Lo único inocente y auténtico que debe de haber en este insólito mundial
de Qatar es la pelota rodando por el césped y el esfuerzo y la ilusión de los
jugadores corriendo tras ella. Al menos se salva eso, que en realidad es la
auténtica esencia del fútbol. Lo demás da la impresión de ser un espectáculo
fuera de lugar, artificioso, carente de esa legitimidad que solo da la acción
de la tradición y la historia. Un mundial nacido de una oscura decisión con
tintes corruptos, jugado a destiempo, en un lugar donde apenas habían visto un
balón, donde todo había que crearlo a partir de la nada y al que había que
acudir con unas cuantas lecciones bien aprendidas sobre cómo comportarse y
vestirse para no tener problemas. Relucen los flamantes estadios recién
inaugurados con sus líneas de rompedora modernidad, pero no resuena en sus gradas
el eco de ningún entusiasmo, eso que viene a ser la pátina que da solera y
calor al frío hormigón. Es de imaginar, cuando todo esto acabe, el silencio que
caerá sobre estas gradas de líneas futuristas y protagonismo efímero, en las
que quizá alguien se siente alguna vez a pensar qué hacer ahora en ellas y qué
se podría haber hecho con los 200.000 millones de euros que costó el capricho.
Y en esto, sale el mandamás del fútbol, un suizo de mirada
lánguida y pausas teatrales, y nos dice que estos días se siente catarí, árabe,
africano, gay, discapacitado e inmigrante. Cuántas cosas. Puede incluso que
hasta se sienta presidente de un organismo que debiera estar por encima de
cualquier particularidad y ajeno a intereses que no sean exclusivamente los
futbolísticos. Y a cuenta de las críticas a la falta de derechos de los
cataríes nos dice que los europeos no podemos dar lecciones a nadie y que
deberíamos pedir perdón por lo que hicimos durante tres mil años. Supongo que
será también por haber creado el fútbol.
Sentado ante el televisor, viendo un poco de la inauguración antes
de cambiar a otra cadena donde daban un reportaje sobre los lemures de
Madagascar, a uno le dio por pensar que si algo había mostrado este acto era
que el dinero puede conseguirlo todo menos lo más importante, justo aquello que
no puede comprarse porque nadie puede venderlo. Esta tarde les toca a los
nuestros y otra vez se repetirá el rito de las reuniones ante el televisor, las
calles vacías, las cañítas con la bolsa de patatas fritas, los ayes y los huys por
cada disparo a puerta y las lecciones y explicaciones del técnico que cada
aficionado lleva dentro. Realmente el fútbol debe de ser algo importante cuando
ni estos que lo rigen pueden con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario