, empezando por esas calificaciones de sus miembros como progresistas y conservadores  o esas asociaciones, como la llamada a sí misma Jueces para la Democracia. ¿Es que los demás estamentos no lo son para la democracia? ¿Alguien concibe una asociación de periodistas o ingenieros para la Democracia? Más tranquilizador sería que los jueces lo fuesen para la Justicia. Es una obviedad recordar lo ya sabido: que en el ejercicio de sus funciones el juez no está sometido a ningún otro poder, ni siquiera al legislador, y que es ilícita toda intromisión de cualquier autoridad en su ámbito de actuación; solo debe prestar sometimiento a la ley.
Que el poder judicial y sus organismos estén en primera línea como elemento de discusión pública y como factor de división no es indicio de buena salud democrática. Que el poder ejecutivo trate de colocar en los más altos tribunales a togas afines a su ideología atenta contra el principio básico de la separación de poderes. Y que esté colapsado el máximo órgano de una de las instituciones fundamentales del sistema por no acertar con el método para elegir a sus miembros, nos deja estupefactos a los ciudadanos que no entendemos nada.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Matar la belleza

En toda guerra se dirime siempre algo más que una conquista territorial o la posesión de una fuente de riqueza o de hegemonía política. Eso es lo que luego trasciende a las páginas de la Historia porque están en la base del conflicto y son las únicas que nos sirven para explicarlo en términos generales, pero todas presentan además otras connotaciones que se recogen casi de pasada en las efímeras crónicas diarias y que sin embargo se repiten constantemente en todos los tiempos y lugares. Son esas pequeñas noticias que apenas alteran el transcurso general de los conflictos, pero que nos ponen ante los ojos la verdadera esencia de quienes manejan la fuerza. Pasan desapercibidas hasta que uno reflexiona sobre ellas y comprende que tanto dolor y tanta desolación como causan solo son la parte más visible y sangrante de la maldad que les alienta.
La noticia apenas fue una motita informativa más dentro de la gran tragedia diaria de Ucrania: en Jerson los rusos mataron en su domicilio al director de la Orquesta Sinfónica de la ciudad por negarse a colaborar un concierto en honor de los invasores; se llamaba Yuri Kerpatenko y tenía 45 años. No quiso poner la música al servicio de la gloria de un tirano y le costó la vida. El caso recuerda al del arqueólogo sirio Khaled al Asad en 2015. Tenía 82 años y había dedicado la mayor parte de ellos al estudio de la historia, la excavación y la conservación de las ruinas de su querida Palmira. Era un prestigioso y respetado erudito, pero los yihadistas le apresaron y le degollaron públicamente; luego colgaron su cuerpo en la plaza y colocaron la cabeza en el suelo junto a él. Y aquí mismo, en nuestra guerra, podemos poner el ejemplo de dos creadores inocentes asesinados por criminales embrutecidos: Lorca y Muñoz Seca, por decir uno de cada bando.
No ha cambiado nada. A lo largo de su historia, la humanidad ha vivido en medio de una permanente guerra civil entre la fuerza bruta y la cultura, y ha sido la primera la que ha obtenido siempre los triunfos inmediatos y los más espectaculares, pero la que terminó derrotada a la larga. Ya se sabe que la Grecia conquistada conquistó al fiero conquistador, según el sincero verso horaciano. La victoria siempre termina, para suerte de nuestra condición humana, del lado de la racionalidad, pero esta victoria puede dejar muchos jirones irreparables, sobre todo si enfrente no está sólo la ignorancia, sino el odio. La ignorancia es fácilmente subsanable; el odio es un agente mortífero y difícilmente destructible, y en las guerras siempre hay bestias que están hechas de odio.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Cuestión de opinión

Suceden tantas cosas que no nos da tiempo a crearnos una opinión sobre ellas. Saltan las noticias unas sobre otras sin detenerse a respirar, como si el tiempo tuviera prisa por llegar a no se sabe qué meta, y solo unas pocas tienen el privilegio de robarnos un poco de tiempo para reflexionar sobre ellas. Claro que nuestra opinión no va a modificar nada ni a influir en sus consecuencias, pero es nuestra y es lo único que tenemos como referencia para situar los hechos en un entorno comprensible. Y si  nos encontramos desorientados ante lo que vemos y no nos sentimos capaces de desentrañarlo, acudimos a la opinión de los que sí la tengan y la hacemos nuestra, aunque sea con reservas. Cuántas veces el criterio ajeno nos sirve de guía.
Opinar es muy fácil; todo el mundo lo hace continuamente, lo que crea en torno al sustantivo opinión una riada de posibles adjetivos: errónea, interesada, pública, general, particular, absurda, acertada, falsa y mil más. Por supuesto, no es cierto ese tópico de que todas son respetables; como mucho lo será quien las dice. La historia, las crónicas de antes y sin duda también las de hoy, están llenas de opiniones que se han demostrado falsas, y no solo las referidas a creencias e ideas abstractas, sino a las de carácter científico, desde los que opinaban que el sol era tan grande como el Peloponeso hasta un tal  Dyonisius Larner, doctor del University College de Londres, que sentenció públicamente  que un barco de vapor nunca podría cruzar el Atlántico, porque la travesía requeriría más carbón del que podría llevar, y que el ferrocarril con máquina de vapor nunca podría prosperar porque los viajeros morirían asfixiados, incapaces de respirar a tanta velocidad. Otras veces no es que el tiempo demuestre que están equivocadas; es que son inanes, perogrullescas, totalmente prescindibles. En eso suelen llevar la palma los políticos mediocres. Fíjense por ejemplo en una de ahora mismo que ha soltado la ministra de Hacienda. A pesar de que habla comiéndose las letras y de que emplea una sintaxis desconocida en los manuales de gramática, deja clara su opinión de que en verano lo mejor es abrir la ventana para que haya corriente y en invierno ponerse un edredón fuerte para no tener frío.
El columnista de opinión sabe que al hacerla pública se arriesga a la crítica y a la mirada severa de sus lectores, a los que quizá no agrade lo que piensa, pero sabe también que eso es lo último en lo que ha de pensar. Mucho menos en pretender adoctrinar. En fin, no hagan mucho caso. Todo lo que está aquí escrito es una opinión.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Día grande

Como cada año, vuelven a oírse en este día de nuestra fiesta nacional las mismas cansinas voces de siempre exigiendo no se sabe qué clase de disculpas por lo que han hecho nuestros antepasados hace quinientos años. Absurda pretensión, tan absurda como inútil en su esterilidad. Absurdo es, además de injusto, empeñarse en juzgar con nuestra mentalidad de hoy hechos cometidos por personas que vivieron más allá de nosotros en el tiempo. Los protagonistas de los hechos históricos no pueden escaparse hacia el futuro ni adelantarse medio milenio en el pensamiento; tienen que actuar con su bagaje ideológico y sometiéndose a la conciencia de la época. Como estamos haciendo nosotros. Esto es tan obvio que ignorarlo deliberadamente parece cosa de afanes interesados o, si no, de cretinismo.
Da pereza repetir lo que es evidente, pero no está mal recordarlo y decirlo en voz alta sin complejos. El hombre europeo del Renacimiento, inquieto, curioso, ávido de conocimiento y poseído de la nueva concepción que le atribuía ser la medida de todas las cosas, por fuerza habría de concluir por encontrar las tierras desconocidas del planeta. Las nuevas técnicas de navegación, los avances cartográficos, los intereses comerciales y el impulso ideológico no hubieran permitido que América hubiera seguido siendo desconocida para los europeos más allá del siglo XVI. Le tocó la misión a España, y España lo hizo como supo, con la visión propia de la época y con un espíritu autocrítico constante, del que tanto se han aprovechado sus enemigos. España es la única potencia colonizadora que se cuestiona desde el principio la licitud de sus conquistas, algo que en Inglaterra, por ejemplo, sería impensable. Un dato: en 1550 Carlos I ordena cesar toda conquista hasta que un Consejo especial dictamine si es lícita o no.
El resultado es una tremenda sacudida a la Historia, acaso la mayor de todas las conocidas. Un continente completo se incorpora de pronto a la civilización occidental; las raíces de la visión griega del hombre y de su espíritu se hacen universales; se cruzan todos los océanos y se abren nuevas rutas se; se fundan ciudades, se crean imprentas y universidades, y las premisas humanistas del Renacimiento se extienden por la mitad de la tierra; la lengua española se convierte en nexo de unión entre pueblos que sólo unos años antes vivían totalmente aislados entre sí. Al mismo tiempo se va creando un extenso corpus jurídico, las famosas Leyes de Indias, que en muchos aspectos anticipan postulados que sólo se tendrán como evidentes tres siglos después. Y, a posteriori, un dato: el período que va desde el final de la Conquista, a mediados del siglo XVI, hasta la independencia, tres siglos más tarde, es el período de paz más largo de la Historia de América. Y en otro nivel, España, tras un primer momento traumático en el que las enfermedades y las acciones guerreras causaron gran mortandad, no tuvo escrúpulo racial alguno ni inconveniente en producir ese mestizaje que resulta casi único en el balance de las colonizaciones europeas. Y sí, por supuesto que hubo muchos puntos criticables.

miércoles, 5 de octubre de 2022

La guerra que no cesa

En los campos de Ucrania sigue retumbando el siniestro sonido de la guerra sin que se vislumbre una perspectiva cercana y medianamente optimista de paz. Se destruyen ciudades y monumentos, se arrasan fábricas y tierras de labor y, sobre todo, se acaba con la vida de miles de miles y miles de personas, hombres, mujeres y niños, que vivían pacíficamente sin hacer daño a nadie. Y toda esta locura, todo este horror, todo este maldito vendaval de muerte y destrucción de una nación y de nuestra esperanza de un mundo mejor se debe a que un conjunto de individuos de vida lujosa, la mayoría estúpidos y amigos del vodka, mandados por otro sin escrúpulos ni sensibilidad, han decidido que eso sea así antes que soportar la sensación de que el orgullo de su país sufra el menor desaire. Y así ya van más de siete meses. Las esperanzas de una resolución rápida se fueron debilitando a medida que el valor y los recursos de los agredidos se hacían cada vez más fuertes y oponían más resistencia. Lo que se preveía una marcha triunfal entre aplausos y frases de bienvenida se ha convertido en una huida en desbandada y en una interminable sangría de vidas jóvenes y de gentes inocentes que solo se dedicaban a ejercer el oficio de vivir cada día.
Con el primer tanque ruso que cruzó la frontera ucraniana comenzó no sólo una guerra sobre el terreno contra este país con el fin de anexionarlo, sino otras de las que seguramente eran muy conscientes en el Kremlim: una guerra contra cualquier intento de contestación política imponiendo un orden en el que se reduzcan los espacios de crítica al poder, y a la vez una guerra contra Occidente para acabar con su hegemonía y reformular un nuevo orden mundial similar al anterior. Del resultado de la primera dependen las otras dos, quizá con el mismo grado de importancia.
El mayor problema de todas las guerras de agresión es el de su final. No vale más que el de la victoria, porque cualquier otro llevaría consigo la autodestrucción del agresor, y la Historia moderna está llena de ejemplos, desde Napoleón hasta Hitler. Ya lo escribió Tácito: para quienes ambicionan el poder no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio. Eso implica el peligro de la huida hacia delante a la desesperada, que es lo que parece insinuar el jerarca ruso ante los inesperados descalabros de sus tropas, al deslizar referencias al armamento nuclear. Esperamos que por esta vez se cumpla aquello de que mientras se amenaza descansa el amenazador. Entre tanto estaremos en vilo, atentos a los telediarios y sabiendo que, como poco, viviremos las consecuencias en las frías noches del invierno que se avecina.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Reflexión de otoño

Este mes de septiembre, a medio camino entre la nostalgia del alegre verano que se va y la aceptación resignada del invierno que se atisba, siempre nos trae un aire envuelto en olor a despedida. Mes de equinoccio, neutro en sus manifestaciones, reparto igualitario de la luz, colores moderados en sus tonos en la tierra y Libra en el cielo con sus platillos en eterno equilibrio. Mes también en que los sentimientos parecen renovarse ante lo que nos aguarda detrás de la puerta que se abre tras él. Quedan todavía algunos ecos de las últimas alegrías del verano y de las fiestas patronales más rezagadas; quedan también, todavía muy vivos, los recuerdos que nunca quisieran perderse porque seguramente ya no se repetirán, pero que acaso no lleguen hasta el siguiente verano. Se están preparando los campos para el trajín de la vendimia y para la recolecta de los frutos de sazón tardía. En el bosque, los árboles comienzan a deshacerse de las hojas caducas en la confianza de que habrá de volver la primavera. También los pájaros migratorios y los hibernantes de las cuevas y todo aquel que no quiera ver el fracaso de la luz, que se adivina próximo. Solo las setas se atreven a asomarse a la vida.
Esos tonos amarillentos que flanquean el camino del bosque y que inundan toda su mirada le traen a este paseante la imagen de lo inexorable del transcurrir de eso que llamamos tiempo, sin poder comprender en qué consiste. Las hojas han cambiado su color verde esperanza por un ocre de crepúsculo, y el silencio crea un ambiente místico, casi conventual. Será porque hoy es su cumpleaños o porque el momento es propicio para el pensamiento y la nostalgia, no puede uno evitar dejarse llevar por reflexiones que, aunque siempre las tuvo ahí, se han ido haciendo mayores con los años. Estas hojas que caen han llegado a su fin, como haremos todos. El secreto de nuestra existencia está no sólo en vivir, sino también en saber para qué se vive; encontrarle un sentido a la vida, esa sería la mayor sabiduría que podríamos alcanzar. Somos seres puestos aquí sin explicaciones ni respuestas ante realidades como el dolor, la enfermedad o la muerte. Alguien ha comparado la vida con un estrecho valle entre las áridas cimas de dos eternidades, y todos nuestros esfuerzos por ver más allá de esas cumbres son inútiles. Y al final, cuando nuestras hojas ya comienzan a caer, nos damos cuenta de que no fue más que un aprendizaje de renunciamiento progresivo, de la reducción continuada de nuestras aspiraciones, de nuestras fuerzas y de nuestras ilusiones. Solo podemos tratar de aprovechar en toda su plenitud cualquier instante de felicidad.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Tres momentos de la actualidad

Todavía colean los actos y ceremonias derivados de la muerte de la reina británica, que se prolongarán hasta que se acabe el luto oficial y que seguramente enlazarán luego con la coronación del nuevo rey. Un largo tiempo de continua excepcionalidad, en el que la vida habitual ha visto cómo se ha transformado en un hito de la historia del país. Aquellas gentes que aguardaron con gesto respetuoso y actitud paciente hasta trece horas en una cola para dar un breve adiós al ataúd, son la expresión de una emoción colectiva que solo se da en contadas ocasiones y con pocas personas. Sea por auténtico sentimiento ante la pérdida de quien durante tantos años formó parte de sus vidas, por simple curiosidad o por tener la certeza de estar viviendo un momento histórico, todos recordarán esas horas de espera como el momento en que tuvieron ocasión de asistir a un suceso trascendente. Sin embargo, visto desde fuera, la impresión que da es la de estar ante un espectáculo desmesurado: la aparatosidad que lo envuelve, una solemnidad sostenida por un protocolo rígido, el derroche de boato, la interminable despedida; tal parece que se pretendiera conseguir negarle a la muerte su triunfo como si fuese el reverso del cuadro de Brueghel.
Mientras tanto, como penoso contraste, en un bosque de Ucrania han aparecido los cuerpos de 440 personas, enterrados en fosas comunes sin más asistentes que sus asesinos y el silencio que se deriva de la soledad. No tuvieron oraciones ni ceremonia alguna de despedida; nadie dio noticia de su muerte ni de su entierro. Eran víctimas civiles, hombres, mujeres y niños a los que alguna voluntad maldita decidió exterminar porque sí, y de los que todo lo que queda es una tosca cruz de madera y unas cuantas rosas blancas en el suelo. Tampoco sus nombres podrán buscarse en los libros de Historia del futuro.
En fin, por estos lares gijoneses la noticia es que la alcaldesa se va. Su partido prefiere buscar a alguien más idóneo para presentarlo como candidato a las próximas elecciones municipales, lo que no debe de resultar muy difícil. Deja una legislatura envuelta en polémicas, ocurrencias, proyectos fallidos, rectificaciones obligadas y modales mejorables. La municipal es la instancia de poder más cercana al ciudadano y, por tanto, la más influyente y la que más afecta a su vida diaria y a su entorno, desde el bienestar social hasta la estética de su ciudad. Se avecinan tiempos de crisis y necesitamos dirigentes capaces de aunar esfuerzos al margen de sectarismos y de fijar objetivos realistas y compartidos por la mayoría. Eso esperamos.
 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Llanto por una reina

Si algo no se les puede negar a los ingleses es su capacidad de presentar lo suyo como superior a todo y de actuar en provecho de su país sin que les importe nada lo que piensen de ellos los demás. Ahora se les ha muerto su reina y han convertido el hecho en uno de los acontecimientos del siglo. Lo han hecho muy bien; han dado una lección de unidad, de amor a sus tradiciones, de medida justa de la pompa y solemnidad, de modo que han conseguido tener a medio mundo pendiente de las pantallas empapándose del espíritu de su monarquía. Y todo con una persona nonagenaria de la que ya sólo cabía esperar lo que ha sucedido.
No sé si resulta fácil o difícil ejercer el oficio de rey, porque es profesión escasa y poco generadora de experiencias. A veces pienso que, al menos en las democracias parlamentarias, no debe de resultar muy difícil; no hay más que dejar que reine la Constitución, que es un manual de uso absolutamente seguro. Al margen de las luchas en la arena política, sin poder articular sus ideas ni expresar sus propias opiniones, y sin que le sea permitido influir con sus pensamientos en la voluntad popular, a simple vista no parece que resulte una profesión de excesiva dificultad, aunque esto no es más que una visión parcial. Más difícil debe de ser la renuncia a la vida privada, a la libertad de movimientos y de actitudes, a esconder sentimientos e incluso a sacrificarlos por razones de estado, a tener que prescindir de pequeños placeres tenidos por impropios y que son de libre disposición para los demás. Tampoco debe de resultar fácil verse continuamente bajo la mirada de todos, ni tener que estar siempre vigilante y atento para evitar enredarse en alguna de las trampas que seguramente urdirán algunos partidos para sacar algún provecho. De todo ello, según opinión unánime, hizo virtud y dio ejemplo la difunta reina.
Callada y taciturna, siempre con un mohín de fría distancia, a su muerte ha conseguido que durante varios días todos los informativos se convirtieran en monotemáticos y que el mundo entero conociera hasta el suceso más insignificante de todos los miembros de su familia. Sociólogos habrá que puedan explicarnos por qué todo grupo humano necesita periódicamente un altar donde depositar todas sus pulsiones emotivas y acaso también sus anhelos incumplidos y sus frustraciones individuales para hacerse la ilusión de que le son devueltos, si no del todo satisfechos, sí al menos en algún grado. Y quizá también puedan enseñarnos el misterioso proceso que hace que la realidad se convierte en leyenda y luego en mito, por encima de cualquier consideración pegada a la tierra. Ahora, cuando acabamos de asistir al arrebato mediático generado por la muerte de esa reina.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Tiempo de incertidumbre

Aburre hablar de política. Estamos saturados e intoxicados. Qué pereza. Pero la política se mete en nuestras vidas y las afecta queramos o no, así que no hay más remedio que convivir con ella y aceptar todas las condiciones que nos impone, entre ellas la de aguantar su desagradable cara continuamente. Lo malo es que resulta necesaria. Somos animales sociales y hemos de organizar nuestra convivencia mediante leyes aceptadas por la mayoría para no hundirnos en el caos. Hemos de hacer habitable la polis. Pero cómo.
Está en la naturaleza humana la tendencia a oscilar entre el conservadurismo y el progreso, convirtiéndolos en criterios complementarios, pero la política los ha transformado en dos conceptos antitéticos e irreconciliables, cuando de por sí no son nada el uno sin el otro. ¿Conservador? Naturalmente, porque hay muchas cosas dignas de ser conservadas y ha costado mucho tiempo y trabajo conseguirlas. ¿Progresista? Pues claro, porque el río que nos lleva no se detiene jamás. El problema semántico surge cuando se les convierte en categorías ideológicas y se les aplican valores ajenos para identificarlos con clichés prefabricados. Quizá la palabra progreso no sea fácilmente aplicable en los campos en los que la subjetividad se convierte en esencia y sustancia. Por ejemplo en el arte, que ha de ir a su aire, o en el del pensamiento, de modo que quizá solo quepa hablar de progreso en lo referido a la ciencia y la técnica. Pero cabe pensar que tal vez el verdadero progreso sea el que hace avanzar los ideales éticos, las normas morales, la convivencia y el respeto a los demás, el desarrollo interior del ser humano. O acaso, quién sabe, puede que el progreso no exista y los hechos que tomamos como tal no sean más que puntos de una misma circunferencia.
El panorama actual que nos trae la política no es muy risueño, con una crisis económica en puertas y un Gobierno débil e incapaz de fijar las prioridades de su actuación legislativa y ejecutiva; que se queda indiferente ante el desafío de una comunidad autónoma, cuyos dirigentes proclaman en plan chulesco, que no van a cumplir la sentencia de un alto tribunal.  Un Gobierno que premia a los etarras e indulta a golpistas y a defraudadores siempre que sean de su bando o le apoyen, y cuyos vaivenes en las relaciones con los vecinos del sur nos afectan a todos. Un Gobierno con un ministerio de Igualdad que dicta leyes de contenido sectario o enunciado ridículo, como esa del "solo sí es sí", y otro de Educación que deja a nuestros hijos sin apenas conocimiento de lo más valioso que tenemos: las humanidades. Por supuesto, todos se llaman progresistas. 

miércoles, 31 de agosto de 2022

Un tal Toumai

No sabemos hasta dónde habrá que retroceder la fecha de nuestra aparición en este planeta, visto que todas las dadas hasta ahora por definitivas son superadas por otras más antiguas a medida que se producen nuevos descubrimientos. Hace algunos años aparecieron en el desierto de Djurab, en Chad, un cráneo y restos óseos de un esqueleto de alguien que vivió hace unos siete millones de años. Se le llamó Toumai, que en la lengua local viene a significar esperanza de vida. Los primeros estudios indicaron que, por la disposición de la abertura del cráneo y el análisis de de los restos del fémur, quizá se trataba de un ser bípedo, capaz de andar como nosotros. Por esto y por otras pruebas, y porque no se ha encontrado ningún resto de grandes primates cerca del yacimiento, se descartó desde el principio que se tratara de uno de ellos. Sucesivas investigaciones han ido confirmando estas conclusiones, que ahora se publican como definitivas.
Si esto es así y Toumai era un homínido, nuestra trayectoria en este mundo es mucho más larga de lo que creíamos. Llevamos aquí un millón de años más de lo que pensábamos, y no cabe descartar que haya que volver a retrasar nuestro comienzo según surjan nuevos testigos de la existencia de alguno de nuestros parientes allá en lo más profundo del tiempo. Lo difícil es establecer si a estos homínidos cabe aplicarles ya la condición de seres humanos; en qué momento la evolución natural del hombre acabó con su estado de animal sin conciencia de trascendencia; cuándo y cómo se produjo el paso del puro instinto a la razón y de la fría indiferencia a las emociones. En qué punto lo meramente sensorial se complementó con ese fuego indefinible que arde en nuestro interior y nos convierte en seres únicos e irrepetibles. Ese sería el verdadero comienzo de nuestra vida en el planeta
Mirar hacia atrás en el tiempo nos sirve al menos para pensar que la Historia, es decir, nuestro propio discurrir por este largo sendero que viene de la nada y se pierde en lo más profundo del infinito, no es más que una continuada secuencia de manifestaciones del azar. Incluso nosotros mismos quizá no seamos más que uno de los infinitos acontecimientos probables que pueden producirse en el universo. Porque, ni aun sumando la vida de todos los hombres que han existido, hemos conseguido adquirir alguna certeza definitiva, por pequeña que sea. Estamos con la misma cara de asombro y la misma amarga ignorancia ante el gran misterio, aunque con muchísima más vanidad, que los primeros hombres que contemplaron este mundo y tuvieron que inventarse su propia explicación.

miércoles, 24 de agosto de 2022

La Laguna Negra

Una buena escapada de verano sería aquella que diese placer al cuerpo, desde luego, pero también al espíritu en su búsqueda de ese tiempo feliz que pretendemos vivir. Hay parajes que lo propician simplemente por estar ahí y ser como son, sin añadidos preparados para tratar de captar al turista acomodado. Suelen ser menos frecuentados, pero pueden dar mayores satisfacciones a quien solo  lleve consigo la voluntad de dejarse seducir por lo que encuentre. Escondida entre riscos, dentro del inmenso pinar soriano, a escasa distancia del punto donde nace el Duero, se encuentra la Laguna Negra. Una preciosa ruta serrana nos lleva a ella: Duruelo, donde el río aún no puede llamarse más que en diminutivo; Covaleda; el pequeño y señorial Molinos de Duero; Vinuesa, y luego una larga pendiente plagada de curvas, que el que esto escribe convirtió en protagonista de su novela El viaje más oscuro, lleva hasta un camino que conduce a un gran anfiteatro cercado por agudos picachos rocosos. En el centro, rodeada por una pradera de hierba fina y esponjosa, se encuentra la laguna.
La miras y parece agazaparse. Se aplasta contra el suelo. La hierba verduzca y acolchada de la pradera está muy por encima de ella y, sin embargo, no hay duda de quién es más poderosa. Sus aguas son de color verde negruzco, profundas y reposadas, misteriosas. Incluso en las orillas están tan quietas que produce desazón mirarlas; hay que tirar una piedra y contemplar las ondas para cerciorarse de que no es un cristal, tan inmóvil es. Sólo algún juncal raquítico crece en los bordes, entre guijarros cubiertos de limo negro y viscoso en los que pululan las cochinillas. La pradera termina, por un lado, ante un murallón de rocas cortadas a pico, entre las que crecen pinsapos desperdigados; este murallón rodea casi toda la laguna, como si fuera las primeras gradas del circo. Por el otro lado se abre una pequeña explanada, que constituye el único acceso a la orilla.
Dicen que cada día, cuando los primeros rayos del amanecer comienzan a reflejarse en las cumbres lejanas, la laguna muda su cara, como si quisiera transformarse a toda prisa para que nadie pueda saber de qué siniestras maquinaciones fue cómplice durante la noche, eso escribió un viajero. Porque este es el reino de las leyendas, empezando por la de los hijos parricidas que nos contó Machado. Los lugareños sólo subían allí si tenían que buscar alguna res extraviada, y siempre de día, y, desde luego, ninguno se atrevería a bañarse en la laguna, ni siquiera a acercarse a ella cuando comenzaba a caer el crepúsculo. Se dice que entonces las aguas adquieren un tono negro y que una quietud absoluta se apodera de todo; callan los pájaros, atemorizados; se esconden los lagartos y las culebras, y hasta los insectos enmudecen. Tan sólo se deja oír el silbido del aire, que envuelve la pradera como un largo lamento, como si alguien llamara.

 


miércoles, 17 de agosto de 2022

Apuntes ligeros de verano

No le está faltando de nada a este verano, como no sea confianza en que lo que queda de año lo mejore en todas sus líneas. Se nos han quemado campos y bosques de España y de toda Europa en mayor proporción que otras veces, sin que podamos hacer poco más que lamentarlo. También la sequía es atípica; y el calor, y las medidas del Gobierno para que no podamos combatirlo, y el encarecimiento de las vacaciones, y la escasez de hielo, y la ausencia de corridas en el Bibio, y hasta las desgracias y las anécdotas tienen un tinte propio. Un presidente suramericano desempolva una supuesta espada de Bolívar y la pasea ante los mandatarios que le acompañaban en su toma de posesión, frunciendo el ceño porque el Rey de España no se levantó a su paso. O sea, como si viniera aquí el califa Mustafá ben Halil y le ponemos delante la cruz de Don Pelayo para que le rinda honores. Naturalmente, por estos lares los de siempre se apresuraron a ponerse de parte del bolivariano, faltaría más; sería bueno que alguna vez leyeran una biografía bien documentada del tal don Simón.
En la noche mediterránea la tragedia apareció en forma de un vendaval repentino sobre una playa, que arrasó el tinglado ante el que se apiñaba una multitud de jóvenes para participar en uno de esos festivales de ruido con algo de música que tanto se llevan en las zonas turísticas en verano. Seguramente habría que hablar mucho sobre la seguridad de estos espectáculos y sobre a quién habría que achacar la responsabilidad de los daños, si es que la hay, pero a los que no tenemos las entendederas muy puestas al día nos cuesta un esfuerzo imaginar qué tipo de emoción puede derivarse del hecho de estar en una playa a las cuatro de la mañana, en medio de un rebaño, oyendo música electrónica.
Verano este en el que hasta el paso del tiempo parece haberse vuelto menos inexorable y dispuesto a rebobinarse trayéndonos fotogramas que creíamos perdidos. Del fondo de los pantanos surgen campanarios de iglesias y pueblos sacrificados en su día, cuyos nombres solo están escritos en los mapas del recuerdo de muy pocos. Emergen de un tiempo en que la naturaleza aún era complaciente y consecuente en su conducta y no se había rebelado negándose a darnos lo que acostumbraba. Muros y calles fantasmales que deben a la sequía una vuelta a la luz, que esperamos sea momentánea. Más de una nostalgia se habrá agitado ante la imagen recobrada del escenario de una infancia lejana. También la Historia se resiste a olvidar sus viejas fotografías en color sepia y nos las pone delante de vez en cuando.

miércoles, 10 de agosto de 2022

A oscuras

Nos espera un tiempo de noche oscura, y no del alma, sino de la ciudad. Lo ha decretado el Gobierno afilando los lápices para imponer multas de hasta no sé cuantos miles de euros a quien se le ocurra encender una luz que no deba o saltarse los límites de temperatura ordenados. Hay que ahorrar energía, nos dice el presidente con tono de maestro de novicios mientras manda a Bautista que prepare el Súper Puma para recorrer veinticinco kilómetros. O sea que, al menos de momento, se acabaron las noches de blanco satén y aprenderemos a ver las fachadas y escaparates de nuestras calles solo con el recuerdo que nos quede de cuando les daba la luz del día. La vida nocturna tendrá el encanto de la penumbra y un atractivo nuevo para el que quiera pasar más desapercibido por las calles. En fin, al menos servirá para hacernos una idea de cómo vivían en la Edad Media.
Nos repitieron una y otra vez que, por mucho que Putin nos quisiera hacer la gran faena cerrando la llave de paso, nosotros no tendríamos problema de restricciones energéticas gracias a nuestras estratégicas alianzas internacionales, a nuestras plantas regasificadoras y a la acertada y diversificada selección de proveedores, y resulta que estamos como todos, forzados a reducir nuestra calidad de vida, obligados a acostumbrarnos a la oscuridad de nuestras ciudades, controlando el termostato en el verano y mirando de reojo el próximo invierno por si le da por ser de los crudos. Mientras tanto nos dedicamos a deshacer lo que teníamos y a cerrar puertas sin abrir otras. Tanto empeño en hacernos creer que somos nosotros los responsables del calentamiento global de la Tierra, como si fuese la primera vez que se produce un cambio climático en la historia de nuestro planeta, nos ha llevado a un radicalismo ecologista que se vuelve contra nosotros. Se están desmantelando las centrales térmicas, se ha convertido en herejía hablar bien del carbón y no digamos de las nucleares, y solo queda encomendarse al agua, el viento y el sol, porque el gas depende del vaivén político y este es tan inestable como las mentes de quienes lo agitan.
Entre tanto, mientras pasa la tormenta y procuramos acostumbrarnos a estas nuevas restricciones, viene bien hacer nuestra literalmente aquella hermosa frase: tras las tinieblas espero la luz, que es el lema que figura, solo que en latín, en la portada de la primera edición del Quijote. Pues eso; a pesar de todo vamos a confiar en que después que pasen la pandemia, la guerra, la crisis, la sequía y todo lo que se arremolina en este momento sobre nosotros, el mundo sea de verdad más luminoso.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Impuestos y corbatas

No sé por qué hay tantos que se quejan de este Gobierno, si es un primor de creatividad a la hora de encontrar remedios para llenar la faltriquera pública. Claro que lo es mucho más a la hora de vaciarla, pero hay que reconocerle la originalidad de la última idea puesta en marcha: subir impuestos. De momento solo a las empresas que hayan ido bien en cuestión de ganancias, en concreto a las energéticas y las financieras. Es imaginativo este Gobierno, hay que admitirlo. De un solo golpe, pone en la picota a las empresas que ganan dinero, las señala ante la sociedad, ahuyenta la inversión y queda él mismo en evidencia al dejar más a la vista el despilfarro que practica. Y además hace verdad aquello de que una multa es un impuesto por hacer las cosas mal y un impuesto es una multa por hacerlas bien.
Desde luego, ni las eléctricas ni los bancos van a encontrar entre los ciudadanos muchas voces que se alcen en su favor, las dos figuran en la parte alta de la lista de sus antipatías, y hasta seguramente muchos verán con una sonrisa retorcida que les pongan cualquier tributo sin que importe el pretexto, pero probablemente agradeceríamos más que les bajasen a esas empresas las cargas fiscales sobre sus beneficios y las obligasen a bajarnos a nosotros sus facturas. Bien es verdad que al menos los bancos se merecen de sobra este impuesto y varios pescozones más por su avaricia, su prepotencia y su falta de consideración con sus clientes, pero como sabemos que dominan el difícil arte de no perder nunca, mucho nos tememos que todo revierta sobre nuestras cuentas, y encima con creces, por más que la ministra de turno ponga la carita de los domingos prometiendo lo contrario.
Pero estábamos en que este Gobierno es una fecunda fábrica de ideas con las que dar soluciones a los problemas que nos atosigan. Por ejemplo, el del cambio climático, del que tanto nos hablan los medios hasta inculcarnos la sensación de que a este planeta le quedan cuatro días, podría aliviarse quitándonos la corbata. Barata sí que es esta idea, y hasta puede que funcione, quién sabe, aunque nadie explicó qué tiene que ver el deshielo del permafrost siberiano con que uno se ajuste un nudo de tela al cuello para sentirse más elegante. Más bien cabe creer que por muy descorbatados que nos quedemos, ningún glaciar de la Antártida va a darse por enterado ni ningún termómetro va a dejar de subir lo que tenga que subir. A lo mejor es que se trata de presentar la corbata como un símbolo de la lucha contra el cambio climático, como antes lo fue de la lucha social. O sea, una memez más en este tiempo de memeces.

miércoles, 27 de julio de 2022

El verano que nos puso a prueba

Qué verano, amigo. No ha permanecido nada reposando en su sitio tranquilamente sin que haya alzado el dedo y haya hecho acto de presencia en el discurrir diario de nuestras vidas. Todo ha venido a la vez, como si se hubieran puesto de acuerdo todos los genios del mal que pudieran causarnos algún daño. No hay mañana en que alguna línea del periódico o una frase de los informativos nos traigan un hilo de esperanza, ni siquiera una palabra de luz a la que poder acogerse, aunque sea a costa de engañarse a sí mismo en un exceso de ingenuidad. Huir de los telediarios se está convirtiendo en una cuestión terapéutica. Caen en cascada las noticias que nos encogen el aliento y nos debilitan la fe en el futuro más inmediato: las irremediables, que tienen un origen ajeno a nosotros, y las que nacen en el seno de las ambiciones políticas y económicas de los que mandan. Y todas nos dejan el ánimo por los suelos, porque ni ante unas ni ante las otras podemos hacer nada desde nuestro sitio en el mundo.
Pocas veces hemos tenido ante nosotros en un mismo tiempo un panorama tan desalentador y con ingredientes tan diversos: una ola de calor infernal que nos abrasa, bosques y campos incendiados, una guerra que sigue sin horizonte alguno de paz, el virus que no muere, una inflación disparada, el precio de la energía por las nubes con aviso de un próximo invierno con restricciones, la cesta de la compra diaria cada vez más difícil de llenar, una seria amenaza de recesión, un nuevo impuesto a los beneficios empresariales que pone en riesgo las inversiones y que terminaremos pagando nosotros, un Gobierno desorientado, de principios grouchistas, capaz de pactar con el diablo con tal de seguir en el poder. No hay sitio donde mirar que no nos muestre la cara de algún motivo de preocupación.
Pero también es en estos momentos en que todo parece conjurarse contra nosotros cuando cobran fuerza los impulsos más nobles del ser humano, esos que permanecen escondidos durante los tiempos de bonanza bajo la capa de la rutina y que en los momentos de zozobra siempre salen a la luz: valor, heroísmo, generosidad, entrega. Si en los días duros de la pandemia los héroes fueron los sanitarios que arriesgaron su salud y su vida tratando de salvar las nuestras, ahora con los incendios, como poco antes con el volcán, lo son los bomberos, las fuerzas de seguridad, los militares y los voluntarios. Y en la guerra de Ucrania hasta el más humilde campesino que intenta poner a salvo a su familia. Por suerte siempre tenemos a quien admirar.

miércoles, 20 de julio de 2022

El monte en llamas

Sin que sepa muy bien por qué, el que esto escribe siempre ha tenido una indefinible querencia hacia ese paisaje de montañas y valles que se extiende por las provincias de Salamanca y Cáceres. Quizá sea por sus recuerdos o por el interés objetivo de su naturaleza y su historia o por todo ello y más, el caso es que hay pocos años que no caiga por allí para terminar conociéndolo del todo y haciéndose cada vez un poco más amigo de él. Desde La Alberca, por el puerto del Portillo, una carretera hecha de curvas imposibles que casi tocan sus extremos desciende hasta el valle de Las Batuecas. Valle misterioso, silencioso, profundo, primitivo, en cuyo centro, invisible desde la carretera, se encuentra un monasterio carmelita que no se puede visitar, y, cerca, la cascada del Chorro, en un entorno de naturaleza casi irreal. Tras la retorcida carretera, la llegada a Las Mestas, ya en tierras de Las Hurdes, viene a tener algo de alivio, aunque puede que también de rompimiento de un hechizo; todo depende del espíritu que alimente al viajero. En Las Mestas puede el visitante tomarse un ciripolen en el bar de don Cirilo, un peculiar personaje que en los años 90 inventó esta bebida, basada en productos apícolas, y lo hizo famoso como un afrodisíaco natural.
Y aquel otoño en Monfragüe, junto a un mirador sobre el Tajo, al lado de una gran roca de forma lejanamente humana, cerca de un lugar que llaman el Salto del Gitano. Las aguas del río, remansadas por los embalses cercanos, reflejaban en su tono azul el verdor de las boscosas laderas. Todo estaba quieto; un paisaje congelado, en el que sólo los buitres parecían tener licencia para moverse. Comenzaba a anochecer. El silencio sólo era roto por alguna cigarra retardada, mientras las sombras caían y todo iba quedando envuelto en la oscuridad más absoluta. De pronto, de lo más hondo de la espesura surgió un bramido tremendo, que inmediatamente fue contestado por otro más lejano. En un momento la sierra entera retumbaba con multitud de roncas llamadas, que el eco se encargaba de multiplicar. Un momento sobrecogedor, al que uno asistía con la respiración contenida por temor a romperlo. Era la berrea de los ciervos, la manifestación de su celo, uno de esos espectáculos que la naturaleza nos brinda desinteresadamente, sin más trabajo por nuestra parte que el de estar allí a finales de cada septiembre.
Hoy veo por televisión cómo las llamas destruyen estos dos parajes y se me atropellan por dentro las palabras sin que acierten a salir más que dos, repetidas una y otra vez: qué pena.

miércoles, 13 de julio de 2022

Difícil de olvidar

Parece que fue ayer mismo y se cumple ya un cuarto de siglo. Cuánto tiempo puede llegar a permanecer el impacto de un dolor en la memoria sin que se debilite la intensidad de su primer día y sin que haga el menor ademán de retirarse hacia el olvido. Los que contamos ya más de cuarenta años tenemos muy clavado en lo más sensible de ese lugar donde se almacenan los recuerdos que sobrevivirán para siempre al tiempo, el de aquellos dos días de julio en que España entera se detuvo atónita, con la mirada vuelta hacia un oscuro pueblo vasco del que pocos habían oído hablar. Los terroristas etarras habían secuestrado a un concejal desconocido, un chico de veintinueve años, y amenazaban al Gobierno con matarlo si no accedía a sus peticiones sobre el acercamiento de sus presos en un plazo de dos días. Fueron cuarenta y ocho horas de pesadilla, una agonía vivida en directo, minuto a minuto, sabiendo que el Gobierno no podía ceder y que solo quedaba la debilísima esperanza de que algún golpe de suerte permitiera hallar una pista por la que poder encontrarlo, porque ninguna otra clase de esperanza era posible teniendo en cuenta las manos en que estaba. Cumplido el plazo, todos contuvimos la respiración, quizá en el fondo a la espera inconsciente de un milagro, pero los asesinos cumplieron su siniestra promesa con dos tiros en la cabeza del joven concejal. Todo el país enmudeció.
Seguramente ni los propios asesinos pudieron imaginar el impacto de aquel crimen. Pronto una ola de indignación se extendió por toda España. Los sentimientos de repulsa hacia la banda asesina rompieron toda inhibición y las ciudades se llenaron de muchedumbres que se manifestaban levantando las manos teñidas de blanco frente a quienes las tenían rojas de sangre. Fue una conmoción que cambió las conciencias de muchos vascos obligándoles a abandonar el cómodo refugio de la indiferencia. Nació un nuevo espíritu, que tomó el nombre del pueblo, mezcla de ya está bien, de hartazgo y grito de una sociedad hastiada y de válvula de escape de tanta presión acumulada durante años, que creó y dio vigor a la determinación de enfrentarse sin complejos a los terroristas. Nada fue igual desde entonces.
Aquel crimen habría de ser uno más de la infame y extensa lista de los etarras, llamado, como tantos otros, a pasar desapercibido o a ser pronto olvidado. La víctima no era ni la más destacada políticamente ni la más influyente ni la más conocida; era un simple concejal de un pueblo, a quien le gustaba tocar la batería. Nunca pudo sospechar que le tocaba convertirse en un símbolo.

miércoles, 6 de julio de 2022

Después de la cumbre

Difuminadas ya las imágenes de la reunión de los mandamases del mundo libre en Madrid, la actualidad vuelve a su cauce con las inquietudes y los protagonistas de siempre. Han sido unos días de expectación y en ocasiones de espectáculo, entre la curiosidad por las formas y el interés por el contenido. Luego fue la hora de los comentarios y opiniones de la infinita legión de expertos que nos iluminaron con sus análisis, desde el la necesidad de decidir una nueva geoestrategia militar en tierras europeas hasta el trascendental acontecimiento de comprar unas alpargatas. Fueron muchos los que se ocuparon de todo ello con dedicación, como pudo verse a diario en las mil tertulias que llenaron las pantallas y las páginas de los medios. La actualidad es lo que tiene: es una fuente de energía perpetua y renovable que jamás corre el riesgo de agotarse.
Lo cierto es que todo salió bien. La reunión fue un éxito y hasta los negacionistas habituales, esos que nunca ven nada bueno en lo nuestro, han tenido que descender hasta detalles ínfimos para encontrar algo con que satisfacer su permanente afán de crítica negativa. De los acuerdos de la cumbre no cabe hacer muchos juicios valorativos si no se conocen los entresijos de la política internacional. El tiempo dirá si sus consecuencias contribuyeron a mejorar la situación de tensión actual, pero lo que sí puede decirse con seguridad es que ha servido para revitalizar nuestra imagen de nación de gran densidad histórica y cultural, que siempre fue potente, pero que andaba últimamente adormecida a causa, en gran parte, de nuestra habitual costumbre de asentir y dar la razón a todo el que hable mal de nosotros. Esta vez los escenarios opinaron por sí solos: las majestuosas salas de palacios, el teatro Real y el inigualable espacio del Museo del Prado, pero también la gastronomía, el protocolo y la seguridad y el orden en las calles, tan alejado de lo que se acostumbra a ver en Davos o París, por ejemplo.
Claro que, desde una maravillosa mirada utópica, lo ideal sería que ni esta ni ninguna reunión de este tipo fuera necesaria. Cualquier organización defensiva es la respuesta al miedo que la humanidad se tiene a sí misma, incapaz de vivir toda ella bajo unos principios comunes, por elementales que fuesen, y necesitada de asociarse con los más afines para defender su seguridad. Más o menos como se ve en la naturaleza. Aquí la soledad es signo de debilidad. Ya lo dejó dicho Churchill: No es bueno discutir con los aliados, pero es peor no tener aliados con los que discutir.

miércoles, 29 de junio de 2022

La economía, ese misterio

Por más que lo intento he de confesar que no me siento capaz de comprender ni una sola explicación en el campo de la economía. De la gran economía, se entiende, porque la mía la puedo llevar contando con los dedos. Ya me he rendido. Siempre que sale por la tele algún experto a hablarnos de la situación económica, o sea todos los días, me quedo con la convicción de que debo de ser un perfecto ceporro, incapaz de encontrar un significado que arroje alguna luz sobre mi ignorancia. Y eso que yo creo que no me hago preguntas difíciles; más bien concretas. Por ejemplo, por qué suben los precios. Estamos al borde de una recesión, según los que saben de esto; los indicadores no son propicios; hay temor en los gobiernos y más aún en el pueblo llano, sí, pero sigue en pie la pregunta: por qué de pronto suben a la vez los precios de todos los productos y en todos los lugares; quién dicta las leyes que lo rigen; de dónde salen las decisiones que lo determinan; qué tiene que ver que Putin haya bombardeado Lisichansk con que el frutero de mi barrio haya subido el melón a cuatro euros el kilo. El experto de turno ajusta sus gafas, si es político hace las pausas que saben hacer los políticos, y nos lo explica desde su altura de economista doctorado: el comportamiento de los grupos sociales en relación con los factores monetarios está regido por sus expectativas y puede suscitar un proceso acumulativo de elevación de precios que se autoalimenta mediante diversos resortes. Diáfano y convincente. O sea, que sabe lo mismo que yo: nada. Ya lo dijo alguien: un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy.
Por lo visto, la verdadera sabiduría consiste en complicarlo todo hasta que ni nosotros mismos podamos entenderlo. Cree uno que la actividad económica se basa en última instancia en vender lo que se produce y comprar lo que se necesita, pero no, qué va. Armado sólo con tan escaso bagaje no se puede ir muy lejos ni pretender lecturas que nos aclaren las cosas; ahí están esperando los guardianes del misterio en forma de sintaxis y semántica: la aplicación del término sostenible desde el sujeto hasta el último complemento circunstancial, la prima de riesgo, las criptomonedas, Keynes y Friedman, la inflación, la deflación, la estanflación y la reduflación, miren, esto sí lo entiendo: era lo que hacía el tendero de la rue del Percebe: vender kilos de ochocientos gramos. Total, que llegué a la conclusión de que lo mejor es no hacer caso a nadie. No hay quien sepa poner remedio a lo del melón.

miércoles, 22 de junio de 2022

Jaén, la callada

 
Dicen de Jaén que es la provincia menos andaluza de todas, a medias entre la seriedad castellana y la querencia meridional. Tierra de presencia humilde, sin el relumbrón de sus hermanas Granada, Córdoba o Sevilla, y sin embargo, a uno le parece la más entrañable de todas, quizá por sencilla, quizá por su capacidad para sorprender. A medida que uno deja atrás las curvas de Despeñaperros ya comienzan las retinas a acostumbrarse a una sucesión infinita de puntitos oscuros que todo lo inundan; son olivos. Dicen los que saben de esto que Jaén es la provincia de España y del mundo que más olivos tiene y más aceite produce, y cómo no va a creerlo uno si aquí no se ve otra cosa. Ni las pomaradas de Asturias, ni los encinares extremeños, ni los pinares de Guadarrama, ni los naranjales levantinos alcanzan a desbordar la mirada del viajero como lo hace este olivar. Tampoco su importancia económica, lo que tiene aún más trascendencia.
Apenas pasada Sierra Morena, en La Carolina, aún puede admirarse el resultado del ambicioso intento de solución que dieron los ilustrados de Carlos III al viejo problema de la España vacía; un recital de urbanismo avanzado: plano en cuadrícula, con calles axiales que facilitaban los movimientos y las perspectivas, plazas circulares y rectangulares sabiamente distribuidas, fachadas uniformes, con jardines delanteros, orden y racionalidad, mientras se creaban fábricas y se atraían inversiones para el relanzamiento de la actividad minera.
Muy cerca, un rótulo y un monumento alertan los escondidos recuerdos de pupitre: Las Navas de Tolosa. Y poco más allá, Bailén. Son dos de esos nombres prendidos a nuestra infancia, por lo menos a la infancia de la generación del que esto escribe, que ahora no sé. Algo deberán de tener estos campos para haber sido escenario de las dos batallas más famosas de una larga historia cargada de batallas. En el escudo de Bailén figura un cántaro agujereado como homenaje a las aguadoras, encabezadas por María Bellido, que aliviaron la sed de los soldados españoles durante la batalla en aquella tórrida mañana de julio.
Sigue el olivar infinito. Se suceden lomas y valles amplios, todo olivos. Se ve a la derecha, sobre una colina, Mengíbar, con su torreón destacando sobre el caserío. Por la vega corre el Guadalquivir como un actor indiferente a todo, sin saber que su paisaje está unido a momentos, tan lejanos como decisivos, en la vida de este viajero. Marmolejo sigue ofreciendo salud y descanso en su célebre balneario de aguas termales, el mismo en que Palacio Valdés sitúa los amores, nada sacrílegos, de la hermana San Sulpicio. Baeza y Úbeda se ofrecen como un regalo sorpresa a los viajeros desprevenidos que no esperan hallar allí dos esencias del Renacimiento español. Y al fondo, el verde intenso de la sierra de Cazorla, donde el Guadalquivir se prepara para cumplir su función de gran rey de Andalucía.

miércoles, 15 de junio de 2022

Verano caliente

Casi sin transición y sin avisos, ya tenemos otra vez ahí el verano. Si es que parece que el anterior se fue hace nada; hay que ver qué tópico más manido ese de lo rápido que pasa el tiempo y lo cierto que es. Viene con ganas; todavía no ha llegado el solsticio y ya está achicharrando la mayor parte de la península con ese calor apabullante que nos envían cada año desde tierras africanas, y así todo, su imagen inconfundible nos tiene dominados los deseos y fijadas las añoranzas. Parece traernos un ansia irresistible por absorber la vida en este paréntesis que el año nos brinda, casi como si fuera cada vez algo a estrenar. Se acumulan los pretextos para el desahogo. Mente y cuerpo nos reclaman la luz y el aire libre, como si no fueran capaces de soportar el resto del año sin una inmersión temporal en ellos. Sentimos necesidades que sólo el eterno vaivén de esta bola que nos acoge puede satisfacer, como si la mecánica celeste tuviera un corazón que comprendiera nuestros afanes. Esa es nuestra condición: la de ser pequeña mota que se tiene que dejar llevar, porque toda esa plenitud de vida que nos invade en verano, la alegría de las madrugadas tempranas y claras, la serenidad que desprenden esas tardes largas y mansas, el inquieto bullir de nuestro espíritu o el deslizamiento hacia un sentimiento de renovado optimismo que nos tiende a afectar en estos días, todo eso no es, en definitiva, más que una simple consecuencia de la inclinación del eje de
la Tierra. Menos mal que nadie tiene el poder de enderezarlo.
También la intensidad informativa parece haberse contagiado estos días del efecto del calendario. Arde la política exterior de nuestro país, sobre todo en sus flancos más sensibles, y de paso nos deja la economía tiritando, asomada al borde de una grave crisis, con una alocada subida de precios, una deuda por las nubes, una inflación descontrolada y una amenaza de escasez de energía como fruto de una inexplicable decisión con relación a uno de nuestros vecinos; este Gobierno ya ha demostrado muchas veces que es especialista en crear conflictos donde no los hay sin nada que ganar a cambio.
No está el verano para muchos despilfarros viajeros, justamente cuando más necesitábamos vivir intensamente ese tiempo de desinhibiciones y sentirnos con una actitud renovada ante el paisaje de cada mañana después de dos años de tener que imaginarlo desde casa. Pero tratemos de no pensar demasiado y ser cigarras por un momento, que ya se encargarán desde arriba todos los días de amargar el tono de nuestro canto.

miércoles, 8 de junio de 2022

Reflexión en la tarde

Estaba la tarde cargada de melancolía, con el último rayo de sol cayendo sobre el amplio paisaje de campos y colinas, que comenzaban a teñirse de un tono dorado. Era muy fácil dejarse empapar por una maravillosa sensación de serena plenitud, como si de pronto todo hubiera adquirido un sentido nuevo. Un sentimiento de infinita paz, mezclado con el de solidaridad con todo lo creado, se imponía sobre todos los demás. Un sentimiento que remitía, más que ningún otro, a la misteriosa esencia del origen de todos ellos.
Bien mirado, si nos proponemos encontrar una razón de ser de todo lo que configura la parte inmaterial del ser humano que nos resulte entendible y ajustada a la lógica, estorban los sentimientos. No se les encuentra encaje en ningún plan. Son una excepción que impide dar carpetazo al concepto de una creación igualitaria y adscrita a un propósito puramente material. Si no fuese porque tenemos sentimientos todo tendría una explicación más asumible; seríamos una especie animal más. Sólo nos distinguiríamos de las otras por un mayor desarrollo cerebral: una mayor inteligencia, mayor capacidad de memoria, instintos más desarrollados, más aptitudes creativas, pero todo dentro del reino animal. Seríamos unos ejemplares con mayores atributos intelectuales y mejor situados para la lucha por la supervivencia; nada más. Pero la presencia de sentimientos dentro de nosotros nos plantea una exigencia de explicación metafísica que no se satisface con ningún auxilio de la ley natural. Todos esos sentimientos que constituyen nuestro mundo interior, que dominan nuestra vida y nos la hacen vivir con un carácter propio, que motivan y condicionan todos nuestros actos y afectos, que nos hacen sufrir y gozar; esos sentimientos de amor, de perdón, de compasión, de frustración, de odio, de miedo, de añoranza, de agradecimiento, de vergüenza, de arrepentimiento, de culpa, de responsabilidad, de admiración, ¿por qué están únicamente en nosotros? ¿De dónde proceden? ¿Qué finalidad tienen?
Somos parte de un enigma y en él hemos de desenvolvernos a ciegas. Estamos hechos de misterios que nos impiden entender nuestra condición existencial en toda su plenitud, porque la ciencia aún no puede explicarlos y la fe solo ayuda a sus elegidos. Nuestros sentimientos son nuestro mayor tesoro. A menudo no resultan fáciles de compartir, sobre todo los más intensos, y se quedan para siempre en lo más hondo de nuestro interior, allí donde nacieron, pero cuando los buenos se proyectan hacia fuera, llevan consigo un germen de felicidad para los demás.

miércoles, 1 de junio de 2022

Muerte en la escuela

Por lejos que nos quede, nos encoge el ánimo la terrible matanza de Uvalde, un pueblo de Texas de esos en los que nunca pasa nada como no sea la vida con su cara más anónima. La noticia es de una sencillez que da escalofríos: un chico de dieciocho años entra en una escuela con un fusil y asesina a 21 personas, entre ellas a 19 niños. A pesar de la estudiada asepsia informativa con que todos los medios suelen tratar estos hechos, huyendo de planos truculentos y de cualquier asomo de contemplación morbosa, resulta difícil no imaginar el pavor que se vivió en aquella aula y la rabia, la impotencia y el dolor infinito de quienes han visto cómo sus niños eran asesinados de la forma más incomprensible. El horror tiene un asiento permanente en nuestros rincones más escondidos; es un huésped duradero de la memoria; cuesta mucho arrancarlo de allí donde se ha grabado. Solo el tiempo puede si acaso debilitar su recuerdo, pero cuesta confiar en él a tan largo plazo.
Se han hecho todos los análisis posibles, incluyendo los de salón y tertulia barata, pero no es fácil dar valor a las explicaciones que tratan de ser racionales cuando los sentimientos se encuentran afectados hasta el espanto y las consideraciones que uno puede hacerse sin gran esfuerzo indican que se trata de algo que va mucho más allá de la simple circunstancia, por atroz que sea. En Estados Unidos todo el mundo puede llevar armas. Está escrito en su Constitución y no hay forma de cambiarlo por muchas encuestas y presidentes que se muestren favorables a ello; de hecho es el país del mundo donde hay más armas en manos de particulares. Hay quien piensa que este derecho consuetudinario tiene que ver con la violencia en que se fue desarrollando el país desde su origen y que se ha ido configurando hasta constituir una poderosa organización, la Asociación Nacional del Rifle, que es hoy un potente grupo de presión y el brazo político de la industria armamentística. Lo que en nuestros desarmados países nadie puede entender es la práctica ausencia de filtros a la hora de controlar en qué manos caen. Como en otras matanzas semejantes, el autor de esta era un joven desequilibrado, aunque seguramente hay que pensar que su sociedad está tan enferma como él.
La vida es un azar en el que apostamos todos, pero esta vez las bolas las lanzaron unas malditas manos asesinas y fueron a señalar a diecinueve seres que no tenían más propósito en aquella mañana, desde sus pocos años, que el de prepararse para enfrentarse al futuro, y a otras dos que estaban allí para ayudarles a ello.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Las vacas de Leoncio

Me invitó a su casa después de estar un buen rato charlando delante de una botella de sidra. Había sido un encuentro puramente ocasional; no nos conocíamos de nada, pero primero un saludo de cortesía, una respuesta amable y pronto una conversación y una invitación a seguir hablando en su casa.
Al pueblo de Leoncio hay que llegar por una carretera que va bordeando prados en una sucesión continua de curvas. La casa tiene una pequeña antojana con suelo de llábanes y un porche ennegrecido donde cuelga un montón de cosas. La cocina es una mezcla práctica de tradición y puesta al día. En el viejo llar hay ahora una vitrocerámica; sobre la antigua masera un televisor; de la sardera cuelgan embutidos con etiquetas de lejanas fábricas. Duermen en el solláu su sueño definitivo el trébede y las calamiyeres de los abuelos, esperando quizá el beso de algún coleccionista que venga a despertarlos. En el techo, tanto la viga cumbrera como las tercias son hermosas piezas de roble que el visitante admira sin disimulo. Las ventanas de atrás se abren a una huerta y luego al valle, un valle largo y verde, abarcable desde la eterna querencia escondida en nosotros mismos, pero voluble y cambiante en sombras y colores. A un lado de la casa hay un maizal; al otro, la panera. En la cuadra hay tres vacas que apenas vuelven la cabeza cuando Leoncio abre la puerta.
Leoncio se levanta muy temprano, a las seis, cuando los montes comienzan a perder su olor a noche y las lechuzas retardadas sienten en sus ojos la herida de la luz primera. Baja a catar y a dar la primera ración a las vacas. Al mediodía hay que volver a llenar la cebadera con segadura y, si hay alguna vaca parida, ordeñar de nuevo. Luego, a media tarde, otra vez a segar, limpiar un poco por allí y hacer algo en la huerta. A veces, pocas, se tercia alguna que otra partida en el chigre de la carretera; otras, casi todas, sube para terminar de atender a las vacas, ordeñar y preparar algo de cena. Cuando Leoncio se acuesta aún canta en su cueva el último grillo.
Leoncio mima a sus vacas; les habla, las cepilla con cuidado, no hay vez que pase junto a ellas sin acariciarles el lomo.
-Entre las tres vienen a dar unos cuarenta litros de leche. Y luego siempre hay alguna que otra cría. Uno más o menos iba apañándose, pero ahora... Entre la subida de los piensos y de todos los costes y la amenaza de cierre de las industrias lácteas, veo muy negro el futuro. Encima, tenemos al botarate ese de ministro de Consumo haciendo campaña contra la carne y la leche. No sé, no sé...

miércoles, 18 de mayo de 2022

Noticia del universo

 La actualidad viene a ser una mezcla de noticias sin más puntos de unión entre sí que su simultaneidad. Tristes, alegres, curiosas o indiferentes, pero casi siempre las que más nos afectan porque son las más cercanas y las que más influyen en nuestra vida diaria. Las que estos días encuentra uno al abrir un periódico o en los titulares de cualquier informativo tienen en su mayoría el sonsonete de lo acostumbrado, como si el mismo guion se repitiese sin cansarse: la imparable subida de precios, la penosa lucha del Gobierno por mantenerse en el poder a cambio de lo que sea, las ocurrencias de algunas ministras, el permanente chantaje de los nacionalistas, el miedo al covid que aún nos amenaza con una nueva ola y, como triste novedad, la guerra en Ucrania y los desastres que está produciendo. Todas nos tocan; de todas nos hacen partícipes, querámoslo o no, aunque solo sea porque hemos de sufrir sus consecuencias, y en este mundo, cada vez más convertido en un patio de vecindad, todas terminan por resultarnos más o menos cercanas. Quizá por eso pasan casi inadvertidas las que se refieren literalmente a otros mundos que, pese a ser una absoluta realidad, se nos aparecen más bien como pertenecientes al terreno de la abstracción.
Un grupo de astrónomos ha confirmado lo que ya se sospechaba: que en el centro de nuestra galaxia hay un agujero negro. Está a 26.000 años luz de nosotros y tiene una masa cuatro millones de veces mayor que el sol. Los científicos dan datos sobre su morfología, lo comparan con el otro agujero negro que se conoce en otra galaxia, explican que concuerda con la teoría de la relatividad y establecen conclusiones que habrán de ayudar a los astrofísicos del futuro a comprender uno de los grandes enigmas del universo. Pero para la mayoría de nosotros eso es un lenguaje sin apenas significado. Uno prefiere hacer una lectura más próxima a sus sentimientos y más reconfortante. Ver en ello un buen pretexto para ser conscientes de la insignificancia de todo lo que nos rodea, pero también para sentirnos participes de un proceso común que se inserta en una unicidad absoluta de origen y destino. Porque somos literalmente materia estelar. Todos los pedazos de materia sólida que existen en el universo son residuos del largo proceso de formación y extinción de las estrellas hasta su conversión en agujeros negros. Este ser que vive y ama y se preocupa por el mañana de cada hoy y ese que está leyendo esto, son polvo de estrellas. Las instancias a quien poder acudir en busca de aclaraciones están ocultas, pero al menos tenemos la certeza de saber que existe un punto absoluto y común.