Se han reunido en Roma los dirigentes de 20 países que se
consideran a sí mismos los más influyentes del mundo para tratar de controlar
el clima del planeta y poner freno al calentamiento que se está produciendo. Se
lo debieron de pasar bien; claro que están en Roma. Se les ve sonrientes y
relajados, arrojando una moneda en la Fontana di Trevi para volver otra vez, y
con la expresión satisfecha del deber cumplido: han conseguido llegar a un
acuerdo para limitar la subida de la temperatura global a 1,5 grados para
mediados del siglo. Buena voluntad no les falta; ingenuidad tampoco; ni
pretenciosidad para luchar con pellizquitos de monja. Uno piensa que el tiempo
ha hecho lo que le dio la gana en este planeta desde el primer día de la
creación hasta ahora, y que no debemos ser tan presuntuosos como para creer que
tenemos capacidad para modificarlo de modo esencial. Imagino que los hombres
del paleolítico, cuando les llegó la última glaciación y vieron cómo todo se
convertía en un témpano de hielo, también hablarían de un cambio climático, si
supieran qué significaba eso. Y si lo supieran iban a tener difícil encontrar
una industria a la que echar la culpa.
Esto del calentamiento global se ha convertido en la nueva
religión que sirve hasta para dictarnos lo que hemos de comer o no. Que se está
produciendo es evidente; que nosotros tengamos algo que ver es más dudoso. En
sus 4.000 millones de años de existencia la Tierra ha vivido en un continuo
cambio climático. A un largo período glacial sucedía otro de calentamiento
igualmente largo, y ahora estamos en uno de esos períodos tras la última
glaciación, la würmiense. Vivimos en una etapa interglacial, y por tanto de
calentamiento. Decir que somos nosotros los causantes es atribuirnos un poder
que seguramente no tenemos. Nos creemos más de lo que somos. ¿Los humos y gases
contaminantes? Hay teorías que afirman que nuestro planeta tiene capacidad para
regenerarse a sí mismo y que sus propias emisiones forman parte de ese proceso;
desde luego, la actividad volcánica a lo largo de tantos millones de años lanzó
y lanza más gases a la atmósfera que toda nuestra acción humana, y aquí
seguimos. La Tierra es un cuerpo en formación y esas son sus manifestaciones. Fíjense,
leído hoy mismo: el volcán de la Palma emite diariamente a la atmósfera 16.350
toneladas de dióxido de azufre y 1.380 de dióxido de carbono, y eso que no
puede considerarse un volcán de los grandes. Cuesta creer que, aun en el caso
de que lográsemos eliminar toda actividad humana, se detuviera el proceso de
calentamiento global. Eso sí, no contribuyamos a acelerarlo.
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