miércoles, 18 de noviembre de 2020

Mal y en el peor momento

Este Gobierno tiene el extraño don de crearnos un sobresalto diario y de no importarle que se acumulen. Debe de tener un alto concepto de nuestras reservas de indiferencia o acaso cree que su capacidad de convicción y de captación de nuestras mentes es tan poderosa que tienen luz verde para cualquier ocurrencia. Desde luego lo que no tienen es el don de la oportunidad. Nunca nos hemos encontrado con una situación colectiva como la que estamos viviendo y nunca nos hemos visto tan desorientados ni tan angustiados como en este ya largo tiempo. Los mayores con miedo, los comerciantes arruinándose, los ciudadanos cansados por tanto tiempo de restricciones y confinamientos, la sociedad encogida por la incertidumbre del mañana y miles de familias llorando a los que se han ido sin poder despedirse. Miramos hacia todas partes y nos vemos a nosotros mismos inermes ante una amenaza que nos ataca en lo más vulnerable y no encontramos una palabra segura que pueda servirnos de asidero. 

En este ambiente de impotencia y resignada tristeza, nuestro Gobierno nos echa encima unas cuantas decisiones de las suyas, seguramente para infundirnos optimismo. Por ejemplo, el desprecio al español que, para satisfacción de sus socios, dejará de ser lengua vehicular en la enseñanza. Algo impensable en cualquier otro país. ¿Algún gobierno de Francia, pongo por caso, permitiría que los niños franceses no pudieran estudiar en francés? Pregunta absurda. A la vez se nos corta la libertad de elección de centro, se elimina el esfuerzo permitiendo pasar de curso con suspensos, se nos amenaza con una nueva ley que controle la información y, como remate, se pactan las cuentas del Estado con los herederos de los terroristas, a pesar de tantas promesas enfáticas. El presidente lo había afirmado en todos los tonos y circunstancias; ahí están los archivos mediáticos: se lo diré las veces que quiera, no pactaremos con Bildu, y el eco fue repetido con el mismo tono categórico por sus acólitos y acólitas como la voz de su amo. ¿Qué dirán ahora? Nada, porque de su lista de valores ya ha desaparecido el de la palabra dada. Ya sabíamos que las promesas de los políticos tienen la misma credibilidad que las de un niño cuando quiere un helado, pero es que estos de ahora lo han llevado al extremo. 
Una sociedad con las señales de alerta debilitadas por las circunstancias y con los mecanismos de autodefensa centrados en la pandemia, es presa fácil de todos los manejos, pero es indigno aprovecharse de ello. Una sociedad así necesita proyectos y noticias esperanzadoras, no más decisiones desasosegantes que no van a solucionarnos nada.

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