Me invitó a su casa después de estar un buen rato charlando
delante de una botella de sidra. Había sido un encuentro puramente ocasional;
no nos conocíamos de nada, pero primero un saludo de cortesía, una respuesta
amable y pronto una conversación y una invitación a seguir hablando en su casa.
Al pueblo de Leoncio hay que llegar por una carretera que va
bordeando prados en una sucesión continua de curvas. La casa tiene una pequeña
antojana con suelo de llábanes y un porche ennegrecido donde cuelga un montón
de cosas. La cocina es una mezcla práctica de tradición y puesta al día. En el
viejo llar hay ahora una vitrocerámica; sobre la antigua masera un televisor;
de la sardera cuelgan embutidos con etiquetas de lejanas fábricas. Duermen en
el solláu su sueño definitivo el trébede y las calamiyeres de los abuelos,
esperando quizá el beso de algún coleccionista que venga a despertarlos. En el
techo, tanto la viga cumbrera como las tercias son hermosas piezas de roble que
el visitante admira sin disimulo. Las ventanas de atrás se abren a una huerta y
luego al valle, un valle largo y verde, abarcable desde la eterna querencia
escondida en nosotros mismos, pero voluble y cambiante en sombras y colores. A
un lado de la casa hay un maizal; al otro, la panera. En la cuadra hay tres
vacas que apenas vuelven la cabeza cuando Leoncio abre la puerta.
Leoncio se levanta muy temprano, a las seis, cuando los montes
comienzan a perder su olor a noche y las lechuzas retardadas sienten en sus
ojos la herida de la luz primera. Baja a catar y a dar la primera ración a las
vacas. Al mediodía hay que volver a llenar la cebadera con segadura y, si hay
alguna vaca parida, ordeñar de nuevo. Luego, a media tarde, otra vez a segar,
limpiar un poco por allí y hacer algo en la huerta. A veces, pocas, se tercia
alguna que otra partida en el chigre de la carretera; otras, casi todas, sube
para terminar de atender a las vacas, ordeñar y preparar algo de cena. Cuando
Leoncio se acuesta aún canta en su cueva el último grillo.
Leoncio mima a sus vacas; les habla, las cepilla con cuidado, no
hay vez que pase junto a ellas sin acariciarles el lomo.
-Entre las tres vienen a dar unos cuarenta litros de leche. Y
luego siempre hay alguna que otra cría. Uno más o menos iba apañándose, pero ahora...
Entre la subida de los piensos y de todos los costes y la amenaza de cierre de
las industrias lácteas, veo muy negro el futuro. Encima, tenemos al botarate ese
de ministro de Consumo haciendo campaña contra la carne y la leche. No sé, no
sé...