miércoles, 19 de octubre de 2022

Cuestión de opinión

Suceden tantas cosas que no nos da tiempo a crearnos una opinión sobre ellas. Saltan las noticias unas sobre otras sin detenerse a respirar, como si el tiempo tuviera prisa por llegar a no se sabe qué meta, y solo unas pocas tienen el privilegio de robarnos un poco de tiempo para reflexionar sobre ellas. Claro que nuestra opinión no va a modificar nada ni a influir en sus consecuencias, pero es nuestra y es lo único que tenemos como referencia para situar los hechos en un entorno comprensible. Y si  nos encontramos desorientados ante lo que vemos y no nos sentimos capaces de desentrañarlo, acudimos a la opinión de los que sí la tengan y la hacemos nuestra, aunque sea con reservas. Cuántas veces el criterio ajeno nos sirve de guía.
Opinar es muy fácil; todo el mundo lo hace continuamente, lo que crea en torno al sustantivo opinión una riada de posibles adjetivos: errónea, interesada, pública, general, particular, absurda, acertada, falsa y mil más. Por supuesto, no es cierto ese tópico de que todas son respetables; como mucho lo será quien las dice. La historia, las crónicas de antes y sin duda también las de hoy, están llenas de opiniones que se han demostrado falsas, y no solo las referidas a creencias e ideas abstractas, sino a las de carácter científico, desde los que opinaban que el sol era tan grande como el Peloponeso hasta un tal  Dyonisius Larner, doctor del University College de Londres, que sentenció públicamente  que un barco de vapor nunca podría cruzar el Atlántico, porque la travesía requeriría más carbón del que podría llevar, y que el ferrocarril con máquina de vapor nunca podría prosperar porque los viajeros morirían asfixiados, incapaces de respirar a tanta velocidad. Otras veces no es que el tiempo demuestre que están equivocadas; es que son inanes, perogrullescas, totalmente prescindibles. En eso suelen llevar la palma los políticos mediocres. Fíjense por ejemplo en una de ahora mismo que ha soltado la ministra de Hacienda. A pesar de que habla comiéndose las letras y de que emplea una sintaxis desconocida en los manuales de gramática, deja clara su opinión de que en verano lo mejor es abrir la ventana para que haya corriente y en invierno ponerse un edredón fuerte para no tener frío.
El columnista de opinión sabe que al hacerla pública se arriesga a la crítica y a la mirada severa de sus lectores, a los que quizá no agrade lo que piensa, pero sabe también que eso es lo último en lo que ha de pensar. Mucho menos en pretender adoctrinar. En fin, no hagan mucho caso. Todo lo que está aquí escrito es una opinión.

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