miércoles, 17 de marzo de 2021

Revuelo permanente

No hay nadie con más afición a crear conflictos que la clase política. Debe de estar en su misma raíz, porque resulta imposible verla con las aguas aquietadas, aunque sea por un momento, como si tuviera miedo de perder su identidad si se sosiega. Un mar en permanente agitación, a veces de tormenta, que nos salpica a todos y nos inquieta con sus continuos caprichos de niña insatisfecha. Sus oficiantes, al menos en estos últimos años, parecen condenados a no ser capaces de permanecer quietos en su sitio sin incordiar y sin hacer todo lo posible por meternos en el cuerpo preocupaciones inventadas. ¿Que tenemos una Constitución que funciona, que da estabilidad y que ha demostrado su eficacia en momentos difíciles a los largo de cuarenta años? Pues llega un grupo de aprendices y dice que hay que tirarla abajo; naturalmente, para aumentar la felicidad de los ciudadanos. ¿Que alguien de otro bando lo está haciendo bien en el gobierno? Pues no solo no se lo reconocerán jamás, sino que se hará lo posible por echarlo y poner a uno de los suyos, aunque sea un cenutrio; por supuesto, por el bien de la gente. ¿Que nos va bien con alguna norma que viene de atrás? Pues hay que cambiarla por antigua y carca; claro está que para nuestro bienestar. Buscar problemas donde no los hay, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicarles un remedio equivocado; vemos cada día cómo algunos parecen empeñados en dar cuerpo real a esta conocida definición grouchiana de la política.

Tanto como se ha hablado de la erótica del poder y resulta que no es más que una pasión elemental y fácilmente entendible hasta para los que no la tenemos. El ansia de mando, la ambición y el afán de dominio sobre los demás son tan antiguos como el hombre, por más que en las sociedades civilizadas se presenten revestidos de un ropaje legislativo y ordenado en aras de la convivencia social. Estos días hay un revuelo en dos gobiernos regionales que ha roto la normalidad que se suponía habría de durar toda la legislatura. No parecía que hubiera un motivo especialmente grave ni acuciante; simplemente la eterna razón del quítate tú que quiero ponerme yo. La última pirueta, la de un vicepresidente del Gobierno que renuncia a su cargo para ser un simple candidato autonómico, seguramente oculta razones no declaradas, pero en todo caso viene a indicarnos la compleja estructura psicológica de quienes han sido afectados por lo que ya los griegos llamaron hibris, y que en el campo político siempre termina encontrando su némesis. Lo malo es que, cuando llega, sus efectos casi siempre acaban por afectarnos a todos.

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