miércoles, 4 de noviembre de 2020

Faltan buenas noticias

 Comenzar el día interesándose por la actualidad es cosa para espíritus templados que sean resistentes al sabor amargo y a la tendencia depresiva. Todo es una cascada de desgracias y de noticias negativas que quitan las ganas de salir a enfrentarse con el día. Mire usted por ejemplo cualquier telediario y cuente las noticias que no hablan de hechos negativos; como mucho puede que encuentre alguna que sea indiferente. Por lo visto nunca ocurre nada gratificante, nada que nos arranque un suspiro de alivio, por pequeño que sea. El mundo es así, ya lo sabemos, y quienes lo habitamos no digamos, pero también somos capaces de crear hermosas luces y de realizar actos admirables. ¿Es que no hay noticias positivas? ¿Es que hemos dejado de ser capaces de hacer algo bueno? ¿No ocurre nunca nada que levante los ánimos? Tal parece que existe un interés tácito en instalar en torno a nosotros un ambiente desmoralizador que nos convierta en zombis entregados a una irremediable desesperanza. 

No se trata de pintar el mundo de color rosa ni dar noticias falsas, ni siquiera intrascendentes, sino verdaderas y sin perder en ningún momento el rigor. Hay muchas cosas por las que merece la pena luchar y no estaría mal resaltarlas. En esta epidemia, por ejemplo, abundan los medios que cargan las tintas solamente sobre los aspectos más negros de las desgracia. Es evidente que se encuentra poco bueno donde poner los ojos, pero hay enfermos que se curan y perspectivas positivas en cuanto a avances médicos y hasta algún que otro acierto por parte de nuestros gobernantes, pero casi todo eso suele ocupar un lugar secundario en la información, si es que ocupa alguno. Y a veces se dan buscando el efecto más sombrío; en una carrera entre dos no es lo mismo un titular que diga que el ganador llegó el primero que otro que diga que fue penúltimo. 

Ya se sabe que la guerra es más noticia que la paz. Lo malo se vende mejor y a más compradores; el pesimismo tiene más mercado y mucha más capacidad de contagio y, lo peor de todo, de influencia en el estado de ánimo social. Alguien ha calculado que un suceso negativo tiene el mismo efecto psicológico que cinco positivos. Debe de ser que está en nosotros la tendencia a buscar consuelo en la inhibición de la esperanza y del optimismo, como si solo en el fatalismo encontráramos todos los pretextos y las explicaciones. No hagamos mucho caso de la intensidad del mensaje. Aquí sí que conviene un moderado relativismo y una convicción contenida de que la realidad seguramente es mejor de lo que parece.

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