miércoles, 19 de enero de 2011

Señores senadores

Decía Juvenal que en su época era difícil no escribir una sátira. Pues anda que en esta. Lo malo es que ya no tenemos grandes satíricos, aquellos que hacían excelsa literatura con la crítica aguda e ingeniosa de los disparates de su tiempo. En cambio sí nos quedan buenos humoristas, que encuentran cada día motivos sobrados para su trabajo.
El espectáculo de nuestros senadores hablando en varias lenguas para luego traducirlas al idioma que entienden todos lo firmaría el guionista de los hermanos Marx. Una fuente de inspiración para cualquier obra señera del teatro del absurdo. Pero vamos a ver, ¿no se sienten ridículos con un pinganillo en la oreja oyendo la traducción de alguien cuyo idioma oficial es el mismo que el suyo? ¿No les da un no sé qué cuando saben que están en la incomprensión de todos y que no hacen más que contribuir al descrédito de su institución, ya de por sí muy devaluada ante los ciudadanos? Y aún peor: ¿es posible que en la Cámara Legislativa española haya que traducir al idioma oficial de España?
Señores senadores: su labor pasa por ser un verdadero enigma para los que no tenemos muchas luces en eso de la política. Por más que leamos la Constitución no acabamos de saber para qué sirven ustedes. Sabemos que su número es variable, que tienen una sede suntuosa y unas instalaciones acordes con la dignidad de sus señorías, pero de las consecuencias de su trabajo no acertamos a ver nada. Los proyectos de ley que les envía el Congreso, si no los aprueban, vuelven a la Cámara Baja y allí salen adelante como estaban. Se les define como cámara territorial, pero eso tampoco explica gran cosa. Pues eso, para qué sirven. Vale que les sostengamos con sustanciosas retribuciones, qué se va a hacer, pero podríamos al menos exigirles que se dejen de juegos infantiloides y cumplan con seriedad lo que sea que hagan. No está el horno de la economía para bollos de capricho ni la galerna para veleros de pitiminí. Cualquiera de nosotros podríamos darles mil ideas para emplear ese dinero que gastan en dejarnos a todos con una piadosa sonrisa de condescendencia ante sus ocurrencias. Quéjense luego del desprestigio de la clase política.
En el fondo, lo que se ve es un desprecio al idioma común y al ciudadano. Para ustedes la lengua ha alterado su esencia primaria, es decir, la de ser un instrumento de comunicación, de relación social, de expresión del pensamiento y de creación de belleza literaria; ahora es también un elemento más de transacción política. La práctica habitual, nacida de la lógica, se somete a exigencias partidistas, y el ciudadano asiste entre indignado y asombrado al espectáculo de una torre de Babel artificial, que cuesta lo suyo, y ante la que no le queda más que decir: son como niños. Luego, acabadas las agotadoras sesiones, se reúnen en la cafetería y allí se entienden todos muy bien en la misma lengua. Seguramente entonces pueden aplicarse lo que Catón decía de los adivinos: "No pueden mirarse sin reírse".

jueves, 13 de enero de 2011

Dennos un descanso

Yo creo que los ciudadanos de a pie nos merecemos unas vacaciones. Dennos un descanso, señores políticos, que ya que mantenemos generosamente sus necesidades bien podrían callarse durante algún tiempo. A ver qué otro gremio, de todos los que pagamos con nuestros cuartos, nos aflige tanto con su omnipresencia, nos sobresalta con sus ocurrencias, nos inquieta con sus desaguisados y nos asombra con su pretenciosidad. Déjennos airear un poco la cabeza, aunque no sea más que para poder comprobar que en la vida y en el mundo existen otras cosas a las que prestar atención. Retírense durante unos días a lavar el polvo de las palabras muertas y, de paso, refrescaremos todos nuestras recalentadas meninges. Aunque ya no resulte tan fácil demostrarlo, la Tierra sigue girando alrededor del Sol, no alrededor de ustedes.
Claro que en un país en el que existen dieciocho parlamentos, y donde hasta el último mindundi con un acta se cree de Tomás Moro para arriba, no resulta fácil escapar de su presencia y, lo que es peor, de sus palabras. Especialmente en los últimos dos meses, no es que sea un chubasco; es un chaparrón, los cuarenta días del diluvio, Krakatoa y Pompeya juntas. Todo el amplio muestrario de los ejercientes del viejo arte de lo posible puesto en la labor de machacar las mentes de quienes no tenemos otra misión que votarlos cada cuatro años: diputados, secretarios generales, tránsfugas, portavoces, nacionalistas, los del federalismo asimétrico, los que con el siete por ciento de los votos exigen gobernar, corruptos, querellantes y querellados, los que se jactan de incumplir las sentencias judiciales, parlamentarios de miniparlamentos y presidentes de minigobiernos, los de la voz grave y las de grito chillón y brazos en jarras. Todo el elenco bombardeándonos con los problemas que ellos mismos han creado. Cada uno con su razón intocable; el error y la mala fe siempre están, por supuesto, en los demás.
Tómense un respiro. No digo ya que imiten a San Pacomio de por vida, pero sí al menos durante un tiempo, de forma simbólica, claro está. Mientras tanto podríamos estar gobernados por un equipo unido de técnicos callados y eficaces, sin más ideología que la de hacer las cosas pensando en el bien de la comunidad. A ver qué pasaría.