miércoles, 28 de diciembre de 2022

Qué gran día

Hoy he decidido gastarme una inocentada a mí mismo. Debe de ser hermoso penetrar en un espacio creado desde las mejores ilusiones de cada uno y habitar en él aunque sea un  solo día al año, y hoy es ese día. Quiero engañarme  y vivir  por un momento despreciando la actualidad que nos acongoja el ánimo y hace que apartemos la mirada de todo lo que de bello y entrañable nos ofrece la vida. Por un momento, la pringosa capa de miserias que destilan los noticiarios se va a quedar suspendida y va a ocupar su lugar la imagen de lo que bien podría ser si todos quisiéramos.
Hoy el día ha amanecido con un tono sereno y un no sé qué prometedor, y hasta las calles, tan desapacibles siempre en la madrugada, parecen dar una acogida más cálida a quienes tienen que pisarlas a esta hora. Veo a un joven que cede el asiento a una señora mayor en el autobús, que un policía pone una multa a un motorista por el ruido que hace su moto y a otro que llama la atención a unos mozalbetes por pintarrajear un banco del parque, y hasta veo a un ciclista que respeta las señales de tráfico. Me encuentro con un antiguo compañero al que hace tiempo que no veía y noto en sus ojos que se alegra de verdad de verme. Me dice que al fin sus hijos han encontrado un trabajo estable, y que el juez de familia que lleva el divorcio de uno de ellos hizo algo insólito: fallar en contra de la mujer.
Reconforta ver los telediarios y leer la prensa; se ve en el país un ambiente de sosiego y ganas de evitar la crispación y de trabajar juntos. Los políticos no se insultan ni buscan las debilidades del otro; al revés, tratan de fortalecer la conciencia nacional y el orgullo de lo nuestro; incluso los nacionalistas han dejado de mirarse tanto el ombligo y están dispuestos en el progreso conjunto de España. Los sindicatos se plantean renunciar a sus subvenciones para poder dedicarse sin ninguna servidumbre a su función de defender a los trabajadores y las cadenas de telebasura han recuperado el concepto de la dignidad y prometen emitir de vez en cuando algún programa que no haga sentir vergüenza ajena; incluso los de la Sexta están dispuestos a dar alguna noticia positiva sobre España. La ministra de Educación ha propuesto  recuperar el estudio de las humanidades y asegura que tratará de llegar a un acuerdo para tener una ley educativa de ámbito nacional, aceptada por todos. Para colmo, el presidente del Gobierno ha dicho que a partir de ahora va a cumplir lo que prometa y que no pensemos que esta es otra promesa que no va a cumplir, y lo ha dicho con voz humilde y nada engolada.
Qué gran día he vivido, pero mañana ya será 29. 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Tiempo de paz

De paz y felicidad, al menos en los saludos y los deseos. Qué bien nos suenan esas expresiones tan propias de estas fechas. Estamos necesitados de palabras amables que nos laven la costra de desencanto que nos deja cada día la realidad en que vivimos y que muchos se empeñan en hacer aún más amarga. Que se callen de una vez los que insultan y ofenden desde las tribunas donde los hemos puesto con nuestros votos, que se avergüencen al oírse a sí mismos, que hagan una pausa al menos en estos días en que todos parece que sentimos más cercanos los deseos de paz.
Paz ante todo con nosotros mismos, en nuestro propio interior, que es la que  descansa en esa cámara sagrada que todos custodiamos dentro y cuya inviolabilidad es nuestra posesión más preciada. Frente a la paz exterior, que no está en nuestra mano ni jamás ha aparecido por la tierra desde que los humanos están en ella, la paz interior es la que habita en nuestro refugio mas privado y es la única que cada uno de nosotros puede gozar sin la inquietud de que alguien pueda nada contra ella. Y uno cree que es el mejor deseo que se puede ofrecer al prójimo.
Paz consigo mismo a los políticos enfermos de la pasión del poder que, con tal de satisfacer sus ambiciones personales, no vacilan en poner en riesgo realidades sociales sólidamente asentadas que constituyen lo más querido y sagrado de cualquier persona. A los que tratan de servirse de caminos torticeros para seguir en su sillón, a los de la crispación continua y a los que acallan su conciencia para que no moleste. Días de paz a sus inquietas mentes y a sus agitadas aspiraciones.
Paz a los que sufren sin haber hecho nada por merecerlo y a los que sufren para que no sufran los demás; a los que han renunciado a vivir estos días en familia porque han querido llevar algún remedio y alivio allí donde la enfermedad envuelve en sufrimiento y desesperanza, y a quienes han partido a zonas de peligro y tratan de poner lo mejor de su parte para aportar un poco de orden y seguridad en aquel infierno.
Paz esperanzada a los sempiternos pesimistas que jamás pueden ver algo bueno en nuestras cosas; a los que, de buena o mala fe, creen que los males se arrancan con otros males; a los que se desesperan por cosas sin importancia, que son casi todas, y a  quienes sólo aspiran a vivir una vida sencilla con los suyos y con las pequeñas ilusiones y decepciones de cada día. Y a ti, que has querido leerme.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Retrato del mal político

Igual que todos tenemos un modelo ideal del buen político, aunque luego en la práctica no conozcamos a ninguno, también podemos crearnos el paradigma del negativo, ese que es una desgracia para el país que ha tenido la mala suerte de encontrárselo, aunque sea por vías democráticas. Seguramente cada uno tendrá su perfil de político indeseable, porque la variedad es infinita, pero creo que casi todos pueden parecerse a este:
Es mal político el que engaña a su pueblo a sabiendas de que lo está haciendo; el que trata de ganárselo haciéndole promesas que no ha pensado nunca cumplir; el que falta a su palabra continuamente y de forma descarada; el mentiroso; el inflado de vanidad; el que trata de parecer profundo cuando no hay otra cosa que vacuidad; el que expresa una opinión y deja entrever otra para tener siempre una salida.
Es mal político el que altera las leyes en beneficio de su partido, convencido de que está por encima de ellas y que merecen ser cambiadas por alguien que tenga una visión más elevada e inteligente que los que las hicieron; el que se cree poco menos que un elegido del destino para alumbrar las tinieblas de su época; el que es capaz de asociarse con el mismo diablo si con ello logra alcanzar las mayorías que no es capaz de conseguir en las urnas; el temerario que pone en riesgo la convivencia social y la misma estabilidad de su país con tal de seguir sentado en su sillón; el enfermo de ansia de poder y el ambicioso que lo pretende solo para disfrutar de tenerlo y no para utilizarlo para el bien de la comunidad.
Es mal político el que hace creer que sirve a sus ciudadanos cuando en realidad se sirve de ellos; el que goza humillando al adversario; el que sigue ciegamente su instinto por encima de la conveniencia general y de las convenciones establecidas; el que no se fía ni de los suyos y desdeña cualquier consejo porque solo él está en posesión de la verdad.
Es mal político el de palabras pomposas y ademanes estudiados; el de tono enfático y sonrisa impostada, que solo engaña a los espectadores candorosos; el que anda por la política exhibiendo sus encantos como si fuese un escenario donde él es la estrella absoluta de la función, ese del que Catón decía, refiriéndose a los augures de su tiempo, que "no pueden mirarse sin reírse". Ese que tiene como antónimos términos como humildad, lealtad, sinceridad, honor.
No sé si ustedes estarán pensando en alguien.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Entrar en la Historia

La Historia debe de ser un lugar de amena estancia y una residencia de cómodo vivir, a juzgar por la cantidad de gente que pretende entrar en ella a costa de lo que sea. En realidad, una buena parte de los hechos que han configurado la trayectoria humana a través del tiempo tienen su origen en el afán de sus protagonistas por dejar su nombre para la posteridad, como si una vez que le cierran a uno los ojos fuera a disfrutar de los elogios que le puedan dedicar. Las páginas de la Historia solo admiten a algunos elegidos, y figurar en ellas es la gran aspiración de muchos y, como consecuencia, causa y origen de hechos heroicos a la vez que  de guerras y conflictos o acciones de descerebrados. El caso más famoso de estos últimos es el de Eróstrato, que incendió el templo de Artemisa en Éfeso para que su nombre fuera conocido en el mundo entero, cosa que consiguió a pesar de todos las medidas que se tomaron para silenciarlo. Mucho más cutre y con menos aspiraciones fue el de un cabrero de Gallipienzo, un pueblo de Navarra, que metió sus cabras en los viñedos mientras los vecinos estaban en misa porque "quiero hacerme famoso", según dijo; se ve que se conformaba con una ración limitada de gloria. En el lado contrario también hay ejemplos de gentes a quienes la fama no les importa gran cosa y prefieren encontrarse famosos para sí mismos en su interior. En una ciudad levantaron una estatua a un escritor mediocre cuando había otro con mucho más prestigio y merecimiento. Alguien le preguntó a este si se sentía molesto, ya que nadie se explicaba por qué no le habían puesto a él. "No me preocupa nada -respondió-. Peor sería si me hubieran puesto y todos se preguntaran por qué".
Ha dicho el presidente del Gobierno que una de las razones por las que cree que pasará a la Historia es por haber sido el que ha desenterrado a Franco. Hombre, algo engreído si parece. No sé en qué renglón de qué página le habrá reservado la Historia un sitio para su nombre, pero seguramente será en una esquina y en letra pequeña, porque sin duda tiene por delante a una infinidad de candidatos con más méritos que el de cambiar de tumba a alguien que llevaba enterrado allí casi cincuenta años. Qué hambre de inmortalidad y qué migas tan insignificantes para satisfacerlo; va a tener que acumular otras mucho más sustanciosas si quiere dejar como recuerdo algo más que la hora de trabajo para el marmolista, que decía el filósofo. Claro que siempre le queda aspirar a figurar en la historia de la egolatría