miércoles, 22 de marzo de 2023

Riqueza dudosa

Hay riquezas a las que uno renunciaría de buena gana, si pudiera. La riqueza habrá que medirla, digo yo, en función de su capacidad para generar estados positivos que redunden en bienestar y en la solución de problemas; si no, ya me dirán para qué vale. Pues eso es lo que no acaba uno de ver con el tesoro que dicen que tiene España con sus cuatro o cinco lenguas. O más, porque cada día aparece una nueva.
Las lenguas son resultado de la trayectoria histórica del hombre como ser social. La abundancia de ellas en un pequeño espacio no indica más que un estado de incomunicación secular entre los grupos sociales que lo habitaban, estado que puede deberse al hecho de que haya diferentes lenguas que impidan la comunicación, o a la incomunicación, que fomenta la aparición de distintas lenguas. Con la consolidación de alguna de ellas como lengua nacional, y a veces universal, las demás fueron perdiendo todas sus funciones, entre ellas la primordial de toda lengua: la de ser vehículo básico para la comunicación. Hoy pueden ser vistas como un factor de identificación, pero también como un resto de tribalismo y, en todo caso, como una reminiscencia histórica de carácter cultural. Pero que no nos repitan a todas horas eso de que es una riqueza inapreciable de nuestro país. Está claro entonces que Botswana, con más de doscientas lenguas, es infinitamente más rico culturalmente que Alemania, que sólo tiene una, la pobre.
La riqueza cultural de un país no la da el número de lenguas, sino el empleo que se hace de ellas. Si España ha creado una de las tres o cuatro literaturas más importantes del mundo, desde luego no ha sido por lo que aportaron el euskera, el gallego o el catalán, y no digamos el bable. La expresión creativa busca sus propios cauces y, según vemos, los cauces elegidos a lo largo de la Historia fueron pocos. Y es que, en definitiva, la lengua es el espacio social de las ideas.
Seguiremos oyendo eso de que España tiene una riqueza única en sus lenguas, cuando la riqueza real sería no tenerlas, porque así no gastaríamos los millones que nos gastamos en traducciones, doblajes, dobles rótulos, ikastolas, disposiciones legales y subvenciones de todo tipo. Pero bueno, debemos de ser los europeos de mayor riqueza cultural. Porque ya saben que el momento de la Historia más rico en cultura no fue la Grecia clásica ni la Italia del Renacimiento ni nada parecido. Fue la torre de Babel.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Semana agitada

Y al final, ¿qué queda de toda esa barahúnda de actos y manifestaciones que vivimos esta semana del 8 de marzo?. Pues nada. Una confusión de ideas, un barullo de definiciones, una riada de rencores aflorados artificialmente y, para una gran mayoría, la sensación de que se trata de buscar cinco pies al gato en algo que siempre hemos tenido por claro y sencillo, tal como son las cosas que nos da la naturaleza. Esas señoras feministas que han llegado al poder y que tratan de modelar a su gusto nuestras opiniones y de dictar nuestro modo de actuar según su criterio, incluso en los aspectos más reservados de nuestra vida, parecen estar seguras de ser el ejército de salvación que viene a abrirnos los ojos sobre algo que nunca entendimos muy bien. Hablan con el tono de no admitir réplica y con la seguridad impostada que da el poder, pero al mismo tiempo con la suficiencia del ignorante y la condescendencia de quien destapa ante el pobre lego el tarro de su sabiduría. En su inmensa prepotencia ni siquiera se dan cuenta de los disparates que sueltan ni de las sonrisas de conmiseración que levantan.
No saben bien estas preclaras musas el daño que están haciendo al auténtico movimiento feminista y al mundo de la mujer en general. Con sus leyes han puesto en la calle a un buen número de violadores y pederastas, y con sus ideas adanistas han creado una confusión de conceptos que hace difícil situar cada uno en un lugar comprensible. Hasta 37 géneros sexuales y 10 orientaciones específicas han encontrado entre nosotros, según el documento que han mandado a la Policía para que todos sean tratados correctamente; la verdad es que la lista podría pasar por un poema dadaísta escrito en una noche de absenta. Además, han dividido al movimiento feminista minusvalorando a las verdaderas luchadoras por la causa de la mujer, esas que llevan años en el empeño de conseguir derechos para ella sin aspavientos histriónicos y con las ideas bien delimitadas, sin confusión en cuanto a género y sexo; han creado un espectáculo difícil de poder ser tomado en serio y, lo peor, han puesto a la mujer en un injusto lugar ante las dudas de que el puesto que ocupa lo haya conseguido por la ley de la paridad y no por su valía.
¿Qué es una mujer? le preguntaron a una de las ministras después de que ésta hubiese soltado una de sus ininteligibles peroratas. La ministra frunció el ceño y contestó algo que no tenía nada que ver. Miles de años de civilización y de convivencia de ambos sexos en este planeta y la ministra de Igualdad no sabe qué es una mujer.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Velázquez

Al viajero que llega a Roma le van a sobrar oportunidades de vivir sensaciones de todo tipo, pero hay una que quizá no conozca: la de medir su mirada con la de unos ojos que le taladran desde más allá del tiempo. En una pequeña habitación del palacio Doria, desnuda y mal iluminada, está colgado el que es posiblemente el retrato más asombroso de la historia de la pintura: el del papa Inocencio X, de nombre Giambattista Pamphili. Fue pintado por Velázquez en 1650, durante su segundo viaje a Italia, y fue un encargo del propio papa, lo cual ya era una honrosa distinción para el pintor español, de visita a la capital del arte y del mundo cristiano. Antes de enfrentarse a la tarea, Velázquez, previsor y flemático como siempre, quiso poner los dedos a punto pintando el retrato de su propio sirviente, Juan de Pareja, retrato que, al ser luego expuesto con otros en el Panteón, suscitó la admiración unánime. "Los demás cuadros eran sólo pintura; sólo éste parecía ser verdad", escribió un testigo. Trescientos años más tarde, en 1971, este retrato del moreno y altivo sirviente batiría todas las marcas de precio de venta hasta la fecha, al ser adquirido en subasta por el Metropolitan Museum de Nueva York.
El retrato de Inocencio X constituye uno de esos momentos mágicos en los que el arte va más allá de la simple representación formal para convertirse en una inmersión en el interior más profundo de un ser humano; un hacer visible lo invisible para bien o para mal. El rostro del pontífice, emergiendo entre dos manchas rojas, aporta más elementos para un psicoanálisis que cien sesiones de diván freudiano. La expresión desconfiada, los ojos como espadas, los labios fruncidos, la postura inquieta, no sé qué otra retina habría podido ver tan adentro. "Tropo vero", comentó el papa al verse, entre disgustado y admirado. Demasiado verdadero, incluso para alguien que crea conocerse bien. Pero verdad es belleza, y el papa había ido a elegir tal vez al único pintor que jamás habría traicionado esa equivalencia.
Casi toda la gran obra de Velázquez está en el Prado, para suerte nuestra, pero uno quiere hoy evocar a su manera su genio recordando aquella penumbrosa sala romana de la Galería Doria, en la que entra siempre con actitud reverente.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Las hermanas

Al lado de las grandes tragedias que afligen estos tiempos, guerra, pandemia, terremotos, cuya lejanía nos las hace sentir poco más que como simple tema informativo, el acto de esas dos niñas de un pueblo catalán que se lanzaron al vacío, un hecho de ayer, de ahí mismo, vuelve a ponernos frente a la eterna interrogante sobre el corazón del hombre. Uno no es nadie para indagar los motivos que se ocultan en los escondrijos más profundos del espíritu, y además sería vanamente pretencioso porque sin duda serán diversos y múltiples, pero desde su mirada actual, digamos que inmersa en la normalidad, puede imaginar su intensidad. La intensidad de su angustia, de las palabras a medio asomar, de aquella terrible oscuridad que veían en su entorno y de los silencios obligados en el que solo actuaron las miradas; de la certeza de una condena a vivir con la eterna sensación de inadaptabilidad a la realidad en que la vida las había situado. Pero sobre todo la intensidad de su propósito y de su deseo de consumarlo.
Fue tal vez el miedo a tener que sobrevivir en un ambiente educativo de carácter excluyente, en el que prima ante todo la supremacía de lo propio, y en un entorno social hostil y cerrado hasta hacer sentir al forastero que será siempre un eterno inadaptado. O acaso estemos ante las secuelas de esa oleada de feminismo furibundo que están trastocando todos los conceptos establecidos sin aportar a cambio más que confusión y situaciones de injusticia para las propias mujeres. Desde el lenguaje hasta las costumbres más cotidianas, todo hay que pasarlo por el tamiz de la nueva corrección feminista, pero nadie parece pensar, por ejemplo, en las consecuencias de unas leyes sobre la identidad sexual que crean el caos en las mentes aún en formación. Las dos hermanas tenían doce años. Lo que hace este caso aún más dramático es su desamparo espiritual y, desde luego, el grado excepcional de comunión entre ambas.
Morir juntos y voluntariamente parece el sueño de los dioses o de quienes aspiran a ser más que ellos alcanzando el don de elegir su propio destino. Morir juntos no puede ser nunca la elección de dos niños de doce años. Algo estamos haciendo muy mal en estos tiempos de continuo cambio, algo que tiene que ver con la educación, con la modificación de los paradigmas que nos han servido hasta ahora y, sobre todo, con la familia, con el abandono de sus valores y con la voladura de los lazos que la mantuvieron siempre como la estructura básica de la sociedad. Ojalá que la niña que ha sobrevivido pueda vencer en su lucha con los fantasmas que la esperan.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Nuestro mejor patrimonio

No estaría de más que tomáramos conciencia de una vez de que tenemos una de las más hermosas lenguas que existen y que es nuestro deber cuidarla y protegerla, aunque no sea más que por orgullo propio. Esto del idioma es como la naturaleza o como los monumentos artísticos, que los agredimos con total alevosía, sin pararnos a pensar que no son nuestros y que no tienen defensa alguna. Y aún en el caso de los dos primeros todavía pueden contar con alguna legislación a su favor, pero el idioma ni siquiera eso. El idioma sólo cuenta con la cultura, el cariño y el buen gusto de sus hablantes.
Que debiera bastar si fueran intensos, pero no lo son, ni mucho menos. Observen ustedes la intervención de cualquiera que salga por la pantalla o por el micrófono, desde políticos a tertulianos sin denominación de origen, deportistas, actores o alguno de esos personajes que uno nunca acaba de saber por qué están de moda, a todos, con las debidas y honrosísimas excepciones, que por suerte las hay. Observen y les oirán decir continuamente cosas, por ejemplo, como estas:
Yo soy de los que creo... en lugar de yo soy de los que creen... Si el sujeto está en plural, el verbo ha de estarlo también. Parece elemental.
Yo pienso de que... Introduciendo con de oraciones dependientes de verbos que no rigen ninguna preposición. El omnipresente y vulgar dequeísmo.
En relación a... Omitiendo la preposición con, que es la que exige esta construcción.
Son tres simples muestras tomadas sin ánimo de aburrir al lector. Cabría hablar también del detrás tuyo, a través mío, el puesto doceavo, la dije, y docenas de cosas así.
Y ¿qué hacen los profesores de lengua y todos los que tienen algo que ver en la enseñanza del idioma? Pues es de creer que todo lo que pueden y saben, aunque también aquí hay excepciones.
Tenemos una lengua hermosa y universal y la miramos con la indiferencia que el rico de cuna mira sus millones. Una lengua que, como sabe cualquiera que haya cogido una pluma, se adapta de una forma inverosímil al concepto hasta convertirlo sin dificultad en imagen mental. En eufonía tal vez sólo la gana el italiano; en riqueza léxica, muy pocas; en precisión, ninguna.
Esta lengua, viva y de enorme proyección, sufre los peores ataques desde su propio seno. De los que la desprecian a la hora de denominar sus establecimientos o sus productos; de los que desfiguran con toda desfachatez sus palabras para crear el léxico de otra lengua que apenas lo tiene; de la moda de los jóvenes, cuyo lenguaje está muy poco por encima del monosílabo incoherente; del esnobismo y papanatismo de muchos, que la atiborran de términos extraños e innecesarios; de la mala intención de algunos; de la ignorancia de otros. A veces ni siquiera se la llama por su denominación correcta, el español, y se prefiere tomar el nombre de una parte por el del todo. Pues por encima de todas las coyunturas, por encima de los personajes y personajillos que agitan nuestra actualidad, por encima de cualquier circunstancia y situación, por importantes que traten de hacérnoslas ver, ha de estar nuestro respeto a la lengua. El mayor patrimonio que posee España, como nación, son sus humanidades, y entre ellas, claro está, su idioma. Nosotros no hemos hecho más que heredarlo de quienes lo han enriquecido hasta dárnoslo convertido en uno de los tres o cuatro más importantes de todos.

miércoles, 15 de febrero de 2023

Desolación

A pesar de los días que han pasado desde el terremoto de Turquía y Siria, y apagada ya hace tiempo toda esperanza de que se produzca el milagro de encontrar alguna otra vida entre las ruinas, nos siguen encogiendo el ánimo las imágenes que hemos contemplado. Cuánto sufrimiento y cuánta destrucción y qué cruel demostración de nuestra fragilidad. Ante el dolor, sea propio o ajeno, nuestros sistemas internos envaran sus defensas y tratan desesperadamente de racionalizar lo irracional. Las actitudes van desde el rechazo, que le hace sumirse a uno en el absurdo de la propia existencia, hasta la rebeldía ante la propia impotencia o hasta la resignación, que no es más que la forma última de consuelo. Pero en todo caso, siempre con el corazón angustiado y con lo mejor de nosotros destilando piedad y compasión hacia esos semejantes cuyo único delito era el de vivir allí. ¿Qué habrá pasado por la mente de esa niña de siete años durante los dos días que estuvo enterrada entre los escombros protegiendo con su brazo la cabeza de su hermano más pequeño? ¿Qué última mirada se quedó prendida en los ojos de aquella madre cuando las manos no alcanzaron a tocar al hijo que acababa de nacer?
El terremoto debe de ser la única calamidad natural que ataca donde quiere, sin limitación de coordenadas y sin anunciarse. El volcán advierte ya con su simple presencia; la inundación no afecta al que vive lejos del río; el tsunami nada puede tierra adentro; el huracán avisa; el incendio permite luchar contra él. Sólo la tierra con sus movimientos a capricho es capaz de aniquilar mediante una muerte súbita y de hundir en el dolor y la desolación a regiones enteras. La naturaleza es amoral; tratamos de tenernos por hijos suyos, pero ella obedece tan sólo a sus propias leyes, y no a las que cabría encontrar en el corazón de una madre. Habitamos un planeta imperfecto, o mejor, sin terminar de hacer. Somos testigos de su formación, como si se hubiera anticipado indebidamente nuestra presencia en él. Bastante haremos con tratar de no herirlo más.
Surgen las preguntas casi como una forma de consuelo y ninguna sirve, porque todas habrán de tener un carácter metafísico y por tanto no encontrarán más acomodo que el sentimiento individual. Preguntas para las que hemos perdido toda esperanza de respuesta, entre ellas una que es tan antigua como la idea humana de la trascendencia y que seguramente agita más de una instalación espiritual interior: cómo puede ser compatible la existencia del mal con la infinita bondad divina.

miércoles, 8 de febrero de 2023

El libro y la cieguita

Una mujer ciega, no muy joven, está sentada en la acera de una de nuestras calles, cumpliendo con su trabajo diario de vender cupones. Va cada día al mismo sitio, haga sol o frío, se acomoda en su pequeña silla y se dispone a pasar otra jornada inmóvil, atendiendo a sus clientes, que buscan en ella la fortuna. Seguramente el sonido de la calle debe de resultarle lo bastante descriptivo como para combatir su tedio; acaso alguna breve conversación ocasional y su propio trabajo serían suficiente distracción para dulcificar las largas horas muertas, y en todo caso, siempre estaría el recurso del transistor amigo. Pero ella ha confiado en el mágico y eterno poder de sugestión de la palabra escrita. A su lado, una chica joven y guapa, quizá un familiar cercano, o en todo caso un verdadero lazarillo espiritual, le lee con voz dulce, y durante largos ratos, un libro. Si la cieguita del tango se preguntaba por qué ella no podía jugar, esta de nuestra calle se habrá planteado por qué ella no podía disfrutar del placer de la lectura, y unos ojos generosos le prestan cada día su mirada para proporcionárselo.
No creo que ningún discurso ni ninguna disertación que se puedan hacer en este día sobre el significado y el valor del libro alcancen a tener la fuerza de esta imagen, sencilla y cotidiana, como casi todas las imágenes que envuelven los grandes conceptos. Pueden darse mil razones para iniciarse en la lectura, pero bastaría pensar en una sola para emprenderla sin reservas. Quevedo lo dijo en dos endecasílabos: Vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. Los libros nos hacen contemporáneos de todos los hombres y ciudadanos de todos los países, es decir, nos permiten entrar en contacto con las mentes más poderosas del pasado y con los intelectos más grandes que nos han precedido. Nos ofrecen la respuesta que ellos han dado a las preguntas que nos hacemos y el consuelo que encontraron para sus desdichas, que siguen siendo las nuestras. Y, cuando no sea así, al menos nos brindarán un momento entretenido y harán lo que quieran con nuestra imaginación, y ante ambas cosas estamos en las mismas condiciones quienes ven y quienes no.
En esta época del dominio de la imagen y de la amenaza de la inteligencia artificial, no creo que haya mejor homenaje a todos los escritores que nos han hecho felices en algunos momentos de nuestra vida que esta escena de una joven ayudando a una ciega a aliviar sus largas horas de trabajo y oscuridad mediante la lectura.


miércoles, 1 de febrero de 2023

La precampaña

Huele ya a campaña electoral. En la actitud de los políticos, en sus declaraciones y manifestaciones de opinión, en sus relaciones entre sí, hay un imperceptible tono de fin de ciclo que anuncia una nueva lucha por el poder, aunque esta vez se trate solo del municipal y autonómico. Un intento de ir tomando posiciones ante los ciudadanos, que se inicia cuatro meses antes de las elecciones. Se agitan las aguas de la dialéctica habitual con una dosis mayor de suspicacia y al mismo tiempo se aprecia un propósito de aparecer con una imagen de moderación; lo que pasa es que casi siempre se nota que se trata de una imagen impostada, que no concuerda con la trayectoria conocida de quien la ofrece y que tiene difícil engañar a los demás.
Más que de balances y de rendición de cuentas comienza un tiempo de promesas volanderas y proyectos que sabemos que no se cumplirán, a pesar de que, al menos en algunos candidatos, nazcan de una buena voluntad y mejor intención. El azar y lo imprevisible no son factores que se tengan en cuenta en una campaña electoral, aunque luego suelen servir para tapar los rotos de una gestión. Si la olla política está siempre agitada y raramente en calma, ahora entrará en ebullición con más fuerza y sin regatear recursos. Todos tratan de hacer la campaña más efectiva y para eso siguen un camino nada novedoso, bien conocido de ocasiones anteriores. Se busca el error ajeno, las contradicciones del rival, el fallo en el dato o en el argumento; los que están en el poder aprovecharán estos meses para acelerar las obras pendientes e improvisar inauguraciones; el presidente saca pecho de sus logros, tratando de convencernos de que con su gobierno hemos vivido en el mejor de los mundos posibles, y la oposición prepara sus armas para demostrar todo lo contrario y que ellos no cometerán los mismos errores; en los discursos todo es de color claro y de una evidencia que hacen innecesarias las objeciones; incluso se presenta como un valor positivo lo que, bien mirado, no es más que una muestra de cinismo: por ejemplo ver cómo la izquierda, que gobierna aliada con la ultraizquierda, se escandaliza de que la derecha pueda hacerlo con la ultraderecha.
La ya larga experiencia electoral nos ha enseñado que no conviene hacer mucho caso de todo esto ni de los sondeos previos, y no solo por los intereses ocultos que se esconden en la sala de máquinas de quien los haga, sino por la falsedad, volubilidad o superficialidad de las respuestas. Sólo una opinión extraída de un proceso reflexivo, apoyado en bases de conocimiento, merece ser tenida en cuenta. Es la que deberíamos procurar todos.

miércoles, 25 de enero de 2023

Iguazú

Las cataratas del Iguazú son de esas cosas que resultan difícilmente ajustables al corsé de las descripciones. Son más de los ojos que de las palabras, y del recuerdo silencioso que de la narración. Aún así, uno quiere escribir sobre ellas, pero se hace el propósito de renunciar al uso de adjetivos, porque ve cómo aún los más atrevidos se convierten en tópicos. Dicen que
la UNESCO las ha situado en el segundo lugar de las maravillas naturales del mundo, tras el glaciar de Perito Moreno. Uno no ha visto el tal glaciar y no sabe si es justo o no, así que ha de componerse su propia escala, y ahí sí que están en un primero e indiscutible lugar.
Fue un español, cómo no, quien las descubrió. Era el año 1541. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los mayores exploradores de todos los tiempos, había salido de Curitiba, en el Atlántico, y trataba de llegar hasta Asunción siguiendo el río Paraná, cuando, guiados por el enorme estruendo que venían oyendo durante muchas leguas, se encontró con ellas. Cuentan las crónicas que, al verlas, sólo atinó a exclamar: ¡Santa María! Y así se las denominó durante algún tiempo, hasta que primó el nombre indígena: Y-guazú, agua grande. Una placa de bronce, colocada en la roca de una de las cascadas, mantiene la memoria de su descubridor.
El artífice de todo esto es el Iguazú, que desemboca en el Paraná, 23 kilómetros más abajo de las cataratas. Es un típico río de selva y llanura, que corre plácido entre el inmenso bosque que se extiende a sus orillas; cien metros antes de los saltos nadie podría sospechar el infierno que desatará un instante después: un laberinto de 273 cascadas dispuestas en un abanico gigantesco, que ponen en los ojos un brillo de ansiedad por tratar de abarcarlo todo y una exclamación inevitable en toas las gargantas.
Lo que todo esto suscita en quien lo contempla no puede tener una sola definición; en última instancia depende de los estados de ánimo y de los caracteres individuales, pero por encima de ellos termina uniéndose en una sola sensación: asombro. Sería un hermoso sueño perderse solo por aquellos senderos sombríos, eternamente humedecidos, que serpentean entre la selva y la ribera. Perderse solo, en las horas del atardecer, cuando se acalle el parloteo de los turistas y se oiga únicamente el estruendo de las cataratas y el humilde goteo del arroyo que corre a tu lado. Cuando el arco iris ya no llene de colores el gran espectáculo y sean las sombras quienes pongan con su temblor la palabra muda que se precisa. Las cataratas de Iguazú ni se explican ni se enseñan. Se recomiendan, y aquél a quien la suerte le sea propicia, que haga caso.

miércoles, 18 de enero de 2023

Variable actualidad

Por una vez la actualidad parece darnos un descanso cambiando su habitual tono agresivo por otro mucho más intrascendente, sin perder un punto de intensidad mediática; más bien ganándola. No es que hayan desaparecido las sombras que oscurecen el mundo. La vida sigue con sus problemas y sus miserias a cuestas, con sus sufrimientos, sus injusticias y sus absurdos, pero lo que ha ocupado ahora las portadas y las tertulias de todos los medios es una serie de hechos que, uno por uno, tienen la misma trascendencia que la caída de una hoja en medio de la selva. La guerra de Ucrania continúa con sus secuelas de destrucción y muerte, el coronavirus sigue siendo una amenaza creciente, la cesta de la compra sube cada día de un modo imparable, la luz y el combustible andan por la nubes, la sanidad está pidiendo a gritos soluciones y el Gobierno pone patas arriba todo lo que toca para satisfacer a sus socios sin que parezca importarle las consecuencias y pasando por alto todos los daños gratuitos que se puedan ocasionar con ello; ahí tenemos a una jovial y jacarandosa secretaria de Estado riéndose con sus compis de los desastres que causa su ley del "solo sí es sí". Y con todo ello, de lo que se habla y de lo que se ocupan todos los captadores de audiencias desatando todo tipo de opiniones, es de unos cuantos hechos, más bien intrascendentes, todos de índole personal y a medio camino entre los ecos de sociedad y el cotilleo barato: confesiones de interioridades familiares y rupturas sentimentales.
En Londres el hermano del heredero al trono ha montado un real revuelo con un libro en el que desvela intimidades propias y de su familia sin la menor pizca de pudor y con un desparpajo sospechoso, que lleva inevitablemente a la pregunta sobre las motivaciones. Por aquí, más modestos, las cosas van de amores fallidos: el de la cantante y el futbolista, con una estúpida cancioncilla como curiosa herramienta de venganza, y el del escritor y la reina del couché, algo más discreto en su tratamiento informativo y procurando esquivar en lo posible el exhibicionismo de sentimientos.
Si este es el símbolo de la banalidad de la hora en que vivimos, si reflejara exactamente la realidad de nuestro mundo, tendríamos más motivos para la esperanza. Ojalá fuera siempre así, que las noticias más importantes que uno recibe tuvieran todas esa categoría de trivialidad, sin sustancia ni capacidad de acción, solamente alimentos para la curiosidad morbosa y quizá para alegrar algún suspiro de envidia. Si al menos sirven para distraer a alguien de la otra realidad, bien venidas sean.

miércoles, 11 de enero de 2023

En el tren

De Budapest al lago Balatón hay apenas cuatro horas de tren, que cubre un expreso de apariencia algo anticuada, aunque cómodo y veloz. Llamarle expreso quizá sea excesivo, porque se detiene en todas las estaciones, pero tiene porte de tal y, además, así figura en los paneles. Desde la ventanilla se ve un paisaje típicamente húngaro, un paisaje de bosquecillos, praderías y campos cultivados, casas diseminadas, pueblecitos de campanarios puntiagudos y verde, todo muy verde. Abunda el maizal y, a trechos, se ven grandes extensiones de girasol. Y el todopoderoso horizonte, único capaz de poner límite a la llanura.
En el tren todo es silencio. El húngaro es un pueblo silencioso, amable pero silencioso, como si hablar simplemente por hablar comportara el riesgo de dejar escapar sentimientos que necesitan una meditación previa. En una pequeña estación sube una pareja de viejecitos que se sienta a nuestro lado, él con un traje gris que denota claramente las huellas del paso del tiempo, y ella con un vestido que refleja cierta elegancia pasada de moda. Seguramente se han puesto sus mejores atuendos, porque hoy es un día importante: van a ver a su hijo a Balatonfüred y a pasar unos días con él. Él saca un pañuelo y limpia el asiento de ella antes de dejarla sentarse, luego acomoda como puede su maleta y se sienta; pronto se queda dormido. Ella no; ella es amable y comunicativa; su arrugado rostro muestra una dulzura matizada por unos ojos cansados que parecen haberlo visto todo. A pesar de la tremenda barrera del idioma, y valiéndonos de lenguas ajenas –italiano e inglés- podemos enterarnos de que en sus vidas han hecho presa todos los dramas del siglo, que fueron muchos. Son un reflejo individual, uno más, de la inmensa tragedia colectiva de su pueblo. Con su voz cadenciosa y sin poner el menor énfasis en ningún concepto, evoca su juventud, marcada por el dominio nazi, ojos adolescentes empapados de uniformes pardos, hambre, temor, recelo y miedo, un miedo irremediable. Luego, los libertadores comunistas, que impusieron una tiranía aún más larga y más vesánica, el levantamiento popular de 1956, la presencia de los tanques soviéticos por las calles de Budapest, la ciudad aterrorizada por la sangrienta represión, y de nuevo un miedo inacabable. Cuando después de más de treinta años llegó el primer resquicio de libertad, su país se anticipó a todos en conseguirla, pero entonces vinieron los sacrificios por levantarlo. A veces se pregunta por qué todo eso, qué destino rige los caminos del hombre hacia la maldad y cuál puede ser el valor de la inocencia para salir siempre derrotada. Qué sentido tiene activar la memoria, personal y colectiva, si el corazón ya ha tenido su buena dosis de sufrimiento y aún están tiernas sus cicatrices.
Pero ahora no. Ahora, cuando el tren aminora la marcha, se asoma impaciente a la ventanilla y se le ilumina la cara al ver que su hijo está esperándolos en el andén.

miércoles, 4 de enero de 2023

Otro año

Ha entrado el nuevo año de forma amable, con el invierno procurando no molestar, mostrando su cara más benigna y alterando sus propias normas, como si pretendiera parecerse a la primavera. Queda atrás otro año como todos, con las mismas miserias de siempre, con las ambiciones, las ansias de poder, las injusticias, la violencia y el dolor producido por unos cuantos y los ejemplos de nobleza y generosidad por parte de otros. Un retrato fiel de esta especie nuestra, que año tras año es incapaz de sacar consecuencias de sus errores. Han venido nuevas ideas de futuro y se han ido algunos que nos acompañaron durante mucho tiempo desde los titulares de los noticiarios en el día a día de la actualidad: Benedicto XVI, Isabel II, Gorbachov, Pelé. Nombres que, como todos, se irán diluyendo poco a poco en la memoria, sumergidos bajo el peso de otros que vendrán a ocupar su lugar a lo largo del año que empieza. En las sonrisas y las palabras de estos días hay continuas expresiones de deseos de paz y felicidad, puede que más de una ilusión fundada o acaso alguna triste desesperanza por algo que se avecina como irremediable, o quizá el gozo por algo que se espera, pero, por debajo de todo ello, lo que late en nuestro interior es un sentimiento de asombro e incredulidad ante el paso del tiempo. Como si no hubiera sido siempre el mismo o como si alguna vez, en algún momento desde la creación del mundo, se hubiera detenido o le hubiera sido concedido a alguien la facultad de detenerlo. Los hombres somos dados a amoldarnos a todo, pero a esto no nos acostumbramos. Y sin embargo, somos hijos del tiempo y el propio tiempo nos devora, ya lo escribieron y pintaron otros con la misma mueca de incomprensión.
Es tiempo de balances, de recuento de propósitos no cumplidos y de renovación de los que el año próximo volveremos a contar igualmente como sin cumplir, que por eso somos como somos, barro con algún leve reflejo encima que nos dota de categoría racional, pero no de fortaleza de voluntad. Fechas estas en que notamos como en ninguna otra el paso de los años sobre nuestra propia vida; parece que fue ayer y todo es ido. Los años pasan sin ruido, a tientas sobre nuestras almas y nuestras arrugas, sin ni siquiera un suspiro de cansancio; un caminar y caminar sin fin hasta que un día nos obligan a abandonar el sendero. Entonces no queda más que irse tan de puntillas como se vino. Dejar el recuerdo y el amor que se haya podido derramar y hacer mutis con la sencilla dignidad de la hoja que cae. Entretanto, procuremos ser felices.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Qué gran día

Hoy he decidido gastarme una inocentada a mí mismo. Debe de ser hermoso penetrar en un espacio creado desde las mejores ilusiones de cada uno y habitar en él aunque sea un  solo día al año, y hoy es ese día. Quiero engañarme  y vivir  por un momento despreciando la actualidad que nos acongoja el ánimo y hace que apartemos la mirada de todo lo que de bello y entrañable nos ofrece la vida. Por un momento, la pringosa capa de miserias que destilan los noticiarios se va a quedar suspendida y va a ocupar su lugar la imagen de lo que bien podría ser si todos quisiéramos.
Hoy el día ha amanecido con un tono sereno y un no sé qué prometedor, y hasta las calles, tan desapacibles siempre en la madrugada, parecen dar una acogida más cálida a quienes tienen que pisarlas a esta hora. Veo a un joven que cede el asiento a una señora mayor en el autobús, que un policía pone una multa a un motorista por el ruido que hace su moto y a otro que llama la atención a unos mozalbetes por pintarrajear un banco del parque, y hasta veo a un ciclista que respeta las señales de tráfico. Me encuentro con un antiguo compañero al que hace tiempo que no veía y noto en sus ojos que se alegra de verdad de verme. Me dice que al fin sus hijos han encontrado un trabajo estable, y que el juez de familia que lleva el divorcio de uno de ellos hizo algo insólito: fallar en contra de la mujer.
Reconforta ver los telediarios y leer la prensa; se ve en el país un ambiente de sosiego y ganas de evitar la crispación y de trabajar juntos. Los políticos no se insultan ni buscan las debilidades del otro; al revés, tratan de fortalecer la conciencia nacional y el orgullo de lo nuestro; incluso los nacionalistas han dejado de mirarse tanto el ombligo y están dispuestos en el progreso conjunto de España. Los sindicatos se plantean renunciar a sus subvenciones para poder dedicarse sin ninguna servidumbre a su función de defender a los trabajadores y las cadenas de telebasura han recuperado el concepto de la dignidad y prometen emitir de vez en cuando algún programa que no haga sentir vergüenza ajena; incluso los de la Sexta están dispuestos a dar alguna noticia positiva sobre España. La ministra de Educación ha propuesto  recuperar el estudio de las humanidades y asegura que tratará de llegar a un acuerdo para tener una ley educativa de ámbito nacional, aceptada por todos. Para colmo, el presidente del Gobierno ha dicho que a partir de ahora va a cumplir lo que prometa y que no pensemos que esta es otra promesa que no va a cumplir, y lo ha dicho con voz humilde y nada engolada.
Qué gran día he vivido, pero mañana ya será 29. 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Tiempo de paz

De paz y felicidad, al menos en los saludos y los deseos. Qué bien nos suenan esas expresiones tan propias de estas fechas. Estamos necesitados de palabras amables que nos laven la costra de desencanto que nos deja cada día la realidad en que vivimos y que muchos se empeñan en hacer aún más amarga. Que se callen de una vez los que insultan y ofenden desde las tribunas donde los hemos puesto con nuestros votos, que se avergüencen al oírse a sí mismos, que hagan una pausa al menos en estos días en que todos parece que sentimos más cercanos los deseos de paz.
Paz ante todo con nosotros mismos, en nuestro propio interior, que es la que  descansa en esa cámara sagrada que todos custodiamos dentro y cuya inviolabilidad es nuestra posesión más preciada. Frente a la paz exterior, que no está en nuestra mano ni jamás ha aparecido por la tierra desde que los humanos están en ella, la paz interior es la que habita en nuestro refugio mas privado y es la única que cada uno de nosotros puede gozar sin la inquietud de que alguien pueda nada contra ella. Y uno cree que es el mejor deseo que se puede ofrecer al prójimo.
Paz consigo mismo a los políticos enfermos de la pasión del poder que, con tal de satisfacer sus ambiciones personales, no vacilan en poner en riesgo realidades sociales sólidamente asentadas que constituyen lo más querido y sagrado de cualquier persona. A los que tratan de servirse de caminos torticeros para seguir en su sillón, a los de la crispación continua y a los que acallan su conciencia para que no moleste. Días de paz a sus inquietas mentes y a sus agitadas aspiraciones.
Paz a los que sufren sin haber hecho nada por merecerlo y a los que sufren para que no sufran los demás; a los que han renunciado a vivir estos días en familia porque han querido llevar algún remedio y alivio allí donde la enfermedad envuelve en sufrimiento y desesperanza, y a quienes han partido a zonas de peligro y tratan de poner lo mejor de su parte para aportar un poco de orden y seguridad en aquel infierno.
Paz esperanzada a los sempiternos pesimistas que jamás pueden ver algo bueno en nuestras cosas; a los que, de buena o mala fe, creen que los males se arrancan con otros males; a los que se desesperan por cosas sin importancia, que son casi todas, y a  quienes sólo aspiran a vivir una vida sencilla con los suyos y con las pequeñas ilusiones y decepciones de cada día. Y a ti, que has querido leerme.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Retrato del mal político

Igual que todos tenemos un modelo ideal del buen político, aunque luego en la práctica no conozcamos a ninguno, también podemos crearnos el paradigma del negativo, ese que es una desgracia para el país que ha tenido la mala suerte de encontrárselo, aunque sea por vías democráticas. Seguramente cada uno tendrá su perfil de político indeseable, porque la variedad es infinita, pero creo que casi todos pueden parecerse a este:
Es mal político el que engaña a su pueblo a sabiendas de que lo está haciendo; el que trata de ganárselo haciéndole promesas que no ha pensado nunca cumplir; el que falta a su palabra continuamente y de forma descarada; el mentiroso; el inflado de vanidad; el que trata de parecer profundo cuando no hay otra cosa que vacuidad; el que expresa una opinión y deja entrever otra para tener siempre una salida.
Es mal político el que altera las leyes en beneficio de su partido, convencido de que está por encima de ellas y que merecen ser cambiadas por alguien que tenga una visión más elevada e inteligente que los que las hicieron; el que se cree poco menos que un elegido del destino para alumbrar las tinieblas de su época; el que es capaz de asociarse con el mismo diablo si con ello logra alcanzar las mayorías que no es capaz de conseguir en las urnas; el temerario que pone en riesgo la convivencia social y la misma estabilidad de su país con tal de seguir sentado en su sillón; el enfermo de ansia de poder y el ambicioso que lo pretende solo para disfrutar de tenerlo y no para utilizarlo para el bien de la comunidad.
Es mal político el que hace creer que sirve a sus ciudadanos cuando en realidad se sirve de ellos; el que goza humillando al adversario; el que sigue ciegamente su instinto por encima de la conveniencia general y de las convenciones establecidas; el que no se fía ni de los suyos y desdeña cualquier consejo porque solo él está en posesión de la verdad.
Es mal político el de palabras pomposas y ademanes estudiados; el de tono enfático y sonrisa impostada, que solo engaña a los espectadores candorosos; el que anda por la política exhibiendo sus encantos como si fuese un escenario donde él es la estrella absoluta de la función, ese del que Catón decía, refiriéndose a los augures de su tiempo, que "no pueden mirarse sin reírse". Ese que tiene como antónimos términos como humildad, lealtad, sinceridad, honor.
No sé si ustedes estarán pensando en alguien.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Entrar en la Historia

La Historia debe de ser un lugar de amena estancia y una residencia de cómodo vivir, a juzgar por la cantidad de gente que pretende entrar en ella a costa de lo que sea. En realidad, una buena parte de los hechos que han configurado la trayectoria humana a través del tiempo tienen su origen en el afán de sus protagonistas por dejar su nombre para la posteridad, como si una vez que le cierran a uno los ojos fuera a disfrutar de los elogios que le puedan dedicar. Las páginas de la Historia solo admiten a algunos elegidos, y figurar en ellas es la gran aspiración de muchos y, como consecuencia, causa y origen de hechos heroicos a la vez que  de guerras y conflictos o acciones de descerebrados. El caso más famoso de estos últimos es el de Eróstrato, que incendió el templo de Artemisa en Éfeso para que su nombre fuera conocido en el mundo entero, cosa que consiguió a pesar de todos las medidas que se tomaron para silenciarlo. Mucho más cutre y con menos aspiraciones fue el de un cabrero de Gallipienzo, un pueblo de Navarra, que metió sus cabras en los viñedos mientras los vecinos estaban en misa porque "quiero hacerme famoso", según dijo; se ve que se conformaba con una ración limitada de gloria. En el lado contrario también hay ejemplos de gentes a quienes la fama no les importa gran cosa y prefieren encontrarse famosos para sí mismos en su interior. En una ciudad levantaron una estatua a un escritor mediocre cuando había otro con mucho más prestigio y merecimiento. Alguien le preguntó a este si se sentía molesto, ya que nadie se explicaba por qué no le habían puesto a él. "No me preocupa nada -respondió-. Peor sería si me hubieran puesto y todos se preguntaran por qué".
Ha dicho el presidente del Gobierno que una de las razones por las que cree que pasará a la Historia es por haber sido el que ha desenterrado a Franco. Hombre, algo engreído si parece. No sé en qué renglón de qué página le habrá reservado la Historia un sitio para su nombre, pero seguramente será en una esquina y en letra pequeña, porque sin duda tiene por delante a una infinidad de candidatos con más méritos que el de cambiar de tumba a alguien que llevaba enterrado allí casi cincuenta años. Qué hambre de inmortalidad y qué migas tan insignificantes para satisfacerlo; va a tener que acumular otras mucho más sustanciosas si quiere dejar como recuerdo algo más que la hora de trabajo para el marmolista, que decía el filósofo. Claro que siempre le queda aspirar a figurar en la historia de la egolatría

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Variedades de familia

Si algo se ha mantenido inamovible a lo largo de la historia social de la humanidad es el concepto de familia. Inamovible y universal. De hecho no se conoce en la etnografía un solo ejemplo de pueblo en el que sea ignorada la institución familiar ni ninguna civilización en la que no aparezca como un hecho institucionalizado, en mayor o menor medida, como elemento nuclear de la sociedad y de nuestra propia vida. Miramos hacia atrás y vemos en nuestros años de infancia unas escenas hogareñas, con momentos alegres y dolorosos, discusiones en torno a la mesa, juegos y peleas, pero siempre la protección de los padres, la complicidad de los hermanos, la certeza de saberse atendido y protegido y la seguridad de sentirse a salvo de los golpes de la vida. Luego, con los años, la conciencia clara de haber tenido todo eso y un impulso de disposición a devolverlo en una acción recíproca, sea desde un sentimiento profundo o, si fuera necesario, desde la acción material.
Era todo tan natural que nunca nos paramos a clasificarla en esquemas ni a establecer divisiones, porque su esencia era tan fuerte que convertía su definición en indefinible. Era un concepto sólido y unitario. Pues ahora, desde el Gobierno, una treintañera con ansias de redimir nuestra ignorancia se ha puesto a contar y ha encontrado hasta dieciséis tipos diferentes de familias. Ya ven; no habíamos pensado que fuera una institución tan variopinta: matrimonial, homoparental, múltiple, intercultural, monoparental, reconstituida, de hecho y hasta individual, que ya es retorcer el concepto de familia. En total dieciséis. Que el estudio de esta diversidad familiar se incluya entre las materias educativas y en la formación del profesorado es el corolario que cabe temer de todo esto.
No sé qué se consigue con estos afanes taxonómicos ni qué utilidad tienen estas clasificaciones, como no sea la de justificar la existencia de un ministerio de atrezo, perfectamente prescindible. A la familia hay que respetarla y valorarla como el pilar básico de la sociedad que es, dejándola al margen de ocurrencias y experimentos. No se trata de estar suscritos a El Promotor, aquella modesta revista que uno recuerda ver en su casa de niño y que, con una lectura amable y entretenida, tenía por objeto promover la devoción a la Sagrada Familia y proponerla como ejemplo a seguir. No están estos tiempos para eso, pero la familia sigue siendo la principal institución social, y por el bien de todos hay que apoyarla manteniendo sus aspectos tradicionales más positivos, ayudándola en sus problemas y potenciando su función celular y educadora sin interferencias del poder. En eso tiene que estar, ministra.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

El mundial más extraño

Lo único inocente y auténtico que debe de haber en este insólito mundial de Qatar es la pelota rodando por el césped y el esfuerzo y la ilusión de los jugadores corriendo tras ella. Al menos se salva eso, que en realidad es la auténtica esencia del fútbol. Lo demás da la impresión de ser un espectáculo fuera de lugar, artificioso, carente de esa legitimidad que solo da la acción de la tradición y la historia. Un mundial nacido de una oscura decisión con tintes corruptos, jugado a destiempo, en un lugar donde apenas habían visto un balón, donde todo había que crearlo a partir de la nada y al que había que acudir con unas cuantas lecciones bien aprendidas sobre cómo comportarse y vestirse para no tener problemas. Relucen los flamantes estadios recién inaugurados con sus líneas de rompedora modernidad, pero no resuena en sus gradas el eco de ningún entusiasmo, eso que viene a ser la pátina que da solera y calor al frío hormigón. Es de imaginar, cuando todo esto acabe, el silencio que caerá sobre estas gradas de líneas futuristas y protagonismo efímero, en las que quizá alguien se siente alguna vez a pensar qué hacer ahora en ellas y qué se podría haber hecho con los 200.000 millones de euros que costó el capricho.
Y en esto, sale el mandamás del fútbol, un suizo de mirada lánguida y pausas teatrales, y nos dice que estos días se siente catarí, árabe, africano, gay, discapacitado e inmigrante. Cuántas cosas. Puede incluso que hasta se sienta presidente de un organismo que debiera estar por encima de cualquier particularidad y ajeno a intereses que no sean exclusivamente los futbolísticos. Y a cuenta de las críticas a la falta de derechos de los cataríes nos dice que los europeos no podemos dar lecciones a nadie y que deberíamos pedir perdón por lo que hicimos durante tres mil años. Supongo que será también por haber creado el fútbol.
Sentado ante el televisor, viendo un poco de la inauguración antes de cambiar a otra cadena donde daban un reportaje sobre los lemures de Madagascar, a uno le dio por pensar que si algo había mostrado este acto era que el dinero puede conseguirlo todo menos lo más importante, justo aquello que no puede comprarse porque nadie puede venderlo. Esta tarde les toca a los nuestros y otra vez se repetirá el rito de las reuniones ante el televisor, las calles vacías, las cañítas con la bolsa de patatas fritas, los ayes y los huys por cada disparo a puerta y las lecciones y explicaciones del técnico que cada aficionado lleva dentro. Realmente el fútbol debe de ser algo importante cuando ni estos que lo rigen pueden con él.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

El oficio de político

Yo he llegado a la conclusión de que no valgo para ser político. Seguramente son infinitas las cosas para las que no valgo, pero esta es una de las que me resultan más evidentes. No valgo para ello y, aunque valiera, no me gustaría serlo. Sé que es un oficio noble y necesario, pero está fuera de mi alcance, como todos los que exigen una determinada cualidad y la contraria: saber soplar y sorber a la vez; hacer pasar la astucia por inteligencia; manejar sobre un mismo concepto, según convenga, el sofisma y el silogismo; convertir el rotundo sí de ayer en el no rotundo de hoy sin que asome el rubor; estar hecho de una pasta que se adapte bien a modelar cualquier tipo de imagen y, algo imprescindible, tener capacidad para aprender a fabricarse una coraza con la que ser inmune a todos los guiños que nos hagan, por amargos que nos parezcan. Es eso el principio pasivo que más admira uno en los políticos: conseguir ser inmunes.
Inmunes a la crítica. Desayunarse cada mañana con una buena colección de opiniones que no le dicen precisamente lo simpático que es, verse en caricaturas como objeto de chiste, leer y escuchar frecuentemente comentarios desdeñosos, tener la continua sensación de sentirse incomprendido, todo eso no tiene más defensa que sobrevolar sobre ello y crearse una particular escala de valores en la que se sitúe en la parte más baja de ella, allí donde habita la indiferencia más absoluta.
Inmunes a sí mismos. A sus convencimientos más íntimos, tantas veces sacrificados en favor de lo que ordene el que manda. Es el dedo del jefe el que decide por uno. El criterio propio se inclina siempre ante un tácito voto de obediencia: hacer sin rechistar lo que le digan, votar lo que le manden, tener siempre dispuesta en los labios la palabra amén.
Y luego, si se quiere estar a cobijo, inmunes al desengaño, que eso fortalece el carácter y evita disgustos y malos ratos. Cuántas ilusiones deshechas al primer contacto con la política, afanes limpios de cambiar la sociedad que se truncan enseguida ante la decepción de lo que encuentran, políticos movidos por fuerte vocación y llenos de buena voluntad que pretenden mejorar las cosas aportando lo mejor de sí mismos y que pronto descubren que la política es esa profesión de la que se ha llegado a decir que los amantes de la verdad y la belleza no pueden ocuparse de ella porque ella a su vez no se ocupa ni de la belleza ni de la verdad. Desengaños nacidos de ver que el viejo y trascendente ejercicio de la política es denostado, incomprendido y muchas veces desprestigiado por quien más debería dignificarla: el propio Gobierno.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Los tontos del bote

Seguramente ha sido así siempre, pero da la sensación de que nunca como ahora hubo un tiempo en que salieran a la luz tantos majaderos haciendo las cosas más impensables y siempre en defensa de pretendidas ideas de noble apariencia que no son más que brindis a la luna. Los miras y puedes pensar que son producto de una reflexión sistemática y rigurosa, pero en dos vistazos llegas a la conclusión de que las tales ideas no son más que habitantes de un cerebro deshabitado, o sea, deseos basados en fundamentos con la solidez de la bruma. Ahora le ha tocado al arte, a la pintura de los grandes museos, convertida en instrumento para llamar la atención sobre el cambio climático. Una pareja de niñatos con afanes redentores entra en la sala, tira un bote de puré a un cuadro y luego pega una de sus manos a la pared o al marco, no sé muy bien para qué. Ya han actuado en varios museos europeos y han emborronado a Monet, Van Gogh, Vermeer y unos cuantos más. Aquí han aparecido imitadores autóctonos que han entrado en el Prado y la han tomado con las Majas de Goya. Y, tras quedarse uno asombrado de la infinita estulticia de algunos ejemplares humanos, surgen las preguntas. ¿Qué tiene que ver un cuadro pintado hace dos siglos con el cambio climático de ahora? ¿Qué relación hay entre el arte como expresión de belleza con el calentamiento de la atmósfera? ¿Qué quieren que haga el espectador que mira un cuadro por detener el cambio del clima? ¿Hay alguien detrás de estos hechos persiguiendo intereses que no conocemos? No esperen respuestas. En el mundo del absurdo todo es oscuridad y obligación de andar a tientas.
Además, quizá sea una lucha contra una sombra inalcanzable. Siempre he creído que efectivamente el cambio climático es una realidad, pero que quizá no debamos creernos tan presuntuosos como para afirmar que tenemos capacidad para promoverlo de modo sustancial. Desde su formación, nuestro planeta ha vivido en un proceso perpetuo de transformación. El clima jamás ha sido regular ni tenido continuidad en sus manifestaciones; siempre ha estado en continuo cambio, y el hombre no puede ni provocarlo ni detenerlo. Seguramente ahora la acción humana contribuye de algún modo a alterar el ritmo del cambio, pero aunque la humanidad desapareciese, la Tierra seguiría con sus ciclos, indiferente a todo. El cambio forma parte de la naturaleza. Por supuesto que hay que cuidarla; debemos procurar no agredirla con desechos evitables y tratar de pasar lo más inadvertido posible en ella, pero sin hacer mucho caso a los que intentan meternos miedos apocalípticos.