Todavía colean los actos y ceremonias derivados de la muerte de la
reina británica, que se prolongarán hasta que se acabe el luto oficial y que
seguramente enlazarán luego con la coronación del nuevo rey. Un largo tiempo de
continua excepcionalidad, en el que la vida habitual ha visto cómo se ha
transformado en un hito de la historia del país. Aquellas gentes que aguardaron
con gesto respetuoso y actitud paciente hasta trece horas en una cola para dar
un breve adiós al ataúd, son la expresión de una emoción colectiva que solo se
da en contadas ocasiones y con pocas personas. Sea por auténtico sentimiento
ante la pérdida de quien durante tantos años formó parte de sus vidas, por
simple curiosidad o por tener la certeza de estar viviendo un momento
histórico, todos recordarán esas horas de espera como el momento en que
tuvieron ocasión de asistir a un suceso trascendente. Sin embargo, visto desde
fuera, la impresión que da es la de estar ante un espectáculo desmesurado: la
aparatosidad que lo envuelve, una solemnidad sostenida por un protocolo rígido,
el derroche de boato, la interminable despedida; tal parece que se pretendiera
conseguir negarle a la muerte su triunfo como si fuese el reverso del cuadro de
Brueghel.
Mientras tanto, como penoso contraste, en un bosque de Ucrania han
aparecido los cuerpos de 440 personas, enterrados en fosas comunes sin más
asistentes que sus asesinos y el silencio que se deriva de la soledad. No
tuvieron oraciones ni ceremonia alguna de despedida; nadie dio noticia de su
muerte ni de su entierro. Eran víctimas civiles, hombres, mujeres y niños a los
que alguna voluntad maldita decidió exterminar porque sí, y de los que todo lo
que queda es una tosca cruz de madera y unas cuantas rosas blancas en el suelo.
Tampoco sus nombres podrán buscarse en los libros de Historia del futuro.
En fin, por estos lares gijoneses la noticia es que la alcaldesa
se va. Su partido prefiere buscar a alguien más idóneo para presentarlo como
candidato a las próximas elecciones municipales, lo que no debe de resultar muy
difícil. Deja una legislatura envuelta en polémicas, ocurrencias, proyectos
fallidos, rectificaciones obligadas y modales mejorables. La municipal es la
instancia de poder más cercana al ciudadano y, por tanto, la más influyente y
la que más afecta a su vida diaria y a su entorno, desde el bienestar social
hasta la estética de su ciudad. Se avecinan tiempos de crisis y necesitamos
dirigentes capaces de aunar esfuerzos al margen de sectarismos y de fijar
objetivos realistas y compartidos por la mayoría. Eso esperamos.
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