Difuminadas ya las imágenes de la reunión de los mandamases del
mundo libre en Madrid, la actualidad vuelve a su cauce con las inquietudes y
los protagonistas de siempre. Han sido unos días de expectación y en ocasiones
de espectáculo, entre la curiosidad por las formas y el interés por el
contenido. Luego fue la hora de los comentarios y opiniones de la infinita
legión de expertos que nos iluminaron con sus análisis, desde el la necesidad
de decidir una nueva geoestrategia militar en tierras europeas hasta el trascendental
acontecimiento de comprar unas alpargatas. Fueron muchos los que se ocuparon de
todo ello con dedicación, como pudo verse a diario en las mil tertulias que
llenaron las pantallas y las páginas de los medios. La actualidad es lo que
tiene: es una fuente de energía perpetua y renovable que jamás corre el riesgo
de agotarse.
Lo cierto es que todo salió bien. La reunión fue un éxito y hasta
los negacionistas habituales, esos que nunca ven nada bueno en lo nuestro, han
tenido que descender hasta detalles ínfimos para encontrar algo con que
satisfacer su permanente afán de crítica negativa. De los acuerdos de la cumbre
no cabe hacer muchos juicios valorativos si no se conocen los entresijos de la
política internacional. El tiempo dirá si sus consecuencias contribuyeron a
mejorar la situación de tensión actual, pero lo que sí puede decirse con
seguridad es que ha servido para revitalizar nuestra imagen de nación de gran
densidad histórica y cultural, que siempre fue potente, pero que andaba
últimamente adormecida a causa, en gran parte, de nuestra habitual costumbre de
asentir y dar la razón a todo el que hable mal de nosotros. Esta vez los
escenarios opinaron por sí solos: las majestuosas salas de palacios, el teatro
Real y el inigualable espacio del Museo del Prado, pero también la gastronomía,
el protocolo y la seguridad y el orden en las calles, tan alejado de lo que se
acostumbra a ver en Davos o París, por ejemplo.
Claro que, desde una maravillosa mirada utópica, lo ideal sería
que ni esta ni ninguna reunión de este tipo fuera necesaria. Cualquier
organización defensiva es la respuesta al miedo que la humanidad se tiene a sí
misma, incapaz de vivir toda ella bajo unos principios comunes, por elementales
que fuesen, y necesitada de asociarse con los más afines para defender su
seguridad. Más o menos como se ve en la naturaleza. Aquí la soledad es signo de
debilidad. Ya lo dejó dicho Churchill: No es bueno discutir con los aliados,
pero es peor no tener aliados con los que discutir.
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