miércoles, 29 de marzo de 2023

Pajares

Ahora que la línea férrea de Pajares va a dejar paso a su esperada variante, bien cabe un breve ramalazo de nostalgia por lo que ha supuesto para todos nosotros. Este fue un camino en abierta rebeldía a los pasos de todo caminante. Camino de leyenda, forjada como han de forjarse las leyendas de cualquier camino para que sean creíbles: con los ayes de quienes los han andado y los suspiros de orgullo de quienes han terminado por vencerlos. Por aquí, por esta rara muestra de debilidad de la cordillera Cantábrica, aprovecharon los hombres para entrar y salir de Asturias hacia el resto de la península desde que sintieron la necesidad de comunicarse si querían sobrevivir. Lo vieron pronto los romanos, cómo no, que abrieron por La Carisia una vía de penetración, camino de Lucus Asturum y de Gigia. Era un camino para foráneos, es decir, para facilitar la llegada de otras gentes; se ve que los de aquí no sentían ninguna necesidad de salir al exterior. Luego, en los siglos sucesivos, la empinada pendiente se convertiría en ruta de peregrinación por gracia de los atrevidos caminantes jacobeos que se desviaban en León para dirigirse a Oviedo, a venerar las reliquias de San Salvador. No cuesta demasiado imaginar, mirando desde la ventanilla del tren y sintiendo la infinita pequeñez de uno ante aquella grandiosidad, los temores y sufrimientos, la fe, la esperanza y quizá los arrepentimientos de aquellos peregrinos atrapados en un camino hostil, sin más defensa que su voluntad.
Pero la leyenda de Pajares la cimentó definitivamente el ferrocarril. El que esto firma, que por algo tiene entre sus títulos el de ser hijo de ferroviario, siempre ha visto el tren como un portador de ensueños, un mundo misterioso en su eterno vaivén hacia lo desconocido, alimentado por lágrimas de adioses y bienvenidas, e inmensamente bello en el hechizo de su majestuosa figura. La idea de tener que construir un ferrocarril que atravesara esta montaña imponía tanto respeto que durante mucho tiempo echó para atrás a todos los empresarios. Era preciso vencer un desnivel de casi mil metros en sólo diez kilómetros, sin pasar de una pendiente máxima del dos por ciento, y para ello había que convertir esos diez kilómetros en cincuenta y construir un sinfín de túneles, viaductos, terraplenes y trincheras. Es decir, había que afrontar una de las mayores obras de ingeniería ferroviaria de Europa.
Pajares terminó por ser vencido del todo por la técnica, que siempre avanza más deprisa que sus estáticas pendientes. La variante convertirá el actual trazado en una curiosidad a estudiar por los interesados del mañana. O, en el mejor de los casos, en una vía verde para desahogo de piernas y sentimientos. O acaso en referencia de románticos.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Riqueza dudosa

Hay riquezas a las que uno renunciaría de buena gana, si pudiera. La riqueza habrá que medirla, digo yo, en función de su capacidad para generar estados positivos que redunden en bienestar y en la solución de problemas; si no, ya me dirán para qué vale. Pues eso es lo que no acaba uno de ver con el tesoro que dicen que tiene España con sus cuatro o cinco lenguas. O más, porque cada día aparece una nueva.
Las lenguas son resultado de la trayectoria histórica del hombre como ser social. La abundancia de ellas en un pequeño espacio no indica más que un estado de incomunicación secular entre los grupos sociales que lo habitaban, estado que puede deberse al hecho de que haya diferentes lenguas que impidan la comunicación, o a la incomunicación, que fomenta la aparición de distintas lenguas. Con la consolidación de alguna de ellas como lengua nacional, y a veces universal, las demás fueron perdiendo todas sus funciones, entre ellas la primordial de toda lengua: la de ser vehículo básico para la comunicación. Hoy pueden ser vistas como un factor de identificación, pero también como un resto de tribalismo y, en todo caso, como una reminiscencia histórica de carácter cultural. Pero que no nos repitan a todas horas eso de que es una riqueza inapreciable de nuestro país. Está claro entonces que Botswana, con más de doscientas lenguas, es infinitamente más rico culturalmente que Alemania, que sólo tiene una, la pobre.
La riqueza cultural de un país no la da el número de lenguas, sino el empleo que se hace de ellas. Si España ha creado una de las tres o cuatro literaturas más importantes del mundo, desde luego no ha sido por lo que aportaron el euskera, el gallego o el catalán, y no digamos el bable. La expresión creativa busca sus propios cauces y, según vemos, los cauces elegidos a lo largo de la Historia fueron pocos. Y es que, en definitiva, la lengua es el espacio social de las ideas.
Seguiremos oyendo eso de que España tiene una riqueza única en sus lenguas, cuando la riqueza real sería no tenerlas, porque así no gastaríamos los millones que nos gastamos en traducciones, doblajes, dobles rótulos, ikastolas, disposiciones legales y subvenciones de todo tipo. Pero bueno, debemos de ser los europeos de mayor riqueza cultural. Porque ya saben que el momento de la Historia más rico en cultura no fue la Grecia clásica ni la Italia del Renacimiento ni nada parecido. Fue la torre de Babel.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Semana agitada

Y al final, ¿qué queda de toda esa barahúnda de actos y manifestaciones que vivimos esta semana del 8 de marzo?. Pues nada. Una confusión de ideas, un barullo de definiciones, una riada de rencores aflorados artificialmente y, para una gran mayoría, la sensación de que se trata de buscar cinco pies al gato en algo que siempre hemos tenido por claro y sencillo, tal como son las cosas que nos da la naturaleza. Esas señoras feministas que han llegado al poder y que tratan de modelar a su gusto nuestras opiniones y de dictar nuestro modo de actuar según su criterio, incluso en los aspectos más reservados de nuestra vida, parecen estar seguras de ser el ejército de salvación que viene a abrirnos los ojos sobre algo que nunca entendimos muy bien. Hablan con el tono de no admitir réplica y con la seguridad impostada que da el poder, pero al mismo tiempo con la suficiencia del ignorante y la condescendencia de quien destapa ante el pobre lego el tarro de su sabiduría. En su inmensa prepotencia ni siquiera se dan cuenta de los disparates que sueltan ni de las sonrisas de conmiseración que levantan.
No saben bien estas preclaras musas el daño que están haciendo al auténtico movimiento feminista y al mundo de la mujer en general. Con sus leyes han puesto en la calle a un buen número de violadores y pederastas, y con sus ideas adanistas han creado una confusión de conceptos que hace difícil situar cada uno en un lugar comprensible. Hasta 37 géneros sexuales y 10 orientaciones específicas han encontrado entre nosotros, según el documento que han mandado a la Policía para que todos sean tratados correctamente; la verdad es que la lista podría pasar por un poema dadaísta escrito en una noche de absenta. Además, han dividido al movimiento feminista minusvalorando a las verdaderas luchadoras por la causa de la mujer, esas que llevan años en el empeño de conseguir derechos para ella sin aspavientos histriónicos y con las ideas bien delimitadas, sin confusión en cuanto a género y sexo; han creado un espectáculo difícil de poder ser tomado en serio y, lo peor, han puesto a la mujer en un injusto lugar ante las dudas de que el puesto que ocupa lo haya conseguido por la ley de la paridad y no por su valía.
¿Qué es una mujer? le preguntaron a una de las ministras después de que ésta hubiese soltado una de sus ininteligibles peroratas. La ministra frunció el ceño y contestó algo que no tenía nada que ver. Miles de años de civilización y de convivencia de ambos sexos en este planeta y la ministra de Igualdad no sabe qué es una mujer.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Velázquez

Al viajero que llega a Roma le van a sobrar oportunidades de vivir sensaciones de todo tipo, pero hay una que quizá no conozca: la de medir su mirada con la de unos ojos que le taladran desde más allá del tiempo. En una pequeña habitación del palacio Doria, desnuda y mal iluminada, está colgado el que es posiblemente el retrato más asombroso de la historia de la pintura: el del papa Inocencio X, de nombre Giambattista Pamphili. Fue pintado por Velázquez en 1650, durante su segundo viaje a Italia, y fue un encargo del propio papa, lo cual ya era una honrosa distinción para el pintor español, de visita a la capital del arte y del mundo cristiano. Antes de enfrentarse a la tarea, Velázquez, previsor y flemático como siempre, quiso poner los dedos a punto pintando el retrato de su propio sirviente, Juan de Pareja, retrato que, al ser luego expuesto con otros en el Panteón, suscitó la admiración unánime. "Los demás cuadros eran sólo pintura; sólo éste parecía ser verdad", escribió un testigo. Trescientos años más tarde, en 1971, este retrato del moreno y altivo sirviente batiría todas las marcas de precio de venta hasta la fecha, al ser adquirido en subasta por el Metropolitan Museum de Nueva York.
El retrato de Inocencio X constituye uno de esos momentos mágicos en los que el arte va más allá de la simple representación formal para convertirse en una inmersión en el interior más profundo de un ser humano; un hacer visible lo invisible para bien o para mal. El rostro del pontífice, emergiendo entre dos manchas rojas, aporta más elementos para un psicoanálisis que cien sesiones de diván freudiano. La expresión desconfiada, los ojos como espadas, los labios fruncidos, la postura inquieta, no sé qué otra retina habría podido ver tan adentro. "Tropo vero", comentó el papa al verse, entre disgustado y admirado. Demasiado verdadero, incluso para alguien que crea conocerse bien. Pero verdad es belleza, y el papa había ido a elegir tal vez al único pintor que jamás habría traicionado esa equivalencia.
Casi toda la gran obra de Velázquez está en el Prado, para suerte nuestra, pero uno quiere hoy evocar a su manera su genio recordando aquella penumbrosa sala romana de la Galería Doria, en la que entra siempre con actitud reverente.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Las hermanas

Al lado de las grandes tragedias que afligen estos tiempos, guerra, pandemia, terremotos, cuya lejanía nos las hace sentir poco más que como simple tema informativo, el acto de esas dos niñas de un pueblo catalán que se lanzaron al vacío, un hecho de ayer, de ahí mismo, vuelve a ponernos frente a la eterna interrogante sobre el corazón del hombre. Uno no es nadie para indagar los motivos que se ocultan en los escondrijos más profundos del espíritu, y además sería vanamente pretencioso porque sin duda serán diversos y múltiples, pero desde su mirada actual, digamos que inmersa en la normalidad, puede imaginar su intensidad. La intensidad de su angustia, de las palabras a medio asomar, de aquella terrible oscuridad que veían en su entorno y de los silencios obligados en el que solo actuaron las miradas; de la certeza de una condena a vivir con la eterna sensación de inadaptabilidad a la realidad en que la vida las había situado. Pero sobre todo la intensidad de su propósito y de su deseo de consumarlo.
Fue tal vez el miedo a tener que sobrevivir en un ambiente educativo de carácter excluyente, en el que prima ante todo la supremacía de lo propio, y en un entorno social hostil y cerrado hasta hacer sentir al forastero que será siempre un eterno inadaptado. O acaso estemos ante las secuelas de esa oleada de feminismo furibundo que están trastocando todos los conceptos establecidos sin aportar a cambio más que confusión y situaciones de injusticia para las propias mujeres. Desde el lenguaje hasta las costumbres más cotidianas, todo hay que pasarlo por el tamiz de la nueva corrección feminista, pero nadie parece pensar, por ejemplo, en las consecuencias de unas leyes sobre la identidad sexual que crean el caos en las mentes aún en formación. Las dos hermanas tenían doce años. Lo que hace este caso aún más dramático es su desamparo espiritual y, desde luego, el grado excepcional de comunión entre ambas.
Morir juntos y voluntariamente parece el sueño de los dioses o de quienes aspiran a ser más que ellos alcanzando el don de elegir su propio destino. Morir juntos no puede ser nunca la elección de dos niños de doce años. Algo estamos haciendo muy mal en estos tiempos de continuo cambio, algo que tiene que ver con la educación, con la modificación de los paradigmas que nos han servido hasta ahora y, sobre todo, con la familia, con el abandono de sus valores y con la voladura de los lazos que la mantuvieron siempre como la estructura básica de la sociedad. Ojalá que la niña que ha sobrevivido pueda vencer en su lucha con los fantasmas que la esperan.