lunes, 15 de abril de 2024

El mes de mi vida (1)

 Este blog ha tenido un forzoso descanso, bien en contra de su voluntad, motivado por esa norma que dicta que todo sufre el efecto entrópico que nos rige.de forma inapelable. La enfermedad puede con todo, con el cuerpo y con el ánimo, incluso con el más encastillado, y a mí me ha tocado su ataque. Y quiero compartirlo desde aquí. Ya sé que seguramente esto no interesará, a nadie, pero qué quieren, uno también siente de vez en cuando la necesidad de una catarsis y esta es una buena forma. Cuando los sentimientos se convierten en palabras adquieren un peso material, se vuelven duraderos y se quedan fijados en el alma para siempre. Un sentimiento que se ha hecho palabra resulta indestructible.

 Todo empezó con una insuficiencia renal, causada por una hipertensión a la que apenas di importancia durante muchos años. En la última revisión la nefróloga vio algo que no le gustó y ordenó mi ingreso por Urgencias. Era una noche endiablada, de temporal de frío y lluvia por toda España. El vendaval silbaba a través de los enormes ventanales, pero poco me importaba aquella manifestación inesperada de la naturaleza. El centro del mundo estaba ahora entre mis sábanas, donde se desarrollaba la gran batalla entre la negrura de una nada próxima y la inconsciencia del que aún tiene una luz cuya llama no ve peligrar. Mi mujer fue testigo callada y sufrida de todo aquello y nos lo cuenta con su sencillez habitual: 

 "Se trataba de la revisión de la fístula que le habían abierto para iniciar la hemodiálisis, pero, en seguida se dan cuenta de la tremenda retención de líquidos que presenta, con el consiguiente aumento de peso y volumen de pies, tobillos y piernas y, sobre todo, los pulmones encharcados, el abdomen hinchado, sin posibilidad de poder caminar con normalidad, y el corazón deteriorado por exceso de esfuerzo. Van a ingresarlo en planta por un período largo de tiempo, la nefróloga, sale a comunicarnos que está en diálisis de guardia esa noche. Al poco vuelve para decirnos que hemos de esperar a ver si resisto la dialización. Pasa media hora y resisto. Siguen haciéndome nuevas y pequeñas sesiones hasta que pueden eliminar 13 litros de líquido. Al final quedo ingresado para hacer nuevos estudios en profundidad".

 El diagnóstico no es bueno. La nefróloga nos confirma que está grave y parece suavizar la verdad, a pesar de que se le pide que nos cuente la realidad tal como es. Surge un nuevo problema, ahora en el corazón: las válvulas laterales no cierran bien; es un momento delicado. Alguien propone hacer un estudio con una sonda para ver el deterioro, pero como tiene dificultad para respirar, deciden esperar uno días hasta que mejore.

Sigue el relato de mi mujer: "En esto se acerca un día un médico para pedirnos que esté reunida toda la familia. Se le ve muy grave y nos lo dice claramente. Tienen previsto realizar el estudio que preveían, pero logran cerrar las válvulas mediante un clip quirúrgico, y está funcionando bien. La operación de corazón que habían proyectado se aplaza ante el buen resultado del clip. Entretanto, el neurólogo apreció microinfartos y un ictus sin consecuencias de hace años. A su vez, el urólogo, para evitar la retención de orina que presentaba, hubo de hacerle una operación de urgencia para no correr el riesgo de dañar la vejiga. Se le aprecian también coágulos en la uretra, y se le sonda durante varios días. Con la diálisis se deteriora la función cognitiva. Apenas puede despegar los labios al hablar y no es capaz de pronunciar los sonidos bilabiales, a pesar de la crema. Recuerda que entre brumas oyó que alguien decía: seguramente no pase de esta noche. Está muy grave y lo sabemos, pero ya tenemos los diagnósticos y los tratamientos a los que le someten. Lo peor era la incertidumbre. Cuando se tiene conocimiento de lo que tienes ante ti sientes un impulso instintivo para enfrentarte a ello. Desde aquel maldito momento en que estuvo al borde de la muerte hasta que escribo esto, han pasado 40 días. Desde el pasado viernes está en casa, acudiendo cada dos mañanas a la sesión de diálisis, que le dejan muy cansado, y esperando a que venga el fisioterapeuta para realizar los ejercicios físicos que mejoren su movilidad. Ha sufrido en el hospital, de forma sucesiva y casi simultánea, una grave insuficiencia renal, la gripe A, una arritmia cardiaca y el covid, además de dos catéteres, una fístula, cuatro sondas, docenas de pinchazos y una caída desde su silla. Hombre fuerte", concluye mi mujer.

El mes de mi vida (2)

 Estos primeros días en el hospital, tras el ingreso fueron un paréntesis radical en la vida que había vivido hasta ahora. Ni los recuerdos, ni los sentimientos, ni los deseos, ni los propósitos, ni la realidad que veía encajaban con el convencimiento que me había inundado de que estaba en otra dimensión. Pasé unos días entre fantasías y alucinaciones, con noches llenas de extrañas y siniestras asechanzas que yo veía como amenazas ciertas, ante las que me encontraba completamente solo, porque alguna vez que lo quise comentar con mi compañero de habitación no me hizo ningún caso. Estaba seguro de que se había urdido un plan contra mí; había caído en manos de alguna poderosa red que quién sabe qué propósito tendría; no me encajaba ni el motivo de mi estancia, ni las incongruencias que veía. Ahora sé que dije muchas tonterías, que nadie tuvo en cuenta, porque iban con cargo al estado de mi mente. En eso, y en otras muchas cosas, he de agradecer la generosa comprensión y la actitud de infinito respeto hacia mí en unos momentos de extrema vulnerabilidad. 

 En aquel revoltijo en que se había convertido mi mente algo me hacía clasificar y calificar las circunstancias que me afectaban, comenzando por las más cercanas. Médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, compañeros de habitación, todos formando un abanico de caracteres diversos entre los que hay que elegir a cuáles conviene aproximarse y con quiénes hay que guardar distancia dentro de lo posible. Las enfermeras, por ejemplo, dan para sacar conclusiones, quizá en mayor medida que el cuerpo médico, porque son los primeros ojos que ve el paciente cada mañana. Como en todos los ámbitos, las hay buenas y malas, es decir, vocacionales y simples asalariadas. Una buena enfermera siente la cercanía del enfermo, para ella es algo más que el objeto directo de su trabajo; ve en él a un ser doliente en un momento angustioso, quizá final, y sabe acariciar su mano y esbozar una sonrisa en la que se trasluzca una esperanza. Trata de ahuyentar su miedo, consuela, anima, fortalece sin engañar, irradia confianza, es paciente y comprensiva, no se queja. Una buena enfermera, yo tuve alguna, es una de las mayores suertes que se pueden tener en un hospital.         

La Navidad pasó callada y en mi caso desapercibida, aunque es verdad que en el hospital se esmeraron en servirnos una cena especial con ribetes navideños, pero yo ni me fijé en ella. Eso sí, tuve todas las visitas de los míos, que luego se marcharon a casa a celebrar la fiesta tal como yo les pedí: con la alegría de siempre, sin que me echaran de menos.

Días tristes, en los que lo único que quería era que me dejaran en paz y, sin embargo, con un íntimo deseo de que alguien viniese a verme. Días de ausencia de raciocinio lógico y debilitamiento sensorial, en los que todos se portaron conmigo según el verdadero significado del verbo compadecer, tanto los que lo hicieron desde su postura profesional como los que lo llevaban en el corazón, especialmente mi familia. Fue difícil entender mi conducta y yo no fui capaz de explicar que durante unas cuantas noches de este comienzo de febrero se convirtieron en una sucesión de sueños absurdos, irreales, envolventes y posesivos, que no podía olvidar durante el día. El caso es que, aunque la intuía muy cerca, no sentí el miedo de la muerte ni era consciente de que estaba a punto de abrazarla.

 También la Nochevieja pasó de puntillas para nosotros. El fin del 2023 no mereció ni un brindis ni una breve ráfaga de emoción en su despedida; simplemente se le echó al basurero del olvido con el deseo de que no reapareciera nunca más.

 No acabo de comprender la intrahistoria de un hospital. Seguramente vengo con prejuicios deformados, que me hablaban de un mayor rigor. Vayan dos pequeños ejemplos de situaciones en los que el protocolo y la costumbre tienen más valor que la lógica y la eficiencia. Acababan de servir la cena y me disponía a tomarla cuando aparece alguien que me tapa la boca con una máscara que me cubre media cara y me da aspecto de diablo; es una mascarilla de oxígeno que dura veinte minutos, pero nadie pensó que daría el mismo resultado si me la pusieran después de cenar; al menos comería caliente. Otra noche me despiertan en pleno sueño para decirme que me van a sondar de nuevo porque creen que puedo tener algún coágulo. Vuelven a manipularme y yo a aguantar, pero se ve que le chica que lo hace es una estudiante en prácticas y no tiene mucha idea. A cambio, hoy me dice el cardiólogo que las pruebas hechas para medir la arritmia cardiaca han salido favorables; a sus efectos tengo ya el alta. De todos los problemas que me han caído (gripe A, insuficiencia renal, arritmia, covid, etc.) ese ya es uno menos. Lo que importa es que mis válvulas laterales han mejorado y anuncian ya la salida del hospital. También hoy una enfermera, me dice que ha comprado mi libro El entierro de Lucas y me lo trae para que se lo dedique.

El mes de mi vida (3)

 Martes de carnaval. Mis delirios se han calmado y vuelto más reales. Llevo ya más de un mes de diálisis y poco a poco estoy tomándole el pulso, aunque no se deja fácilmente. Hay que decir ante todo que entre los que vamos a diálisis no existe ambiente de grupo; no se comparte nada, ni miradas, ni experiencias, ni casi palabras. Hay alguna cotorra que no calla, pero en realidad se trata de alguien que tiene así su instalación morfológica; naturalmente, sólo alguna colega tiende a hacerle caso. 
 Son muy aburridas las sesiones. Cuatro horas que al final se convierten siempre en seis. Lo peor es la inmovilidad. Yo pienso, veo, observo y, cuando tengo suerte, duermo. Salvo los continuos pitidos de las máquinas, nadie me molesta en el ambiente. Parece que el silencio es el aliado que buscan todos. 
 Me han sacado ya muchos litros de líquido, y aún quedan otros tres por sacar. El problema es que esta bajada de peso está haciendo que a su vez me baje la tensión arterial y entonces el corazón no resistiría. Así todo, la nefróloga decide prolongar mi tiempo en un cuarto de hora y sacarme dos litros más y dejarme en dos kilos menos. Lo cierto es que he mejorado en cuanto a aspecto físico, y mucho, según me dicen todos los: todos los allegados que siguieron mi enfermedad paso a paso; lo comentan las enfermeras entre sí y para todos soy motivo de sorpresa. Debe de ser que me he abierto a comer más y de todo. Y eso que no respeto demasiado el régimen de dieta hídrica que mandan, esa que dice que sólo se puede beber al día medio litro más que la cantidad de orina que se genere.
 La comida es buena en el hospital, a despecho de los que siempre se quejan de todo. Abundante, variada y seguramente sabrosa si tuviera algo de sal. Un menú de un día cualquiera puede consistir en paella marinera, fritos de pescado con limón, y como postre fruta, flan o arroz con leche, más un batido energético. Lo desayunos, eso sí, son invariables: café con leche, mermelada, mantequilla y diez galletas. 
 Poco a poco me voy adaptando a mi nueva situación y creando a mi alrededor un mundo distinto del que tenía para cubrir las nuevas necesidades que me he encontrado. He de tender a mantener lo que se pueda de antes y a hacer propias las exigencias de la nueva situación. Por fortuna vivo en una época y un país que me lo posibilitan, cosa impensable en tiempos no muy lejanos, y no sólo en lo que se refiere a los aspectos médicos, sino en los que afectan a la vida cotidiana. La movilidad, por ejemplo. Hoy me he comprado una silla, que me solucionará en parte los problemas de desplazamiento. Una silla mediana, adecuada para lo que pretendo, que es simplemente poder moverme por casa. Tras mucho buscar la encontramos en internet por 369 euros, los que con más gusto he gastado en mi vida.
Sábado. Estos días pasados siguieron las sesiones de diálisis, pero aún quedan otros dos, que parecen ser la obsesión del jefe de diálisis, por lo que me han previsto el próximo jueves un suplemento especial, sin querer advertir que sería el tercer día consecutivo.
 Jueves. Diálisis extra. Y el cuerpo reventó. Fue un día de los que es necesario olvidar cuanto antes. Yo lo había advertido al jefe de Nefrología; que estoy agotado, que no tengo ningún síntoma negativo, que no pasaría nada por descansar este jueves, que tres días seguidos no sé si lo aguantaría, pero con un médico es inútil discutir porque te miran siempre con expresión de qué sabrás tú y no admiten nunca más sugerencia que la suya. El caso es que pronto la tensión arterial bajó a menos de 7. Se probaron todo tipo de maniobras para subirla, pero el corazón entró en arritmia. El médico ordenó detener la diálisis y enviarme a Cardiología por Urgencias. Luego me explicó lo que pretendía hacer: 
 -Has tenido un episodio de arritmia severa, así que vamos a cambiar las preferencias. No vamos a fijarnos tanto en los pequeños edemas de las piernas; podemos vivir con ellos. Hemos de atender ante todo al corazón. Vamos a suavizar la diálisis. 
 No le pregunté en qué consistiría esa suavización. 
 La tarde en Cardiología de Urgencias la guardo como la peor de mi vida. No quiero exagerar ni despertar en nadie ningún tipo de emociones, pero nunca me sentí más limitado ni más consciente de lo poca cosa que somos. Un día entero en una incómoda cama, sin comer ni beber, soportando un sonido estridente y continuo que parecía salir de las trompetas del Apocalipsis y, sobre todo, un desfile de individuos con una jeringa en la mano que pasaron por mi cama y me acribillaron el cuerpo a base de pinchazos, curas, electrocardiogramas y todo tipo de perrerías sin ninguna consideración. A las diez de la noche por fin me soltaron. Mientras esperaba el taxi en la acera del túnel de acceso, me dio por pensar que aquel lugar solitario e inhóspito, entre bloques de hormigón, en el que habían dejado mi cuerpo magullado y dolorido, era el lugar más prometedor del mundo, porque venía firmado con la palabra libertad.

El mes de mi vida (4)

 No sé si la promesa de suavización de la diálisis que me hicieron en el hospital tuvo que ver, pero el lunes siguiente me comunicaron que, puesto que yo, cuando se habló de la posibilidad de tener que asistir a diálisis había mostrado mi preferencia por la Cruz Roja, a partir de mañana allí iría y además con un horario más cómodo; comenzaría a las 12,30. Salgo ganando por tiempo y distancia. Salgo perdiendo en el servicio de ambulancias, que aquí es mucho menos eficaz. También hoy se puso en tierra la otra pata de mi recuperación: la rehabilitación física. Una chica joven y rubia, con aires de autosuficiencia, vino a casa, me agitó unas cuantas veces las piernas y se fue tras avisarme de que vendría dos veces por semana. Está por ver el resultado que tendrá todo esto, pero no tengo demasiada confianza. 
El invierno está viniendo con fuerza estos primeros días de marzo. Frío glacial, viento racheado, lluvia de nieve, rostros helados y miradas resignadas. Qué lejos parece el verano. Las sesiones de diálisis, tres a la semana, se hacen cada vez más difíciles de soportar, pero no queda más remedio. Seguramente cada enfermedad tiene su lado negro, y este es el que ha de conllevar el que la padece. La carne está débil, muy débil, pero el espíritu se mantiene fuerte, cubriendo sus debilidades con la reserva de recursos que he logrado acumular a lo largo de mi vida. No hay ningún mérito en ello; hay suerte por haberme tocado, en el reparto de vocaciones, militar en la parte más hermosa, permanente e inacabable, en vez de encontrar amparo en ámbitos más vulgares. Sólo suerte.
La diálisis sigue su curso, pero ya sé que eso es infinito y que nunca llegaremos a extraer todo lo que me sobra. Y eso que me esfuerzo en mantener el régimen de líquidos, a costa de pasar sed y ganas de aquello que siempre tuve sin ser consciente de ello, como fruta, ensaladas, cerveza, sopa o agua, sobre todo agua. Claro que he tenido a mi lado la ayuda inapreciable de mi mujer, cuyo cariño, abnegación y capacidad de renuncia desbordan todo lo imaginable y me crean una deuda que nunca podré pagar. Ella sola merecería un reportaje en exclusiva, aunque sería muy difícil envolver tan intenso contenido.Y no fue sola. Sé que a otros niveles todos los míos demostraron que su afecto era algo más que una postura y que sentían en lo más hondo mi cercana pérdida. Aunque no era muy consciente de lo que veía, no olvidaré la conmoción que vi en los ojos de mi hermana cuando se acercó a mi cama, ni mucho menos la llamada desesperada de mis hijas y nieta para que comiera y mantuviera así el hilo de vida. Ni mucho menos olvidaré a quienes se ofrecieron a donarme un riñón si decidía hacer un trasplante, algo que rechacé sin dudar, pero que me emocionó profundamente. Quién sabe si tanto cariño concentrado desató alguna fuerza oculta que pudo con la desesperanza. Sería bonito.

El mes de mi vida (y 5)

 Han pasado ya tres meses desde que empezó todo. La enfermedad no cede, ni cabe esperar que lo haga, pero está controlada y se ha vuelto previsible. Se han ido venciendo todos los demás achaques que la agravaban y ahora las horas negras de máximo temor ya no amenazan de inmediato. Quedan, eso sí, la diálisis y sus consecuencias, con las que habré de convivir siempre y contra las que espero ir encontrando nuevos modos de defensa.

 No sé si a este reportaje se le podrán añadir nuevos capítulos. Significaría que la vida se enrabieta defendiéndose y que aun en ese trance sigue dándonos lecciones sobre lo que sabemos de sobra: lo efímero que resulta todo, la vulnerabilidad que nos acompaña siempre, la fortaleza de los auténticos sentimientos, el poder casi milagroso del verdadero cariño, la evidencia de que todo es finito. Pero al mismo tiempo, un aire que parece brotar de lo mejor que tenemos y que vivifica nuestra esperanza y nos ayuda a encontrar motivos para ello en la seguridad de que mañana también amanecerá.

            

                                                            FIN