miércoles, 23 de julio de 2008

La manía de pensar

Es que apenas se piensa. Los pensamientos propios, esos queridos y a veces rebeldes pensamientos que nos hacen ser como somos y configuran nuestra carta de naturaleza espiritual, están siendo arrinconados por los de unos cuantos que lo dominan todo y a los que se les permite enseñorearse de ellos. Parece que ya nadie está a gusto con sus silencios. Se huye de lo que pueda decirnos nuestro propio interior. Se busca siempre alguna voz ajena que anule a la nuestra. Hay quien no puede salir a pasear con el único acompañamiento de sus ideas, sino que ha de ponerse en los oídos unos auriculares para recibir sonidos, cualquier sonido, sea la publicidad o el charloteo de unos profesionales de las tertulias que lo mismo opinan sobre el Big-Bang que sobre los efectos de la globalización en la sociedad zulú.
Se está entregando la facultad de pensar a cambio de que nos ocupen la mente. "Lejos de nosotros la funesta manía de pensar", proclamó la universidad de Cervera para fijar su fidelidad al rey absolutista. Hoy el absolutismo se ha trocado en el intento de llevarnos hacia el pensamiento único, haciéndonos renunciar a nuestras convicciones morales y de cualquier índole. Todos hemos de pensar lo correcto, es decir, lo que entienden por correcto quienes controlan los medios. Hay que obedecer la opinión ya establecida sobre los inmigrantes, los homosexuales, el aborto o el cambio climático. Que no tengamos ocasión de pensar. Quizá sea porque, según los expertos, razonar no es cuestión que dependa de la inteligencia, sino que se aprende con el ejercicio.
A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para estar conmigo me bastan mis pensamientos. Puede, don Félix, pero es que en su tiempo no existían los robaalmas, ni los hechizos ante ellos, en la misma dimensión que hoy. El progreso es hijo a la vez del tiempo, de la sana voluntad del hombre y del maligno, pero hay algunos que parecen ser únicamente hijos del maligno. Cuando el progreso aliena no puede tener otro padre.
Si quieres oír cantar a tu alma, haz el silencio a tu alrededor, escribió otro poeta. El silencio rumoroso del bosque o el murmullo silencioso del mar o acaso el aliento enmudecido de los campos, allí donde sientas que ninguna voz ajena merezca quitarte tu propia compañía para darte a cambio basura elaborada.

miércoles, 9 de julio de 2008

Reclamación de lo obvio

Uno, que jamás en su vida se había adherido a manifiesto alguno, acaso porque el número de sus certezas absolutas siempre fue más bien escaso, lo ha hecho ahora con la conciencia gozosa y sin el menor atisbo de reserva. Y el caso es que, para ser el primero, resulta ser un manifiesto a favor de la obviedad. Lo obvio no se pide; adquiere realidad por sí mismo, se encuentra ante nosotros y condiciona nuestras decisiones hasta someterlas todas a su sola presencia. Algo falla cuando hay que reclamarlo. Algo habrá que preguntarse cuando es necesario un manifiesto para exigir la obviedad de que en España se enseñe el español. Lo que sería impensable en cualquier país europeo, aquí adquiere carta de cotidianeidad. Que en una nación que ha sido capaz de crear un idioma universal, imprescindible en la historia de la literatura y floreciente tanto en su extensión como en su creación, tengan que ser los colectivos sociales los que lo defienden para que no desaparezca de algunas zonas de su propia tierra, supone un fracaso absoluto de su clase política y la evidencia de que los ciudadanos no están enfermos de los complejos que atenazan a sus dirigentes. Lo que comenzó al principio de la transición como un generoso intento de proteger las lenguas regionales y de conseguir una grata convivencia con su hermana mayor sin ninguna connotación política, terminó convirtiéndose en una imposición excluyente que deja pequeña a la que ellas sufrieron en algunos años pasados. Es la obra de unos políticos cerriles y biliosos, con vocación tribal, a quienes no les importa privar a las nuevas generaciones de un instrumento de comunicación universal con tal de poder usar su propia lengua como estandarte de sus ensueños nacionalistas. Mientras, ellos llevan a sus hijos a los mejores colegios bilingües.
No es que el español vaya a desaparecer de esas regiones. Su inercia es demasiado poderosa y su pujanza lo suficientemente vigorosa para bastarse a sí mismo. No hay más que darse una vuelta por Cataluña o el País Vasco para comprobar que sus ciudadanos, en contra de sus dirigentes, no conciben una situación social sin él, ni tampoco lo pretenden. Lo preocupante es que ese esfuerzo de erradicación se realiza con el propósito de eliminar el principal elemento de cohesión nacional, fútbol aparte, en la certeza de que, una vez conseguido, ya todo será más fácil, porque las demás ligaduras -historia, sentido de pertenencia común, tradiciones y costumbres compartidas- son más fáciles de desatar. Si para eso es preciso privar a los padres del derecho a educar a sus hijos en la lengua de todos, menoscabando el principio de igualdad, pues se priva, y además con gesto satisfecho.Parece que el manifiesto está teniendo un número de adhesiones que desborda todo lo previsto. A ver. Alguien ha dicho que un político se diferencia de un estadista en que, mientras el primero piensa en las próximas elecciones, el segundo piensa en la próxima generación. Pues esta parece una buena ocasión para saber si tenemos estadistas.