miércoles, 28 de octubre de 2020

La persiana

Ahora sí que había llegado al final. Fueron muchos días de aperturas llenas de esperanza, que se frustraba a medida que avanzaba la mañana y apenas merecía la mirada de alguno de los escasos viandantes que pasaban ante su escaparate. Había dudado mucho, pero lo había decidido: esa tarde sería la última vez que bajaba la persiana. Nadie se fijó en sus ojos cuando cerró el candado ni en el rictus imperceptible de su cara cuando oyó el acostumbrado clic, que le había sonado esta vez con un tono de adiós definitivo. Dio unos pasos hacia atrás y se quedó un momento contemplando la fachada, tan ilusionadamente decorada en su día y en la que tanto empeño dejó en hacerla atractiva, y ahora cerrada ya a la vida de la calle, muda, derrotada, anunciando con su silencio el vacío que albergaría en su interior. Seguramente en pocos días los majaderos de turno la embadurnarían con pintadas absurdas. Una más entre tantas persianas pintarrajeadas y oxidadas que flanqueaban la calle como fantasmas inmóviles.

Dentro se quedaban días y meses de vacilaciones primero y de ilusiones después, para terminar en la firme confianza de que sería un proyecto triunfador. Y a partir de ahí, de esfuerzos continuos, de sopesar todos los aspectos, de noches de insomnio, de una agobiante lucha contra la burocracia, de búsqueda de recursos que completasen sus ahorros para dar forma al proyecto tal como lo había concebido en su mente. Sus padres le habían ayudado, pero todo parecía poco y tuvo que pedir un pequeño crédito, pero lo logró. Cuando por fin levantó por primera vez la persiana y se puso detrás del mostrador, los primeros clientes pudieron ver sus ojos humedecidos por la emoción. 

 Se resiste a irse. Trata de espantar los recuerdos, pero algo le hace quedarse allí esclavo de ellos. Se apoya en una pared de la acera de enfrente y mira una vez más la fachada. Sabe que no está solo. La calamidad no tiene preferencias ni entiende de esperanzas frustradas. A su amigo taxista, que había elegido trabajar por la noche para tener más ingresos, el toque de queda le ha dejado colgado, con una cuota mensual por el crédito que acababa de pedir al ICO para comprar otro coche. Está así todo el país, pero aquella es su fachada. El presidente está hablando una vez más en la televisión, pero no le oye; para qué. Está pensando en lo fácil que es bajar la persiana; lo difícil es subirla. Pero ¿por qué no ver un poco de esperanza? Todas las nubes, por oscuras que sean, terminan pasando y tras ellas siempre llega otra vez la claridad. Volverá a subirla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien plasmada la triste realidad de la mayoría de emprendedores que intentan sacar adelante sus negocios para el sustento propio y la contribución al tejido empresarial, base fundamental de nuestra economía. Un bonito guiño a todos ellos en estos duros momentos y un gesto de optimismo muy necesario. Muchas gracias por tus palabras.