Estaba la tarde cargada de melancolía, con el último rayo de sol
cayendo sobre el amplio paisaje de campos y colinas, que comenzaban a teñirse
de un tono dorado. Era muy fácil dejarse empapar por una maravillosa sensación
de serena plenitud, como si de pronto todo hubiera adquirido un sentido nuevo. Un
sentimiento de infinita paz, mezclado con el de solidaridad con todo lo creado,
se imponía sobre todos los demás. Un sentimiento que remitía, más que ningún
otro, a la misteriosa esencia del origen de todos ellos.
Bien mirado, si nos proponemos encontrar una razón de ser de todo
lo que configura la parte inmaterial del ser humano que nos resulte entendible
y ajustada a la lógica, estorban los sentimientos. No se les encuentra encaje
en ningún plan. Son una excepción que impide dar carpetazo al concepto de una
creación igualitaria y adscrita a un propósito puramente material. Si no fuese
porque tenemos sentimientos todo tendría una explicación más asumible; seríamos
una especie animal más. Sólo nos distinguiríamos de las otras por un mayor
desarrollo cerebral: una mayor inteligencia, mayor capacidad de memoria,
instintos más desarrollados, más aptitudes creativas, pero todo dentro del
reino animal. Seríamos unos ejemplares con mayores atributos intelectuales y
mejor situados para la lucha por la supervivencia; nada más. Pero la presencia
de sentimientos dentro de nosotros nos plantea una exigencia de explicación
metafísica que no se satisface con ningún auxilio de la ley natural. Todos esos
sentimientos que constituyen nuestro mundo interior, que dominan nuestra vida y
nos la hacen vivir con un carácter propio, que motivan y condicionan todos
nuestros actos y afectos, que nos hacen sufrir y gozar; esos sentimientos de
amor, de perdón, de compasión, de frustración, de odio, de miedo, de añoranza,
de agradecimiento, de vergüenza, de arrepentimiento, de culpa, de
responsabilidad, de admiración, ¿por qué están únicamente en nosotros? ¿De
dónde proceden? ¿Qué finalidad tienen?
Somos parte de un enigma y en él hemos de desenvolvernos a ciegas.
Estamos hechos de misterios que nos impiden entender nuestra condición
existencial en toda su plenitud, porque la ciencia aún no puede explicarlos y
la fe solo ayuda a sus elegidos. Nuestros sentimientos son nuestro mayor tesoro.
A menudo no resultan fáciles de compartir, sobre todo los más intensos, y se
quedan para siempre en lo más hondo de nuestro interior, allí donde nacieron,
pero cuando los buenos se proyectan hacia fuera, llevan consigo un germen de
felicidad para los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario