El tiempo vuela. Cuántas veces oímos y dijimos eso como una constatación resignada. Vuela, ya lo creo, sobre todo el que nos ha sido asignado a cada uno, porque es escaso. De las tres categorías del tiempo que podemos conocer, -el cósmico, el histórico y el de la vida humana-, solo este tiene una significación plena para nosotros. Del cósmico no nos es dado ni siquiera atisbar su comprensión racional; el tiempo histórico nos resulta asequible tan sólo como objeto de esfuerzo mental. Es el otro, el pequeño tiempo de nuestro pequeño vivir, el que realmente nos importa, porque está hecho para medir las fatigas y los gozos de nuestro camino. Es breve y frágil, pero es nuestro ámbito temporal para la vida, único e irrepetible, y no hay infinitud que se le compare. Aunque tengo en el cielo las estrellas, amo mucho más la pequeña lamparilla que alumbra mi casa. Puro Tagore.
miércoles, 10 de noviembre de 2021
El tiempo que nos importa
Nuestro tiempo particular es individual y propio. Nadie puede
vivirlo por nosotros; nadie puede entenderlo ni darle el mismo sentido que le
damos nosotros; nadie será capaz de otorgarle el mismo grado de importancia o
de desprecio que nosotros. A diferencia del tiempo histórico, que es la suma de
innumerables tiempos personales, y no digamos del tiempo cósmico, que es la
suma de la nada, nuestro tiempo personal encierra la posibilidad de ser
iluminado por el reflejo que sepamos o queramos darle. Y cuando acabe su
andadura, que es la nuestra, quedará aún flotando para los demás en forma de
recuerdo, prendido a algo, a una imagen, a la memoria de un gesto o una voz, a
la evocación de un profundo amor, al dolor mismo de la pérdida. Nuestro tiempo
será entonces de los demás, que podrán hacer con él lo que quieran. Cuando
miramos esas viejas fotografías que alguna vez caen en nuestras manos, de
personas que no conocimos, y nos fijamos en sus gestos y sus miradas, estamos
introduciéndonos en su tiempo, ya ido para siempre, en su tiempo personal que
nos es permitido vislumbrar levemente. ¿Qué fue de aquel rostro que nos
contempla con expresión grave, adaptado a la ocasión? Aquellos niños que miran
con cara entre curiosa y sorprendida al fotógrafo ¿dónde están? ¿Qué sería de
la pareja de novios que posan con mirada feliz, y de los invitados a aquella
fiesta, y de aquel grupo que sonríe en un día de fin de curso? Su tiempo está
ahora en nuestras manos. Qué tierna fragilidad la de esas imágenes, que se
hicieron con afán de permanencia y hoy solo son presencias anónimas que un
simple movimiento de los dedos puede hacer desaparecer para siempre. Ese tiempo
personal no aspira a la trascendencia. Y vuela, sí, pero podemos dejar mucho de
nosotros en él.
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