El absurdo es uno de nuestros compañeros de
vida. Nos rodea por todas partes. No es de ahora; desde siempre se ha asentado
entre nosotros como un comensal más dando lugar a teorías, disquisiciones y
hasta tendencias creativas, quizá porque su presencia es tan fecunda como la de
la lógica. Es como si entre la razón humana y el absurdo hubiera una afinidad
secreta. De hecho, más de una vez se ha visto resultar mal las cosas más
razonables y bien las más absurdas. Un fiel camarada este atrabiliario elemento
que llamamos absurdo, sin duda porque absurda es su misma existencia.
El absurdo pierde su cariz negativo cuando el
que lo practica es consciente de que lo es. Lo malo es cuando se llega a él
creyendo que se está diciendo o haciendo una obra genial, que es lo que pasa
casi siempre. Cada uno seguramente tendrá su inventario de absurdos, y, juntos
todos, deben de formar una lista capaz de envolver las pirámides. Lo que pasa
es que de tan habitual que es terminamos teniéndolo por normal. Es absurdo, por
ejemplo, prestar dinero a alguien y que encima nos cobre, como nos hacen los
bancos, o que se llame latina a una América en la que ningún habitante del
Lacio tuvo nada que ver. ¿Y qué es el absurdo? se atreve a preguntar uno. Pues
lo contrario a la lógica y al buen sentido, podría responderse, pero ahí
estarán Jardiel, Groucho, Ionesco y muchos otros contestándonos a coro que es
la única verdad absoluta con que cuenta el hombre. Quizá porque también es un
ser absurdo.
Existe una narrativa y un teatro del absurdo
hasta constituir un género literario, pero donde más abunda es en el campo de
los políticos, eso sí, sin pizca de ingenio y sin la fuerza creativa y la
capacidad simbólica del anterior. Siempre ha sido así, pero en estos tiempos en
que todo se hace más visible, parece que hace sentir aún más su presencia.
Miren lo que se puede reunir solo en unos pocos días:
Es absurdo que el vicepresidente de un Gobierno
ataque a la jefatura del Estado de su propio país o que afirme que en España no
hay una democracia verdadera; será porque no se explica que un partido que
apenas es la cuarta fuerza del Congreso esté cogobernando. Que cuando se quiere
frenar el grave problema del despoblamiento rural se prohíba controlar la
presencia del mayor enemigo de los ganaderos. Que en plena pandemia nuestros
gobernantes se preocupen de preparar leyes, como la llamada ley trans, que
viene a decretar que ya puede uno tener los atributos naturales que tenga, que
eso no determina su sexo; lo determina su voluntad; no necesita más que querer
y, eso sí, haber cumplido dieciséis años, lo que no deja de ser un detalle.
Creo porque es absurdo, dijo un santo
filósofo, resignado a no entender nada. Como nosotros.