miércoles, 21 de abril de 2021

El lenguaje de la ministra

Las ministras del progresismo, con el presidente a la cabeza, se han empeñado en cada alocución que nos dirigen en enseñarnos a hablar correctamente, sin lenguaje sexista. No lo tienen fácil, porque han de luchar contra la tendencia natural de nuestra lengua a la economía de las palabras, pero emplean buena parte de su capacidad y de su tiempo en decirnos qué términos hemos de usar y cuáles deberían incorporarse al idioma para el mayor bienestar de sus hablantes. Viene de atrás. Recuerden a Carmen Romero con sus jóvenes y jóvenas, a la que siguió otra inflamada también de vocación innovadora, Aído, que regaló al idioma aquello de miembros y miembras. Ahora toma el relevo la actual ministra de Igualdad, una señora que pone toda su autoridad intelectual a nuestro servicio para que nos expresemos mejor. En alguna noche de insomnio, en el silencio de la sierra, seguramente se preguntaría qué podía hacer ella para elevar la calidad de expresión de los hispanohablantes, pues eso de usar solamente ellos y ellas resultaba muy impreciso. Y encontró la respuesta: añadir un tercer género, así no hay posibilidad de que nadie, sea lo que sea, se sienta excluido de la acción del verbo. O sea que hay masculino, femenino y otro que no es ninguno de los dos. Él, ella, elle. Hay que ver cuánto tienen que discurrir algunos políticos para hacernos más civilizados. Claro que luego puede que vengan los lingüistas y estudiosos de las estructuras del idioma a decirnos que existe un género llamado de sentido, que incluye a los dos sin necesidad de especificar el segundo, y  mucho menos de inventar un tercero, pero qué saben ellos. No se dan cuenta de que con eso se causa profundos traumas y hace que una gran parte de la ciudadanía viva con la dolorosa sensación de sentirse discriminados, discriminadas y discriminades.

Esta necesidad apremiante para el equilibrio psíquico general no encuentra ningún agradecimiento en quienes deberían ser sus destinatarios, que se dan cuenta de que el idioma es bastante más sabio que los que tratan de forzarlo. El resultado es que todo texto se convierte en un fárrago insufrible; su lectura se hace fatigosa y agobiante por reiterativa, y los discursos, sobre todo los políticos, se vuelven más insoportables que de costumbre.

Y a mí que siempre me pareció cruel aquello que escribió González Ruano sobre los políticos de su tiempo: "Pensar que bromas humanas, como son determinados ministros, van a quedar siquiera en los diccionarios enciclopédicos, es asunto como para tumbarse de risa y no poder continuar este breve artículo". Pues miren, ahora ya no me parece tanto.

No hay comentarios: