miércoles, 1 de junio de 2022

Muerte en la escuela

Por lejos que nos quede, nos encoge el ánimo la terrible matanza de Uvalde, un pueblo de Texas de esos en los que nunca pasa nada como no sea la vida con su cara más anónima. La noticia es de una sencillez que da escalofríos: un chico de dieciocho años entra en una escuela con un fusil y asesina a 21 personas, entre ellas a 19 niños. A pesar de la estudiada asepsia informativa con que todos los medios suelen tratar estos hechos, huyendo de planos truculentos y de cualquier asomo de contemplación morbosa, resulta difícil no imaginar el pavor que se vivió en aquella aula y la rabia, la impotencia y el dolor infinito de quienes han visto cómo sus niños eran asesinados de la forma más incomprensible. El horror tiene un asiento permanente en nuestros rincones más escondidos; es un huésped duradero de la memoria; cuesta mucho arrancarlo de allí donde se ha grabado. Solo el tiempo puede si acaso debilitar su recuerdo, pero cuesta confiar en él a tan largo plazo.
Se han hecho todos los análisis posibles, incluyendo los de salón y tertulia barata, pero no es fácil dar valor a las explicaciones que tratan de ser racionales cuando los sentimientos se encuentran afectados hasta el espanto y las consideraciones que uno puede hacerse sin gran esfuerzo indican que se trata de algo que va mucho más allá de la simple circunstancia, por atroz que sea. En Estados Unidos todo el mundo puede llevar armas. Está escrito en su Constitución y no hay forma de cambiarlo por muchas encuestas y presidentes que se muestren favorables a ello; de hecho es el país del mundo donde hay más armas en manos de particulares. Hay quien piensa que este derecho consuetudinario tiene que ver con la violencia en que se fue desarrollando el país desde su origen y que se ha ido configurando hasta constituir una poderosa organización, la Asociación Nacional del Rifle, que es hoy un potente grupo de presión y el brazo político de la industria armamentística. Lo que en nuestros desarmados países nadie puede entender es la práctica ausencia de filtros a la hora de controlar en qué manos caen. Como en otras matanzas semejantes, el autor de esta era un joven desequilibrado, aunque seguramente hay que pensar que su sociedad está tan enferma como él.
La vida es un azar en el que apostamos todos, pero esta vez las bolas las lanzaron unas malditas manos asesinas y fueron a señalar a diecinueve seres que no tenían más propósito en aquella mañana, desde sus pocos años, que el de prepararse para enfrentarse al futuro, y a otras dos que estaban allí para ayudarles a ello.

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