La dichosa página en blanco mira impasible desde la pantalla.
Siempre es así, pero hay veces en que parece más que nunca un espacio infinito,
imposible de llenar. Se tiene la sensación de que todo está dicho ya, de que lo
que realmente importante no se es capaz de poner en palabras o de que en
definitiva nada importa lo que se escriba. Cansan los pensamientos que no
conducen a nada y se escurren las ideas sin dejarse atrapar. Se emprenden
tímidamente caminos y pronto se ve que conducen a un terreno de tópicos y
nimiedades y hay que desandarlo y volver al principio. La página se muestra
como símbolo del misterio de la nada, vacía, esperando las palabras que no
llegan y mirando entretanto con cierto aire de burla al que está frente a ella.
No sé por qué, pero hay días en que la dificultad de encontrar un
tema se vuelve desesperante, y eso que los hay por todas partes a cualquier
sitio que se mire. Ya, pero no todas las frutas están al alcance de uno, ni son
jugosas, ni tienen poder para despertar en los demás una mirada de interés por
ellas. A uno le gustaría convertir en tema de su artículo algunas de las cosas
que ocupan la actualidad con la insistencia de los hechos decisivos, como ve
que hacen otros, pero se encuentra con sus propias limitaciones y con su
incapacidad para comprender la complejidad con que están revestidas, así que prefiere
dejarlo. Luego se da cuenta de que a menudo todos más o menos están como él y
que nadie entiende nada por mucha palabrería que suelten.
Sería un buen tema, por ejemplo, tratar de explicar el porqué de ese
aire de negro pesimismo que hace temblar la economía mundial y quién mueve las
voluntades que determinan la nuestras hasta dejarlas indefensas en sus manos; o,
ya sin abstracciones, la extraña crisis de los microchips, que, según dicen,
amenaza nuestro modo de vida más de lo que creemos; o las entrañas del
irresoluble arcano del precio de la luz; o encontrar algún motivo razonable que
justifique ese empeño de dar al bable categoría de lengua oficial; o qué
diablos es exactamente un algoritmo, eso que se ha convertido en el rey de
todas las explicaciones, aunque muy pocos saben en qué consiste y casi nadie
puede desarrollarlo; cómo funciona, en qué casos se aplica y por qué se volvió de
pronto tan influyente en nuestras vidas. Nada. Todo cubierto por un velo de
incapacidad. Menos mal que siempre tiene uno lo cercano y lo que realmente ama.
Y al final, ya lo ven, esto se acaba y no he hablado de nada.
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