miércoles, 9 de noviembre de 2022

Los tontos del bote

Seguramente ha sido así siempre, pero da la sensación de que nunca como ahora hubo un tiempo en que salieran a la luz tantos majaderos haciendo las cosas más impensables y siempre en defensa de pretendidas ideas de noble apariencia que no son más que brindis a la luna. Los miras y puedes pensar que son producto de una reflexión sistemática y rigurosa, pero en dos vistazos llegas a la conclusión de que las tales ideas no son más que habitantes de un cerebro deshabitado, o sea, deseos basados en fundamentos con la solidez de la bruma. Ahora le ha tocado al arte, a la pintura de los grandes museos, convertida en instrumento para llamar la atención sobre el cambio climático. Una pareja de niñatos con afanes redentores entra en la sala, tira un bote de puré a un cuadro y luego pega una de sus manos a la pared o al marco, no sé muy bien para qué. Ya han actuado en varios museos europeos y han emborronado a Monet, Van Gogh, Vermeer y unos cuantos más. Aquí han aparecido imitadores autóctonos que han entrado en el Prado y la han tomado con las Majas de Goya. Y, tras quedarse uno asombrado de la infinita estulticia de algunos ejemplares humanos, surgen las preguntas. ¿Qué tiene que ver un cuadro pintado hace dos siglos con el cambio climático de ahora? ¿Qué relación hay entre el arte como expresión de belleza con el calentamiento de la atmósfera? ¿Qué quieren que haga el espectador que mira un cuadro por detener el cambio del clima? ¿Hay alguien detrás de estos hechos persiguiendo intereses que no conocemos? No esperen respuestas. En el mundo del absurdo todo es oscuridad y obligación de andar a tientas.
Además, quizá sea una lucha contra una sombra inalcanzable. Siempre he creído que efectivamente el cambio climático es una realidad, pero que quizá no debamos creernos tan presuntuosos como para afirmar que tenemos capacidad para promoverlo de modo sustancial. Desde su formación, nuestro planeta ha vivido en un proceso perpetuo de transformación. El clima jamás ha sido regular ni tenido continuidad en sus manifestaciones; siempre ha estado en continuo cambio, y el hombre no puede ni provocarlo ni detenerlo. Seguramente ahora la acción humana contribuye de algún modo a alterar el ritmo del cambio, pero aunque la humanidad desapareciese, la Tierra seguiría con sus ciclos, indiferente a todo. El cambio forma parte de la naturaleza. Por supuesto que hay que cuidarla; debemos procurar no agredirla con desechos evitables y tratar de pasar lo más inadvertido posible en ella, pero sin hacer mucho caso a los que intentan meternos miedos apocalípticos.

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