No sé por qué hay tantos que se quejan de este Gobierno, si es un primor
de creatividad a la hora de encontrar remedios para llenar la faltriquera
pública. Claro que lo es mucho más a la hora de vaciarla, pero hay que
reconocerle la originalidad de la última idea puesta en marcha: subir impuestos.
De momento solo a las empresas que hayan ido bien en cuestión de ganancias, en
concreto a las energéticas y las financieras. Es imaginativo este Gobierno, hay
que admitirlo. De un solo golpe, pone en la picota a las empresas que ganan
dinero, las señala ante la sociedad, ahuyenta la inversión y queda él mismo en
evidencia al dejar más a la vista el despilfarro que practica. Y además hace verdad
aquello de que una multa es un impuesto por hacer las cosas mal y un impuesto
es una multa por hacerlas bien.
Desde luego, ni las eléctricas ni los bancos van a encontrar entre
los ciudadanos muchas voces que se alcen en su favor, las dos figuran en la
parte alta de la lista de sus antipatías, y hasta seguramente muchos verán con una
sonrisa retorcida que les pongan cualquier tributo sin que importe el pretexto,
pero probablemente agradeceríamos más que les bajasen a esas empresas las
cargas fiscales sobre sus beneficios y las obligasen a bajarnos a nosotros sus
facturas. Bien es verdad que al menos los bancos se merecen de sobra este
impuesto y varios pescozones más por su avaricia, su prepotencia y su falta de
consideración con sus clientes, pero como sabemos que dominan el difícil arte
de no perder nunca, mucho nos tememos que todo revierta sobre nuestras cuentas,
y encima con creces, por más que la ministra de turno ponga la carita de los
domingos prometiendo lo contrario.
Pero estábamos en que este Gobierno es una fecunda fábrica de
ideas con las que dar soluciones a los problemas que nos atosigan. Por ejemplo,
el del cambio climático, del que tanto nos hablan los medios hasta inculcarnos
la sensación de que a este planeta le quedan cuatro días, podría aliviarse
quitándonos la corbata. Barata sí que es esta idea, y hasta puede que funcione,
quién sabe, aunque nadie explicó qué tiene que ver el deshielo del permafrost
siberiano con que uno se ajuste un nudo de tela al cuello para sentirse más
elegante. Más bien cabe creer que por muy descorbatados que nos quedemos,
ningún glaciar de la Antártida va a darse por enterado ni ningún termómetro va
a dejar de subir lo que tenga que subir. A lo mejor es que se trata de
presentar la corbata como un símbolo de la lucha contra el cambio climático,
como antes lo fue de la lucha social. O sea, una memez más en este tiempo de
memeces.
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