miércoles, 10 de agosto de 2022

A oscuras

Nos espera un tiempo de noche oscura, y no del alma, sino de la ciudad. Lo ha decretado el Gobierno afilando los lápices para imponer multas de hasta no sé cuantos miles de euros a quien se le ocurra encender una luz que no deba o saltarse los límites de temperatura ordenados. Hay que ahorrar energía, nos dice el presidente con tono de maestro de novicios mientras manda a Bautista que prepare el Súper Puma para recorrer veinticinco kilómetros. O sea que, al menos de momento, se acabaron las noches de blanco satén y aprenderemos a ver las fachadas y escaparates de nuestras calles solo con el recuerdo que nos quede de cuando les daba la luz del día. La vida nocturna tendrá el encanto de la penumbra y un atractivo nuevo para el que quiera pasar más desapercibido por las calles. En fin, al menos servirá para hacernos una idea de cómo vivían en la Edad Media.
Nos repitieron una y otra vez que, por mucho que Putin nos quisiera hacer la gran faena cerrando la llave de paso, nosotros no tendríamos problema de restricciones energéticas gracias a nuestras estratégicas alianzas internacionales, a nuestras plantas regasificadoras y a la acertada y diversificada selección de proveedores, y resulta que estamos como todos, forzados a reducir nuestra calidad de vida, obligados a acostumbrarnos a la oscuridad de nuestras ciudades, controlando el termostato en el verano y mirando de reojo el próximo invierno por si le da por ser de los crudos. Mientras tanto nos dedicamos a deshacer lo que teníamos y a cerrar puertas sin abrir otras. Tanto empeño en hacernos creer que somos nosotros los responsables del calentamiento global de la Tierra, como si fuese la primera vez que se produce un cambio climático en la historia de nuestro planeta, nos ha llevado a un radicalismo ecologista que se vuelve contra nosotros. Se están desmantelando las centrales térmicas, se ha convertido en herejía hablar bien del carbón y no digamos de las nucleares, y solo queda encomendarse al agua, el viento y el sol, porque el gas depende del vaivén político y este es tan inestable como las mentes de quienes lo agitan.
Entre tanto, mientras pasa la tormenta y procuramos acostumbrarnos a estas nuevas restricciones, viene bien hacer nuestra literalmente aquella hermosa frase: tras las tinieblas espero la luz, que es el lema que figura, solo que en latín, en la portada de la primera edición del Quijote. Pues eso; a pesar de todo vamos a confiar en que después que pasen la pandemia, la guerra, la crisis, la sequía y todo lo que se arremolina en este momento sobre nosotros, el mundo sea de verdad más luminoso.

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