miércoles, 31 de agosto de 2022

Un tal Toumai

No sabemos hasta dónde habrá que retroceder la fecha de nuestra aparición en este planeta, visto que todas las dadas hasta ahora por definitivas son superadas por otras más antiguas a medida que se producen nuevos descubrimientos. Hace algunos años aparecieron en el desierto de Djurab, en Chad, un cráneo y restos óseos de un esqueleto de alguien que vivió hace unos siete millones de años. Se le llamó Toumai, que en la lengua local viene a significar esperanza de vida. Los primeros estudios indicaron que, por la disposición de la abertura del cráneo y el análisis de de los restos del fémur, quizá se trataba de un ser bípedo, capaz de andar como nosotros. Por esto y por otras pruebas, y porque no se ha encontrado ningún resto de grandes primates cerca del yacimiento, se descartó desde el principio que se tratara de uno de ellos. Sucesivas investigaciones han ido confirmando estas conclusiones, que ahora se publican como definitivas.
Si esto es así y Toumai era un homínido, nuestra trayectoria en este mundo es mucho más larga de lo que creíamos. Llevamos aquí un millón de años más de lo que pensábamos, y no cabe descartar que haya que volver a retrasar nuestro comienzo según surjan nuevos testigos de la existencia de alguno de nuestros parientes allá en lo más profundo del tiempo. Lo difícil es establecer si a estos homínidos cabe aplicarles ya la condición de seres humanos; en qué momento la evolución natural del hombre acabó con su estado de animal sin conciencia de trascendencia; cuándo y cómo se produjo el paso del puro instinto a la razón y de la fría indiferencia a las emociones. En qué punto lo meramente sensorial se complementó con ese fuego indefinible que arde en nuestro interior y nos convierte en seres únicos e irrepetibles. Ese sería el verdadero comienzo de nuestra vida en el planeta
Mirar hacia atrás en el tiempo nos sirve al menos para pensar que la Historia, es decir, nuestro propio discurrir por este largo sendero que viene de la nada y se pierde en lo más profundo del infinito, no es más que una continuada secuencia de manifestaciones del azar. Incluso nosotros mismos quizá no seamos más que uno de los infinitos acontecimientos probables que pueden producirse en el universo. Porque, ni aun sumando la vida de todos los hombres que han existido, hemos conseguido adquirir alguna certeza definitiva, por pequeña que sea. Estamos con la misma cara de asombro y la misma amarga ignorancia ante el gran misterio, aunque con muchísima más vanidad, que los primeros hombres que contemplaron este mundo y tuvieron que inventarse su propia explicación.

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