miércoles, 24 de marzo de 2021

Escapada saludable

Santa Cristina de Lena
La pandemia nos ha traído un confinamiento no sólo físico, sino mental, de ruptura con todo lo que nos hacía sentirnos libres y nos permitía el disfrute de la vida a nuestro aire. Esa fatiga pandémica que se ve ya como una amenaza en muchos casos y que puede encontrar su antídoto procurando airear el pensamiento. Un buen ejercicio puede ser salir por un momento del presente y acercarse a nuestro pasado. Hacer, por ejemplo, un recorrido, fácil y cercano, por las huellas de aquel reino en el que nació Asturias como entidad histórica y cuyas manifestaciones máximas son los monumentos prerrománicos.

Asturias hace su entrada en el gran libro de la cultura occidental de una forma humilde, pero singular, con una modesta campanada cuyo eco aún retumba mil años después. Hijo de nadie y de todos, nacido en un rincón del viejo Imperio y en otro rincón aún más pequeño de la Alta Edad Media, sucesor, por la fuerza de las circunstancias históricas, del arte visigodo, nuestro prerrománico se afincó en las páginas de la Historia del Arte con una voluntad de permanencia que ni sus propios creadores habrían podido siquiera intuir. Y ahí lo tenemos, convertido en patrimonio de la Humanidad y salvado para siempre en virtud de la afortunada evolución de la sensibilidad hacia los testimonios de nuestro pasado. El Prerrománico es, sin duda, el esfuerzo más vigoroso y más coordinado que Asturias realizó por colocar su nombre en la mente colectiva de la cultura europea. Y a fe que lo logró.

El caso es que se trata de un regalo indirecto, hecho a Asturias por el Islam, que, al invadir tierras cristianas obliga a sus habitantes a refugiarse en nuestra tierra como último reducto y, claro, traen todo su saber constructivo y teológico, que era infinitamente mayor que el nuestro. Los recién llegados, en su propósito de restaurar el orden perdido, no sólo tratan de dar continuidad a las estructuras sociales rotas, sino que intentan reproducir en la nueva tierra el marco cultural de su reino y de su capital, Toledo. Antes del siglo VIII en Asturias no había edificios levantados con las más pequeñas pretensiones; de pronto, la región se cubre de monumentos capaces de perdurar y de admirar a los siglos siguientes. También en esto se anticipó a la metáfora del monje Glaber. Arte presciente, vaticinador, si es que un arte puede serlo, pero sí, miren la integración de los elementos escultóricos en los arquitectónicos o la concepción del espacio litúrgico; todo eso alcanzará su plenitud en el románico, pero ya está aquí anticipado. En sus escasos dos siglos de vida, el prerrománico asturiano ejemplifica a la perfección la teoría sobre las fases de la evolución artística. Es arcaico en Santianes, bello en San Julián, Bendones y Nora, sublime en el Naranco y en Santa Cristina, e imitativo en Valdediós, Gobiendes, Tuñón y Priesca.

Con el traslado de la corte a León, terminaba el período artístico más original y creativo de toda nuestra historia, cuyos resultados han acabado por convertirse en el que es, sin duda, el rasgo más diferenciador de nuestra identidad cultural.

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