miércoles, 3 de agosto de 2022

Impuestos y corbatas

No sé por qué hay tantos que se quejan de este Gobierno, si es un primor de creatividad a la hora de encontrar remedios para llenar la faltriquera pública. Claro que lo es mucho más a la hora de vaciarla, pero hay que reconocerle la originalidad de la última idea puesta en marcha: subir impuestos. De momento solo a las empresas que hayan ido bien en cuestión de ganancias, en concreto a las energéticas y las financieras. Es imaginativo este Gobierno, hay que admitirlo. De un solo golpe, pone en la picota a las empresas que ganan dinero, las señala ante la sociedad, ahuyenta la inversión y queda él mismo en evidencia al dejar más a la vista el despilfarro que practica. Y además hace verdad aquello de que una multa es un impuesto por hacer las cosas mal y un impuesto es una multa por hacerlas bien.
Desde luego, ni las eléctricas ni los bancos van a encontrar entre los ciudadanos muchas voces que se alcen en su favor, las dos figuran en la parte alta de la lista de sus antipatías, y hasta seguramente muchos verán con una sonrisa retorcida que les pongan cualquier tributo sin que importe el pretexto, pero probablemente agradeceríamos más que les bajasen a esas empresas las cargas fiscales sobre sus beneficios y las obligasen a bajarnos a nosotros sus facturas. Bien es verdad que al menos los bancos se merecen de sobra este impuesto y varios pescozones más por su avaricia, su prepotencia y su falta de consideración con sus clientes, pero como sabemos que dominan el difícil arte de no perder nunca, mucho nos tememos que todo revierta sobre nuestras cuentas, y encima con creces, por más que la ministra de turno ponga la carita de los domingos prometiendo lo contrario.
Pero estábamos en que este Gobierno es una fecunda fábrica de ideas con las que dar soluciones a los problemas que nos atosigan. Por ejemplo, el del cambio climático, del que tanto nos hablan los medios hasta inculcarnos la sensación de que a este planeta le quedan cuatro días, podría aliviarse quitándonos la corbata. Barata sí que es esta idea, y hasta puede que funcione, quién sabe, aunque nadie explicó qué tiene que ver el deshielo del permafrost siberiano con que uno se ajuste un nudo de tela al cuello para sentirse más elegante. Más bien cabe creer que por muy descorbatados que nos quedemos, ningún glaciar de la Antártida va a darse por enterado ni ningún termómetro va a dejar de subir lo que tenga que subir. A lo mejor es que se trata de presentar la corbata como un símbolo de la lucha contra el cambio climático, como antes lo fue de la lucha social. O sea, una memez más en este tiempo de memeces.

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