Nos espera un tiempo de noche oscura, y no del alma, sino de la
ciudad. Lo ha decretado el Gobierno afilando los lápices para imponer multas de
hasta no sé cuantos miles de euros a quien se le ocurra encender una luz que no
deba o saltarse los límites de temperatura ordenados. Hay que ahorrar energía,
nos dice el presidente con tono de maestro de novicios mientras manda a
Bautista que prepare el Súper Puma para recorrer veinticinco kilómetros. O sea
que, al menos de momento, se acabaron las noches de blanco satén y aprenderemos
a ver las fachadas y escaparates de nuestras calles solo con el recuerdo que
nos quede de cuando les daba la luz del día. La vida nocturna tendrá el encanto
de la penumbra y un atractivo nuevo para el que quiera pasar más desapercibido
por las calles. En fin, al menos servirá para hacernos una idea de cómo vivían
en la Edad Media.
Nos repitieron una y otra vez que, por mucho que Putin nos
quisiera hacer la gran faena cerrando la llave de paso, nosotros no tendríamos
problema de restricciones energéticas gracias a nuestras estratégicas alianzas
internacionales, a nuestras plantas regasificadoras y a la acertada y
diversificada selección de proveedores, y resulta que estamos como todos, forzados
a reducir nuestra calidad de vida, obligados a acostumbrarnos a la oscuridad de
nuestras ciudades, controlando el termostato en el verano y mirando de reojo el
próximo invierno por si le da por ser de los crudos. Mientras tanto nos
dedicamos a deshacer lo que teníamos y a cerrar puertas sin abrir otras. Tanto
empeño en hacernos creer que somos nosotros los responsables del calentamiento
global de la Tierra, como si fuese la primera vez que se produce un cambio
climático en la historia de nuestro planeta, nos ha llevado a un radicalismo
ecologista que se vuelve contra nosotros. Se están desmantelando las centrales
térmicas, se ha convertido en herejía hablar bien del carbón y no digamos de
las nucleares, y solo queda encomendarse al agua, el viento y el sol, porque el
gas depende del vaivén político y este es tan inestable como las mentes de
quienes lo agitan.
Entre tanto, mientras pasa la tormenta y procuramos acostumbrarnos
a estas nuevas restricciones, viene bien hacer nuestra literalmente aquella
hermosa frase: tras las tinieblas espero la luz, que es el lema que figura, solo
que en latín, en la portada de la primera edición del Quijote. Pues eso; a
pesar de todo vamos a confiar en que después que pasen la pandemia, la guerra,
la crisis, la sequía y todo lo que se arremolina en este momento sobre nosotros,
el mundo sea de verdad más luminoso.
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